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Publicado 6 noviembre 2015



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Hace 39 años, en las selvas de Zinica caía combatiendo contra la dictadura somocista, Carlos Fonseca Amador, padre de la Revolución nicaragüense.

Una bala penetró en su recio corazón de santo, reza una de las canciones que no para de sonar entre el pueblo de Nicaragua. La gente nicaragüense no olvida al hombre que lo dio todo por la liberación de su pueblo.

Matagalpa, al norte de Nicaragua, paraíso verde entre cafetales, platanales y naranjos recuerda con murales y frases escritas en las paredes a su hijo Carlos Fonseca Amador, fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Los niños y jóvenes en las escuelas quieren ser como él, los mejores estudiantes de su promoción. Y no son pocos los viejos, vendedoras de nacatamales, zapateros o peluqueros que no aseguren haberlo visto, de niño, recorriendo las calles de la ciudad vendiendo periódicos para ayudar a su madre.

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“Cuando estábamos en la cárcel llegó un oficial de la Guardia Nacional lleno de alegría a decirnos que Carlos Fonseca había muerto. Nosotros le respondimos: Carlos Fonseca es de los muertos que nunca mueren”, relató el Comandante Tomás Borge al enterarse de la caída en combate del Padre de la Revolución  nicaragüense.

Borge, también Comandante de la Revolución nicaragüense, preso en las cárceles de Somoza escribió un sentido homenaje al héroe caído, con quien a principios de los 60 fundó el FSLN.

Poseídas por el Dios de la Furia y el Demonio de la Ternura, salen de la cárcel mis palabras hacia la lluvia. Y sediento de luz te nombro hermano en mis horas de aislamiento, vienes derribando los muros de la noche nítido, inmenso.

El texto fue inmortalizado en una canción por el conocido folclorista  nicaragüense Carlos Mejía Godoy y se convirtió en uno de los iconos musicales de la gesta libertaria Sandinista.

Carlos Fonseca supo sintetizar el pensamiento y obra del general Augusto C. Sandino para llevar a cabo la lucha por la liberación de su pueblo. Quienes lo conocieron siempre lo han descrito como un ser humano supremamente sensible, disciplinado, metódico y carismático. Es por ello que su caída en combate en las selvas de Zinica el 7 de noviembre de 1976 significó el golpe mas certero al proceso revolucionario que daría fín a la dictadura menos de tres años después.

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El jefe máximo de la Revolución nicaragüense fue un asiduo e involuntario huésped de las cárceles Somocistas, varias veces fue expulsado de su patria y abandonado en la selva guatemalteca. Terco e indeclinable siempre regresaba, siempre a la lucha, a sembrar conciencia, a crear organización a enamorar a su pueblo. Muchas veces viajó por el mundo conociendo otras experiencias revolucionarias. Vivió en Cuba, preso y rescatado en Costa Rica no daba descanso a su espíritu libertario. Como Tomás soñaba con las escuelas, las carreteras, las guarderías y los asilos, los parques y universidades que construirían al triunfo de la revolución.

No dormía, dicen las ancianas que en casas clandestinas de Managua o Esteli le protegían y le hacían sus tortillas con frijoles.

Era nuestro padre, nuestro hijo o nuestro hermano. O todo al mismo tiempo, sollozan veteranos combatientes del Chaparral o Pancasán, mientras las lágrimas ruedan por la mejilla y la voz se les quiebra de emoción.

De él escribió Eduardo Galeano en sus Memorias del Fuego, El Siglo del Viento:

Criticaba de frente, elogiaba por la espalda. Miraba como gallo enojado, por miope y por fanático, bruscos ojos azules del que veía más allá de los otros, hombre de todo o nada; pero las alegrías lo hacían brincar como a niño chico y cuando dictaba órdenes parecía que estaba pidiendo favores.

Carlos Fonseca Amador, jefe de la Revolución de Nicaragua, ha caído peleando en la selva. Un coronel trae la noticia a la celda donde Tomás Borge yace reventado por la tortura. Juntos habían andado mucho camino, Carlos y Tomás, desde los tiempos en que Carlos vendía diarios y caramelos en Matagalpa; y juntos habían fundado, en Tegucigalpa, el Frente Sandinista. —Murió —dice el coronel. —Se equivoca, coronel —dice Tomás.

Fausto Amador, padre de Carlos Fonseca Amador, era el administrador general del hombre más rico de Centroamérica: Tacho Somoza, el dictador. El hijo, fundador del Frente Sandinista, entendía de patria; el padre, de patrimonio.

Al hijo, su pueblo lo llora casi 40 años después que en Zinica se apagara su mirada azul y miope. Al padre nadie lo recuerda.


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