El marketing de la violencia en Honduras y el continuismo | Blog | teleSUR
24 abril 2016
El marketing de la violencia en Honduras y el continuismo

En una sociedad como la hondureña, en la que los fenómenos políticos son vistos de forma más bien deportiva, el proyecto hegemónico de Estados Unidos para América Latina encuentra un laboratorio perfecto para afinar y mejorar las tácticas a implementar, no solo para destruir los procesos de liberación de nuestros pueblos, sino también para el posterior dominio y sojuzgamiento neocolonial que debe prevalecer por muchas décadas en nuestro continente.

El marketing de la violencia en Honduras y el continuismo

En razón de esto, todos los países de Latinoamérica deberían estudiar el caso Honduras como parte de la defensa de sus procesos, así como la construcción de nuevos escenarios revolucionarios. Además de su carácter geoestratégico crucial para los intereses gringos, la construcción cultural, sostenida en el estremecimiento constante de la sociedad a base de gigantescos movimientos de propaganda, en Honduras se construye la maquinaria contracultural destinada a recuperar la hegemonía neoliberal, debilitada en los países revolucionarios durante las primeras dos décadas de este siglo.

Es así como la violencia adquiere un sitial privilegiado en los planes hegemónicos imperiales: ya no solo la violencia vertical desde la potencia contra los más débiles (como las agresiones descaradas a Irak, Siria, Libia, etc.), o la violencia vertical local ejercida abiertamente por los órganos represivos del Estado como parte de su defensa del sistema, sino, principalmente, la violencia “asimétrica” y omnipresente que desintegra los pueblos como entidad, y supone una lucha descarnada de “todos contra todos” sin ningún resultado previsible, y con el consiguiente beneficio de quienes propician las condiciones que generan el fenómeno.

Aquí entra en operación plena una maquinaria de marketing que promueve la violencia como un producto más; la posiciona en la mente del público que pasa a ser una masa de potenciales “clientes”. El marketing se encarga de crear la “necesidad” incontrolable de violencia, y a su vez le da las connotaciones que le vienen mejor a los “usuarios”: las victimas llegan incluso a encontrar una esperanza en la violencia misma (especialmente esperando la intervención salvadora de las fuerzas norteamericanas), mientras a quienes apoyan el Statu Quo le sirve como ámbito de confort, de certeza y seguridad (el régimen nos protege y sabe qué hacer).

En realidad la violencia no es una novedad per se: de hecho tampoco lo son las espectaculares noticias sobre la implicación de la policía, los círculos políticos y financieros en crímenes de todo tipo en asociación con el crimen organizado. El asunto que cambia todo es justamente el mercadeo que provoca corrientes de opinión, que esconde verdades, genera culpables y héroes y produce coyunturas en las que la sociedad entera participa sin quererlo.

La mejor muestra de la imposición de una agenda de violencia desde el mercadeo manipulador queda plasmada en la incapacidad de muchos segmentos de la sociedad de escalar su descontento a formas más organizadas y eficientes de lucha política. La otra “virtud” del marketing es lograr que la sociedad niegue la violencia como un camino, mientras es víctima de la misma. Hoy no parece necesario un esfuerzo de control represivo toda vez que tenemos a una sociedad pacifista, que raya en la pasividad, frente a un régimen brutalmente violento.

Fijémonos en el New York Times o Insight Crime, por ejemplo, dedicando amplios reportajes a Honduras, específicamente a la “revelación” de hechos conmovedores. Tal es el caso de la implicación de generales y altos oficiales de la policía en el asesinato de un jefe antidrogas, o el que `deja al descubierto las intrincadas conexiones entre el crimen organizado y los círculos políticos. Nadie en este país puede decir que no sabía, que no había escuchado sobre la penetración del crimen organizado en todas las esferas de la vida nacional, especialmente la política y la económica, y, sin embargo, el shock se produce de todas maneras y la sociedad se paraliza.

Y el asunto es meramente mediático; ninguno de los generales es encarcelado, ni huye. Asombrosamente se quedan en el país, y cada movimiento que hacen es seguido por los medios. Algunos de ellos llegan hasta el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos, y todos revelan grotescas ejecuciones, asociación con el gobierno, relaciones oscuras y tenebrosas, pero ninguno es encausado. Si consideramos la cantidad de veces que venos en televisión supuestos pandilleros capturados sin presunción de inocencia, que nunca son abordados por los medios más que para el circo de su aprensión, la conducción del caso de los generales es a todas luces diferente.

Mientras tanto, el marketing nos ha hecho mudarnos hacia una etapa de terror útil, ahora nos muestran los videos de asesinatos dantescos tomados por las cámaras de seguridad, ejecutados con toda frialdad por grupos que despliegan gran capacidad de fuego y amplio radio de operatividad. La violencia nos llega de varias direcciones a través del mercadeo pero nos dice una sola cosa: estamos indefensos, no controlamos nuestras vidas y no hay salida. Lo más grave, todo lo que sucede es voluntad de la providencia, y nuestros enemigos son percibidos como redentores.

Claro, nada de esto sucede como efecto de la acción voluntariosa del azar. Las condiciones, la estrategia, las tácticas, cada paso son el resultado de etapas bien definidas y llevadas a la practica con el fin de perfeccionar un modelo que sea aplicable a otras sociedades latinoamericanas. El objetivo político es evidente; la violencia en Honduras no es diferente a la que agobia a los venezolanos o a los salvadoreños, e igual que aquellos sigue un solo propósito, desmoralizar a nuestros pueblos encerrándolos en una burbuja de terror. Curiosamente, quienes llevan adelante todo esto, se auto proclaman cruzados contra el terrorismo.

Al final, todo es una guerra para imponer la desigualdad y la miseria que vienen asociadas al capitalismo neoliberal, y con ello intensificar los patrones de distribución que favorecen el despojo y la desposesión. Muy probablemente, la meta para el siglo XXI sea destruir los rasgos nacionales de la américa latina para dar paso a grandes consorcios que magnifiquen la “eficiencia” del mercado.

Y claro, no existe ni bondad ni maldad en el medio, solo intereses. El que no pueda defender los suyos pierde, y lo pierde todo. Así, entender el entorno es crucial. Por ejemplo, la reelección es vista como una “mala señora” que no viene a quitarnos la “tranquilidad” que produce la “alternabilidad” en el poder. Nadie percibe que el continuismo de los poderes facticos esta indisolublemente vinculado a la continuidad del plan estratégico del imperio para Honduras, que, a su vez, forma parte de un plan más grande de carácter hegemónico contra nuestro continente.

También es imperativo darse cuenta de que la violencia, su mercadeo y el continuismo van en el mismo “paquete” y por ahora al menos, es imprevisible que una sirva para frenar a la otra, sino, por el contrario, ambas sirven para consolidar los intereses de un “jefe único”.

Y ojo que esto es verdad para todos nuestros países, con las variantes que cada caso amerite, pero siguiendo a pie juntillas un solo guion.


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