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Las Madres, de la casa a la Plaza

| Foto: Archivo

Publicado 23 marzo 2016



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La Dictadura utilizó las armas del patriarcado, desde la agresión simbólica y cultural hasta la más cruda tortura, persecución y muerte por violencia de género. Sin embargo, paradójicamente, en medio del terror surgieron las Madres de Plaza de Mayo, resignificando y politizando la maternidad y los lazos de familia. Una experiencia para seguir reflexionando y aprendiendo.

Para llevar a cabo el control, el terror y el disciplinamiento social, la dictadura cívico militar apeló fuertemente a las armas del patriarcado, tanto en lo simbólico y cultural como en la violencia material concreta. Los años de represión produjeron un enorme retroceso en materia de género respecto de la década anterior. Mientras que a las mujeres se les impusieron roles tradicionales que las relegaban al espacio doméstico y las anclaba en la pasividad, a las identidades sexuales disidentes se las persiguió.

La violencia hacia las mujeres fue el arma de dominio y de castigo, fundamentalmente hacia todas aquellas que se corrían del rol tradicional y eran militantes políticas: casi todas las que estuvieron detenidas en centros clandestinos de detención reconocen haber sufrido alguna forma de violencia y/o abuso sexual. Y aunque no figuraron ni en la CONADEP ni en los reclamos de los organismos de derechos humanos, también existieron personas detenidas y desaparecidas por su orientación sexual: Carlos Jáuregui en su libro La Homosexualidad en la Argentina estima que unos 400 homosexuales fueron detenidos durante la dictadura, muchos de ellos torturados, violados y hasta asesinados,  y agrega que “el trato que recibieron fue similar al de los compañeros judíos desaparecidos, especialmente sádico y violento”.

La familia como institución fue la otra pieza clave del terrorismo de Estado. Sus mismos ideólogos estaban convencidos de que era imposible la “reorganización nacional” sin el aporte de “una familia fuerte, arraigada profundamente a las más nobles tradiciones de la Patria”. Todos sus integrantes estaban llamados a colaborar con los objetivos del “Proceso”, pero recaía especialmente sobre las madres cuidar a los hijos e hijas de “la subversión”. Justamente, por ser quienes se encargaban de las tareas de cuidado y de crianza, las madres debían controlar las lecturas, las compañías, los lugares que frecuentaban, las actividades.

La familia era considerada la base fundamental para formar a las nuevas generaciones: tenía la misión de “extirpar” las “células enfermas” del tejido social, con el fin de formar un país “sano”. Tal es así que muchos apropiadores justificaron el robo de bebés, niños y niñas, a través de la cínica explicación que los asignaban a otras familias respetables para que crecieran a salvo del “veneno de la subversión”.

Con mujeres tendrán que pelear

Como una ironía del destino, fueron mujeres las que llevaron adelante la más contundente de las oposiciones a la más feroz de las dictaduras, y la hicieron tambalear. Un día de 1977 aparecieron catorce madres que aún no se habían ganado la “M” mayúscula. Se dieron cita en Plaza de Mayo para entregarle un petitorio a Videla. Querían saber el paradero de sus hijos e hijas secuestrados por comandos misteriosos.

Ser mujeres y madres no las colocaba fuera de peligro: algunas de ellas pagaron con su vida tamaña osadía, como Azucena Villaflor, Esther Ballestrino y María Ponce de Bianco, iniciadoras del movimiento que fueron secuestradas y desaparecidas por el trabajo de Alfredo Astiz, que se infiltró entre sus filas.

Las madres se juntaban en la plaza. Llegaba la policía y las echaba. Ellas volvían. Las llevaban presas. Y volvían. Como les ordenaban circular, comenzaron a dar vueltas alrededor de la Pirámide, con la fotografía de sus hijas e hijos desaparecidos. Empezaron poniéndose un pañal en la cabeza para reconocerse entre ellas. Luego, comenzaron a marchar llevando la foto de cualquiera. Su ronda de los jueves restituyó a la Plaza de Mayo como un espacio de movilización contra el poder. Y rondando y rondando comenzaron a ser las Madres de todos, las madres de los 30 mil, encarnando un discurso y una práctica que echó por tierra aquellos mandatos sobre la maternidad que los viriles padres uniformados pretendían imponerles.

La maternidad como un hecho político

Las Madres de Plaza de Mayo se constituyeron como un movimiento que, a partir de la coyuntura política y en medio del terror y el dolor, llegó a consolidarse como un grupo social de lucha y transformación social. Un grupo de mujeres que, basándose en su condición de madres, entró al mundo público y político que hasta ese momento les había sido vedado.

Se trata de una experiencia inédita sobre la que hoy, 40 años después, es necesario seguir reflexionando y sacando lecciones. Todo lo que afrontaron lo politizaron. Frente a la imposición del silencio y la resignación dentro de las casas, politizaron el duelo. Y ante los mandatos, ejercieron una maternidad desobediente de las reglas patriarcales, resignificando los lazos de sangre sobre la base de una construcción política y colectiva. En ese camino, también enfrentaron el sentido común del poder que las tildaba de “madres de los terroristas”. El temor frente a la dictadura hacía que muchas familias dijesen “mi hijo no hizo nada”, “mi hija solamente iba al barrio”, “mi hijo solamente estudiaba”. Y así, miles y miles de militantes quedaban marginados y la militancia era estigmatizada. Las Madres no lo permitieron y los reivindicaron como revolucionarios y revolucionarias. Todos revolucionarios: quienes tomaron las armas, quienes alfabetizaban, quienes militaban en la Iglesia del Tercer Mundo, en la fábrica o en el centro de estudiantes; los que escribían o cantaban; en fin, los que soñaban y luchaban por un país más justo y solidario.

“Nuestros hijos nos parieron. Yo lo tomé desde la realidad más pura: nuestros hijos desaparecieron, y nacimos nosotras. Yo, hasta el 7 de febrero de 1977, era todo lo que viví en el pueblecito chiquitito donde me crié. Y el día en que me desapareció mi hijo me convertí en Hebe de Bonafini”, relataba Hebe en un reportaje realizado por Graciela Di Marco.

Pero también es verdad que las Madres nos parieron a todas y todos con su lucha. Sus experiencias y su intransigencia frente al poder, plasmadas en consignas como “Aparición con vida” durante la dictadura y “Ni un paso atrás” y “No olvidamos, no nos reconciliamos” después, en las primeras épocas de la democracia, transmitieron grandes enseñanzas para las nuevas generaciones militantes.

**Publicado en Periódico Cambio, Nº35.


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