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6 mayo 2018
Honduras entre el paraestado y la revolución

Las estructuras de dominación de la colonialidad permanecieron intactas en el país, especialmente las del poder, pues se mantuvo la visión ideológica de los vencedores de la conquista, por esa razón, nunca buscamos una posición nacional frente al mundo, y las clases dominantes locales mantuvieron la misma dirección del desarrollo de las metrópolis europeas. De ahí que siempre haya permanecido activa la lucha entre conservadores y liberales, con la preponderancia de los primeros.

Honduras entre el paraestado y la revolución

La mayoría del pueblo hondureño ha vivido por casi doscientos años bajo la creencia de una independencia, creencia que nos llevó a fracasar estrepitosamente en alcanzar los valores esenciales de la democracia y la soberanía que nos corresponden como pueblo. Muchas son las causas para la ausencia de una verdadera independencia, pero sus consecuencias funestas, ya no persisten ocultas en medio de las sombras de la historia, y nos obligan a entender por qué hoy, 197 años después, se nos impone una dictadura vulgar y criminal, somos un país atrasado, pobre y desigual, y nunca hemos podido vivir en democracia.

La sustitución de una clase cuasi feudal por otra, criollos versus gachupines, impidió el surgimiento de una burguesía nacional que diera forma en la práctica al pensamiento liberal dentro de nuestras fronteras.

Hacia la década de 1870, surge el intento de traer la ideología liberal, y con ella poner en práctica la modernización de Honduras, lo que implicaría la formación de un estado nacional. Sin embargo, ese intento falla, entre otras razones;debido a que las clases dominantes no tenían el mismo sentido de pertenencia que sus dominados, por quiénes sentían un profundo desprecio y rechazaban su cultura, costumbres y patrimonio.

El desarrollo tardío del capitalismo local se ve truncado con la aparición de la primera concesión minera a una transnacional (San Juancito: Rosario Mining Company), que marcaría el inicio fatal de nuestro subdesarrollo y dependencia. La creencia equivocada de que el desarrollo capitalista puede importarse fue un error, que llevó al fracaso las reformas liberales e impidió la consolidación del capital nacional y provocó la formación de una clase dominante subalterna a los intereses extranjeros. Mientras el liberalismo social aparece como corriente de pensamiento a finales del siglo XIX en el mundo eurocéntrico, éste tardará décadas en aparecer en el discurso político hondureño y en algunas acciones aisladas, que constituyen verdaderos paréntesis de la historia. 

Con la llegada de las transnacionales bananeras, se dan los primeros atisbos de relaciones de producción capitalistas en el norte del país, aunque ese fenómeno no contribuye a alcanzar fuerzas productivas nacionales, ya que mientras en las bananeras ya hay relaciones de explotación sobre el trabajo asalariado, en el resto del país, debido a los altos niveles de pobreza y retraso, se mantienen las relaciones feudales entre los latifundista y  los campesinos.  

La visión de Morazán expresada en el Manifiesto de David en cuanto que una revolución es necesaria, sigue hoy teniendo vigencia. No son casuales los hechos de que la dictadura de Tiburcio Carias Andino en la primera mitad del siglo XX, perseguía como enemigos a los liberales, y que la primera huelga obrera del país, se diera contra la transnacional bananera.

Mediante sucesivas constituciones, ocurren muchos intentos para fundar un Estado, interrumpidos abruptamente por fuerzas civiles y militares (en el siglo XX Honduras ocupó el segundo lugar en golpes de estado, sólo superado por Bolivia). 
El Estado Liberal no llega a consolidarse en Honduras y más bien se refuerza la concepción de República bananera.

En 1980 Honduras es un país atrasado, sin visión nacional, regido por dictaduras militares, ubicado en el centro de un hervidero revolucionario centroamericano. Las contradicciones inter oligárquicas que llevaron a la guerra con El Salvador, fueron resueltas por medio de la intervención directa de Estados Unidos que presiona por la construcción de una democracia tutelada, redactada a la luz de los intereses de la política de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, así como de la naciente corriente monetarista, conocida como neoliberalismo, y que nos encadenaría hasta la fecha, mediante el conocido Consenso de Washington. Con el advenimiento del neoliberalismo, las posibilidades de consolidar un estado se esfumaron.

Para el año 2006, año en el que asume el gobierno de Honduras el presidente José Manuel Zelaya Rosales, la población se encuentra enfrentada a una lucha cotidiana por la supervivencia, con el supuesto “Fin de la Historia”, los grupos revolucionarios han perdido fuerza, y han surgido los movimientos sociales, segmentados en muchas reivindicaciones, pero no enfocados en la revolución, ni la toma del poder real del país, que esto implica.

El gobierno de Zelaya, inicia un proceso inédito de enfrentamiento con los poderes dominantes, entrando constantemente en desacuerdos con los grupos facticos hondureños: el gobierno de Estados Unidos, las transnacionales, y los grupos que se oponen a políticas sociales que alteren el orden de cosas establecido. La adhesión a Petrocaribe y al ALBA, en 2008, encienden las alarmas de esos grupos, y entonces el gobierno de Estados Unidos, decide regresar al viejo expediente de los golpes de Estado.

