Honduras: hasta que caiga la última gota de sangre | Blog | teleSUR
23 mayo 2016
Honduras: hasta que caiga la última gota de sangre
Posiblemente el título de este artículo suene melodramático, pero refleja la voluntad clara de la clase dominante de preservar sus privilegios, en una sociedad en la que los conflictos entre los grupos poderosos tienen al imperio como árbitro y al pueblo como víctima voluntaria de las sacudidas que se producen a causa del reacomodo de las fuerzas dominantes en el país.
 
Desafortunadamente, la construcción coherente planteamientos políticos es muy pobre a nivel de todos los grupos sociales que no son capaces de ir mucho más allá del umbral de sus intereses particulares, mientras la clase dominante, voraz y feroz, no propone ni remotamente un cambio en la estructura capitalista dependiente, y su “visión de país” consiste en entregar todo lo que no le pertenece al capital transnacional.
 
Según la disposición que se ve en los grupos poderosos, Honduras dejará de existir en menos de un siglo como entidad nacional, dando lugar a uno o más territorios bajo dominio de sociedades anónimas. Claro, el estado de conmoción permanente en que vive toda la sociedad, no le permite preocuparse ni por lo que sucederá el día de mañana. Idiotizada por el fetiche consumista, y atrapado entre los muros de la miseria y la inseguridad, el hondureño promedio no tiene idea de que sucede.
 
El gobierno de Juan Orlando Hernández (que abarca un periodo de 7 años desde el Golpe de Estado Militar de junio de 2009) parece un “liquidador” de la nación. Las funciones que cumple son de simple administrador de un saqueo llevado adelante por una banda de forajidos que cometen sus fechorías mientras controlan toda la impunidad. En este país, ya no existe la ley más que como una vaga referencia al que todos debemos temer pero que nunca servirá para detener el apetito insaciable de los ladrones y asesinos.
 
A partir de junio de 2009, Honduras se convirtió en un gigantesco laboratorio de pruebas para la ingeniería social y los arquitectos de la innovación que requiere el neoliberalismo para continuar su tarea de reproducir sus ganancias a como dé lugar. La manipulación de masas ha alcanzado niveles brutales al extremo que la sociedad se hace cada vez más inmune frente al saqueo, al dolor, al hambre y a todos los males que la aquejan. Ningún escritor clásico de ciencia ficción podría haber imaginado esto.
 
El escaso lenguaje que utiliza en común toda la sociedad es impuesto desde los medios de comunicación, con el agravante de que nadie necesita realmente saber de qué está hablando.  Así es común que las mismas víctimas lleguen hasta las últimas consecuencias por defender los argumentos de la clase dominante. Igualmente, fácil y común es que la opinión pública vea hoy con naturalidad algo que hace apenas unas horas veía como monstruosidad.
 
Muchos pensarán que construyo aquí un escenario orwelliano con el despropósito de atacar a la clase dominante y a su gobierno. Pero la realidad, por desgracia, no me deja exagerar ni un poco. El control que ejerce el gobierno en términos represivos, ha sido tan exitoso que la inseguridad es vista como un fenómeno aislado y nos pasamos años hablando de las políticas públicas necesarias para controlar un flagelo que no entendemos cómo llegó hasta aquí, y del que el mismo gobierno y, sobre todo, la clase dominante, son responsables directamente.
 
Cosas tan graves como la denuncia del involucramiento directo de la cúpula policial en asesinatos selectivos son tema de unas horas; un circo en el que los presuntos implicados aparecen como estrellas de cine en todos los medios, pero ninguno llegará nunca a poner un pie en la cárcel. Igual sucede con el saqueo de todas las instituciones del Estado, duran en la discusión de la gente un tiempo y luego son sustituidos por otro escándalo nuevo.
 
En las filas de la derecha opositora a Juan Hernández, la reelección es causa de pánico, más por la posibilidad de que gane la elección José Manuel Zelaya que el continuismo del que sin sentido llaman “dictador”. A todo esto, el embajador yanqui, personaje tenebroso por definición, es visto con esperanza, como el salvador que finalmente pondrá fin a las penurias que hemos estado pasando. Muchos llegan incluso a decir que: “no es posible tanta maldad”. Ese solo hecho los asusta tanto que una alianza opositora a nivel de cúpulas es improbable.
 
Estrenando escándalo cada lunes, nadie se percata del aumento injustificado de los combustibles, de la energía eléctrica; de la privatización de todo, incluyendo el agua. Imbuidos en una visión coyuntural controlada, no existe un planteamiento coherente que nos traiga de regreso a la realidad. Parece que estuviéramos todos en una fiesta con los ojos vendados, tratando de agarrar a garrotazos una piñata que no existe.
 
Llegamos a un punto en el que no sabemos nada convencidos de dos cosas terribles: que estamos bien informados, y que somos dueños de nuestras opiniones, ambas convenientemente lejanas a cualquier ideología, “porque eso lo contamina todo”, es más fácil y mejor achacar todo al destino, al bien y al mal, a la buena voluntad de los gringos, e incluso a la bondad de la cúpula militar. Estamos en un punto en que seríamos felices si le dieran un golpe estado a Juan Hernández, aunque no tengamos idea de quien lo haga.
 
He planteado esto para evidenciar una debilidad que hemos acarreado por muchos años, pero que ahora nos ha vuelto más vulnerables que nunca: no controlamos nuestras ideas, y no podemos salir de la “agenda” cultural o ideológica en que nos tiene capturados el sistema. Bajo estas circunstancias, el país marcha tristemente a su destrucción, y nosotros entregaremos hasta la última gota de sangre en el proceso, no defendiéndonos, sino como víctimas complacientes.
 
Muchos se preguntarán ¿y este mensaje fatalista no nos dice que no hay nada por hacer? Yo respondo: al contrario, el panorama expuesto nos debe animar a entender que para que las cosas cambien, nosotros debemos ser actores de la realidad, no víctimas. Que alterar este proceso depende en gran medida de nuestra capacidad para organizarnos alrededor de una posición común sobre nuestro país, asumiendo la realidad desastrosa en que se encuentra, y dándole a los escándalos cotidianos un lugar menos relevante en nuestra agenda política.
 
Después del impacto de ver lo que sucede en Honduras, no nos cabe duda que este modelo se experimenta para aplicarlo en todo el continente; aquí podemos pensar dos cosas que no parecen inquietarnos nunca: las razones del imperio para darle tanta importancia a este país centroamericano; y nuestras propias razones para insistir en ignorarlo.
 
Como laboratorio, Honduras ha servido para experimentar lo que los estrategas piensan debe ser un mundo posterior a la derrota del progresismo de izquierda en nuestro continente; pero eso no quiere decir que estemos derrotados ni que ellos dejaran de luchar por culminar exitosamente su tarea. Ahora bien, en esta porción del mundo se juega mucho más de lo que creemos; y vale la pena pensarlo porque este es el escenario invisible de la lucha por lo que Brzezinski llamó “el gran tablero mundial".

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