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Testimonios de los desplazados en Colombia.

Testimonios de los desplazados en Colombia. | Foto: Archivo

Publicado 22 marzo 2016



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Neyla Hernández es defensora de derechos humanos en Colombia y trabaja con víctimas en diferentes zonas del país. En su trasegar por valles, ríos y montañas ha ido recopilando en sus cuadernos de campo y su corazón, el diario y duro vivir de comunidades enteras, mujeres y hombres, niñas, viejos, niños, indígenas, campesinos, en fín, puro pueblo, víctima de la ignominia de un conflicto armado que se ha prolongado por varias décadas. Este es uno de sus relatos.

A Ana María y Sonia, no hay dónde llevarles flores, o dónde su padres puedan ver sus cuerpos descansando y elevar una plegaria, jóvenes que dejaron su vida civil para irse a la guerra, murieron en bombardeos aéreos contra campamentos insurgentes, bombas inteligentes no solo cegaron sus vidas… reza en uno de los apartes del testimonio de Neyla.

Neyla ejemplo de lucha para defender los derechos humanos

Julia, es una pequeña de 9 años, hija de campesinos que han resistido el despojo de sus tierras por una empresa dedicada a la siembra, producción y comercialización de la palma aceitera en el sur de Bolívar, al norte de Colombia. Sabe, a su corta edad qué es la  “Resistencia”, en carne y hueso. El transcurrir de vida de Julia está enmarcado en un  núcleo de 123 familias que se organizaron para no dejarse desarraigar del territorio, no viven en condiciones precarias, en realidad  son inhumanas, no cuentan con un servicio público básico para sus necesidades cotidianas en sus cambuches (chozas) y la comida escasea, sin embargo esta comunidad labriega se mantiene firme en la lucha por el reconocimiento a sus derechos a la vida digna y al trabajo.

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No hay una escuela, la más cercana está en el pueblo tres horas de a pie, caminos silenciosos y oscuros de surcos de palma que ha transformado el paisaje, con profundas zanjas que se vuelven trampas de barro en época de invierno y muy peligrosos para una niña que ha sido testigo de cómo sus colectivos de siembra de pan coger y pequeñas chozas de palma han sido blanco de ataque de los enemigos de su proceso.

Por todo eso me pongo en sus deteriorados zapatos plásticos, en sus humildes ropas cocidas a mano y se me encoje el corazón, pensando en el riesgo al que se expone un ser tan frágil y vulnerable para tener el acceso a educarse. Alegre y vivaracha con desayuno o sin él  emprende cada día  su viaje, con  la ilusión de un mañana diferente.

Sonia y Ana María, vivieron en un pequeño caserío en las estribaciones de la serranía de San Lucas, las conocí de niñas y en mi labor misionera y comunitaria las fui viendo crecer hasta llegar a graduarse de quinto grado de primaria.

En estas zonas alejadas de los centros municipales, pensarse en continuar la secundaria requiere del apoyo económico de los padres para todos los gastos de la educación, pocas llegan a terminar estudios de secundaria toda vez que en la gran mayoría de los casos, los padres apenas si ganan para proveer el sustento del diario familiar;  a  esto se suma las pocas oportunidades de estudio, empleo o de ocupación para las mujeres, muchas de ellas conforman rápidamente una familia y son madres a temprana edad, sin embargo otras optan por alzarse en armas como Sonia y Ana María.

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Los pañitos calientes del Gobierno 

Son territorios marginados, donde el Estado hace presencia sutil con algunos programas de gobierno más de corte asistencialista y otros que se condicionan al respaldo político de las candidaturas en tiempos de elecciones a mandatarios locales especialmente,  un atentado contra la ética política.

Territorios constreñidos por el conflicto armado y asediados por la injusticia social, el clientelismo y  la corrupción en obras burocráticas. Sin embargo es loable como entre tantas limitaciones al seno de las cadenas de montañas que conforman esta serranía, se levanten voces campesinas y de pequeños mineros artesanales en contra de la guerra y a favor  de una paz  territorial con reformas estructurales, cultivada en la palabra, en la sensibilidad social, en el fortalecimiento  e incidencia de procesos organizados y la movilización social.

