Lenin: El Estado y la Revolución | Blog | teleSUR
10 enero 2016
Lenin: El Estado y la Revolución

Enseñanzas valiosas para nuestras revoluciones latinoamericanas

Lenin: El Estado y la Revolución

Hace casi un siglo fue publicado el trabajo de Lenin titulado “El Estado y La Revolución”, dirigido claramente a los cuadros de su partido con el propósito de aclarar cuestiones fundamentales de la teoría marxista, que en aquel momento se tergiversaban a conveniencia de unos y otros grupos (parecido a lo que sucede hoy). Para esa tarea, Lenin recurre a Marx, pero, sobre todo, a Engels, para precisar conceptos políticos y la ruta que, a grandes rasgos, seguiría la historia.

La lectura descontextualizada de ese valiosísimo texto nos privaría de extraordinarias lecciones que hoy parecen faltarnos a la hora de construir historia. En aquel momento, ya se había producido en Rusia la revolución de febrero, y el desenlace de octubre era inminente. Las naciones como tal, recién estaban asimilando su condición política, y la ideología burguesa se convertía en hegemónica, unas veces desplazando la ideología feudal, otras asimilando de esta lo que no podía destruir. El imperialismo tomaba fuerza desde una posición nacional, desde los estados industrializados, muchos de los que aun mantenían su herencia colonial, mientras otros emergían con fuerza para arrebatar su parte del pastel.

Los argumentos de Lenin poseen tal fuerza que hoy mantienen su vigencia, por mucho que sus detractores hayan pasado cien años tratando de demostrar que estaba equivocado, e incluso a pesar de muchos de quienes se declaran sus seguidores, que vieron sus aportes con un reduccionismo terrible, que la mayoría de las veces terminó en feroces dogmas.

Lenin no podía prever el desarrollo del capitalismo dentro de un siglo, ni los efectos que este desarrollo tendría sobre la lucha de clases, motor indudable de la historia. La primera pregunta que salta a nuestra atención: ¿Qué es el proletariado hoy? ¿Quiénes forman parte de esa clase llamada a hacer la revolución? Aquí conviene recordar de nuevo a Marx quien decía con claridad que no debíamos esperar que el proletariado fuera una clase espontáneamente revolucionaria. Claro, el asunto hegemónico era y sigue siendo vital; no basta con los medios de producción, hace falta la construcción ideológica; la guerra por el socialismo se libra en las mentes de los pueblos.

Otro asunto vital para Lenin era la naturaleza del Estado; su papel de órgano represor de una clase por otra. Esto en esencia nos indica que la burguesía mantiene una dictadura contra el proletariado, lo que sigue siendo válido hoy (pendientes de la actualización de conceptos y definiciones). De este punto se derivan las siguientes tesis importantes: la democracia solo es el Estado de las mayorías en el socialismo (lo que no necesariamente se refleja siempre en las urnas). Mientras que en la dictadura burguesa la democracia es solo un fetiche, en el socialismo se convierte en realidad al producirse bajo el predominio del proletariado, mayoritario ampliamente.

Esto nos lleva a otro tema sobre el uso del Estado para la represión de una clase determinada. En el momento en que iniciamos el proceso revolucionario nos disponemos a ejercer la represión de las mayorías sobre las minorías. Nótese aquí el uso de términos que son exactos, pero que en base a propaganda se han satanizado desde las maquinarias mediáticas que todavía hoy nos avasallan. De ahí, por ejemplo, que el presidente Nicolás Maduro tenga que ser muy prudente con lo que dice y hace, mientras la derecha puede descaradamente anunciar por todas partes que su objetivo es destruir la revolución bolivariana. En términos de Lenin, ahora siendo el Estado revolucionario y bolivariano, el encargado de construir el socialismo, el mismo está también en la obligación de cumplir con su papel de represor de la burguesía que sigue siendo el remanente letal del capitalismo.

No nos podemos confundir aquí, la herencia burguesa prevalece mucho más allá de la instauración de un Estado revolucionario. De hecho ese Estado es la misma estructura que deja la burguesía, igual sucede con el derecho. El asunto crítico es entender que estos entes deben pasar a servir a la nueva clase dominante, para reprimir a la clase dominada. Esto no tiene nada que ver con el bien ni con el mal.

Tampoco debemos perder de vista la posición de Marx sobre la pequeña burguesía, a la que definía como “Clase de Transición”. La historia posterior a la revolución de octubre nos ha dejado muchas lecciones, y el papel de las alianzas de clase es fundamental para conquistar el poder político, y una vez completada esta tarea pasar a reconfigurar el asunto de la propiedad. Pero aquí es esencial aclarar que no se trata de la violación de la propiedad privada que los individuos tienen para su vida (casa, vehículo, etc.) se trata de los medios de producción; se trata de cambiar la forma en que produce.

Sin embargo, la idea sola de recuperar (por nacionalización, confiscación, o compra) no es razonable si el nuevo Estado no tiene claridad sobre la nueva forma de propiedad que ha de tener un determinado grupo de medios productivos. Simplemente trasladar el manejo de una industria a un grupo de personas, no sirve de nada si no se garantiza que los niveles de rendimiento de la misma serán mejores o al menos los mismo que bajo el control del capitalista. Aquí vemos de nuevo la importancia que tiene la batalla de las ideas, la construcción de hegemonía, esa dura lucha que se libra en las mentes de los dominados, incluso una vez liberados. La nueva forma de propiedad debe tener como premisa la existencia de una ideología nueva luchando por reemplazar la antigua; si mantenemos las ideas, la cultura de la burguesía, no podremos construir socialismo.

Para nosotros es sumamente importante tener claro que los procesos electorales no definen mayorías; la configuración de la sociedad no cambia con estos procesos, aun cuando la opinión de amplios sectores de la sociedad busquen temporalmente expresar opiniones específicas, la definición de las clases sigue siendo la misma. Hoy día, es mucho más factible que esos procesos sirvan a intereses de otros, gracias a la manipulación mediática, al bombardeo constante que decora los hechos sin dejarlos convertirse nunca en acontecimientos. Esto sucede justo en el campo de la hegemonía, de la ideología.

No podemos aquí abordar con mayor amplitud el tema que ocupó a Lenin al momento de escribir aquella obra; sin embargo, está claro que la vigencia del mismo es evidente. Nos queda por delante una gran tarea teórica práctica: entender la lucha de clases, definir nuevos tipos de propiedad colectiva socialista (que nunca antes se definieron), asumir el papel de clase del estado, y construir ideológicamente; ganar la batalla de las ideas.

Vale la pena mencionar aquí en la actualidad, nuestra realidad nos coloca como países en desventaja, sobre todo estratégica frente a la fuerza y la capacidad de producir manipulación de masas. Los países ricos, dominados por los intereses transnacionales, están perfectamente integrados en bloques hegemónicos, con gran potencial destructivo. Esto nos debería llevar a pensar que los procesos revolucionarios son importantes en todas partes; que no existen unos países menos importantes que otros, que la tarea es mover nuestros pueblos hacia la construcción del socialismo. Esa lección la ha aprendido bien nuestro enemigo común, que ha sometido a enorme presión a todos nuestros procesos simultáneamente, mientras, en palabras de un buen amigo y camarada, hemos perdido la iniciativa.

Un tema que es importante en la obra citada es la violencia, y constituye en un asunto vital para nuestro continente, y deberá tratarse con detenimiento, raciocinio y mucho talento.


teleSUR no se hace responsable de las opiniones emitidas en esta sección







Comentarios
0
Comentarios
Nota sin comentarios.