Aunque la consulta popular convocada por Zelaya en 2009, creo el campo adecuado para llevar al paroxismo la polarización de la sociedad; es, en última instancia, la decisión de Estados Unidos la que finalmente inclina la balanza en favor de una asonada militar, el experimento democrático de Zelaya, cuyo trabajo más notable es renunciar al tutelaje para buscar la autodeterminación, algo que nunca antes un gobierno hondureño siquiera pensó.

Las rupturas violentas del pasado impidieron el establecimiento de un estado liberal en propiedad, mientras el golpe neoliberal de 2009, marco el retroceso y eventual abolición de todos los derechos de los hondureños. Además, el saqueo como actividad consustancial al modelo monetarista, se enfiló contra los pueblos originarios, despojándolos de sus posesiones ancestrales, y, al mismo tiempo, atacando los remanentes de una posible nación hondureña.

Honduras nunca pudo alcanzar a plenitud la condición de estado; el capitalismo en ella se desfiguro mucho antes de consumarse. Aunque la propaganda trata de hacer creer a la población que la ideología es mala, el aparato ideológico existente, se vuelve incapaz de hacer creen a la gente que sus problemas materiales no existen. Nuevos tipos de asociación se producen, y la sociedad vuelve a ser enfrentada ante la necesidad de una revolución para cambiar el rumbo de su historia.

La dictadura en su esencia queda al descubierto, y entonces surge la opción revolucionaria, para transitar el camino que conlleve al desarrollo necesario para completar un cuerpo de ideas que dé lugar a una nación hondureña, unida más allá del fútbol, a partir de lo que se pueda fundar un estado verdadero que nos permita tener una noción clara de lo que es soberanía, nos adjudique verdadera independencia y no permita acceder a una democracia participativa, verdadera, que de beneficios reales y oportunidades a todos y todas.

La revolución como solución a el caos golpista

Al pueblo hondureño le toca ahora rectificar todos los errores garrafales cometidos a lo largo de nuestra historia, y construir desde los cimientos la nueva patria y matria que las generaciones venideras merecen. Nos encontramos al final de la larga y oscura era del miedo y el terror, hoy la realidad nos impone una solución única, que el pueblo tome en sus manos la organización de LA REVOLUCIÓN.

Las conductas apátridas y el afincamiento del poder transnacional provocaron inestabilidad política e impidieron sistemáticamente la consolidación del Estado Liberal. El Golpe de Estado de 2009 probó que un Estado nacional no se puede formar a partir de una Constitución; nos quedó claro que una Constitución puede ser elemento regulador de una sociedad siempre que sea el producto de los consensos que reflejen la realidad del país, y que esté dirigida a elevar preceptos básicos para un Estado: nación, democracia y soberanía.

Del mismo modo, la comisión de dos sendos fraudes electorales en la era post golpe, nos dejan claro que la democracia burguesa no existe en Honduras, ni siquiera en apariencia. El uso último de la fuerza bruta por los órganos represivos del régimen, la violación de los derechos humanos como política de la dictadura, los asesinatos políticos y la existencia de presos de políticos, nos dejan ver que el sistema político tutelado en Honduras, ya solo sirve para llevar a cabo elecciones que de ninguna manera significan cambios para quienes vivimos en este país.

Los Estados Unidos juegan un papel central y preponderante dentro del paraestado que toma las decisiones en Honduras. El bipartidismo es solamente una fachada para legitimar el régimen, que desde las agencias norteamericanas se impone a los hondureños. Las finanzas del Estado las rige el Fondo Monetario Internacional, las relaciones exteriores son el reflejo de los dictados del Departamento de Estado, y las políticas de seguridad son ejecutadas bajo la dirección del Comando Sur y la DEA. El bipartidismo simplemente ha convertido nuestro país en una caricatura hilarante, de la cual solo podemos avergonzarnos profundamente.

La vigencia del paraestado que dirige a la dictadura, lleva inevitablemente a la población a una encrucijada; sabe que esa dictadura se ha desgastado a un extremo tal que es incapaz de encontrar consensos. Lo único que sabe hacer es “dialogar” consigo misma, invitando organizaciones que ella misma tutela, financia y dirige. Ni las iglesias, ni la pseudo sociedad civil, ni las organizaciones sindicales, se escapan del control del régimen, por lo que simplemente le sirven como espejo legitimador a la dictadura que pretenden imponer.

Y esta pudrición institucional es el campo más fértil para la consolidación de la impunidad, y con ella, la proliferación de estructuras de corrupción asociadas al crimen, organizadas y enraizadas profundamente en el sistema de dominación imperante. Los niveles de putrefacción de la estructura dictatorial son ya irreparables, y la solución frente a toda la decadencia en que nos han sumido, solo nos deja una vía posible: LA REVOLUCIÓN que no es solo una obligación para el pueblo hondureño; sino que es inevitable. 
 


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