Son muchos los muchos brazos tejedores de esperanza y creatividad para blindar a la población civil, a través de escritos sencillos y prácticos  desde sus realidades, en lo que se conoce como Manuales de convivencia para zonas en conflicto. Sin embargo le corresponde al Estado generar entornos favorables e  incluyentes que propicien mayores y mejores oportunidades a los  jóvenes en condiciones de inequidad de tal manera que la guerra no esté nunca entre sus opciones.   

Supone entonces una paz construida colectivamente y afianzada en modelos territoriales que armonicen y apoyen iniciativas transformadoras del conflicto, donde el Estado debe ser garantía de derechos para que la  paz no  sea una utopía. El resultado de una paz positiva no es cambiar el fusil por un lápiz, en garantía de no repetición, y en deuda con nuestra historia y nuestras generaciones de hoy y futuras no debería  existir obstáculo o limitación  para que un niño, niña o adolescente, en cualquier lugar de nuestra geografía tenga la posibilidad real de estudiar.

A Ana María y Sonia, no hay dónde llevarles flores, o dónde su padres puedan ver sus cuerpos descansando y elevar una plegaria, jóvenes que dejaron su vida civil para irse a la guerra, murieron en bombardeos aéreos contra campamentos insurgentes, bombas inteligentes no solo cegaron sus vidas... Me pongo en los zapatos de las madres y padres que ocultan su historia para no ser juzgados y señalados, silenciosos en su dolor, a lo que se suma la carga emocional de no poder hacer el duelo de sus hijas, lágrimas trancadas que solo brotan en la intimidad de un cuarto familiar. En aras a la sanación de las heridas causadas por el conflicto armado no es justo que tengan que sufrir en la clandestinidad, porque el dolor de padre y madre ante la pérdida de un hijo o hija no debe estar sujeto a exclusiones, persecución o señalamientos. 

Esperanza por la paz definitiva

Reafirmo mi esperanza por una verdadera paz, para sentir a Sonia y Ana Maria desde la orilla, para sentarme a su lado y perderme en sus miradas, mientras nos tomamos de la mano para poder regresar juntas a la cruda realidad. Son mis reflexiones en esta  construcción de memoria, en un acto de homenaje a quienes han tenido que padecer la ausencia de la paz en mi Colombia, son tantos recuerdos, rostros e imágenes de quienes se resisten a  romper con su tradicional forma de vida y caer en las garras del desarrollo neoliberal; de quienes apuestan por la autonomía y soberanía de sus pueblos y comunidades enmarcadas en el derecho a una paz con transformaciones que conlleven a una vida digna o de aquellas voces que estuvieron silenciadas y olvidadas.

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En común son experiencias de la desigualdad y la exclusión social, que se suman y articulan a muchas en el territorio nacional, son los escenarios donde se requiere desde una mirada realista concretar el Estado Social de Derecho estipulado en el artículo primero de nuestra constitución para hacer posible la verdadera paz sostenible y duradera que requiere el país.

Esta paz parcelada, también pasa por desarmar las estrategias de guerra en los territorios que han dejado como herencia la pobreza,  la miseria, producto del   abandono de los gobiernos como también  la persecución  y estigmatización a los movimientos e iniciativas sociales, sindicales, políticas y comunitarias que movilizan su voz a través de acciones colectivas de reivindicación en la exigencia y garantía de sus derechos. La búsqueda de la paz, más allá de los discursos adornados con tanta parafernalia debe ser un compromiso con los derechos humanos y en especial con mitigar las condiciones sociales de pequeños/as  ciudadanos/as y nuestra generación futura, casos de  niños y niñas  como Julia, Sandra, Sonia y Ana María deben ser parte de un capitulo que pase a la historia, no para olvidar sino para recordar y mantener viva la llama de un futuro mejor.

En clave de aprendizajes para la paz le corresponde a nuestra sociedad polarizada entre los afectos o no a la paz, reflexionar sobre el modelo educativo, un “derecho” con fronteras, una educación parcelada en su libre ejercicio de acceso a los más recónditos lugares  y repensarnos en un nuevo modelo pedagógico cuyo énfasis sea el arraigo del  joven a su entorno social y familiar,   identificado  con su idiosincrasia  y vocación,  para que no se repitan casos como los de Saonia y Ana María, capullos nacidos en el seno de familias humildes que no contaron con el dinero suficiente para que sus hijas conocieran nuevos horizontes y abrieran sus pétalos en primavera.

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