• Telesur Señal en Vivo
  • Telesur Solo Audio
  • facebook
  • twitter
  • El pueblo saharaui, a partir de 1975, fue despojado de sus tierras por Marruecos, el ocupante, y desde entonces sobrevive, digno, heroico y resiliente.
    En Profundidad

    El pueblo saharaui, a partir de 1975, fue despojado de sus tierras por Marruecos, el ocupante, y desde entonces sobrevive, digno, heroico y resiliente.

FiSahara, único festival de cine en todo el mundo que se celebra en un campo de refugiados, organizado por el pueblo saharaui.

Mustafá es funcionario del Ministerio de Educación de la República Árabe Saharaui y me aloja en su casa, con su familia. Hoy por la mañana nos subimos a su auto y llegamos al campamento de Auserd, donde se celebra el festival de cine. Entonces, al bajar, dos mujeres pasaron por delante del carro, de espaldas. Una era rubia y la otra morocha, y Mustafá, al instante, las reconoció.

-¡Laura! ¡Sara!, gritó.

Las mujeres, entonces, dieron media vuelta y al ver a ese hombre, la reacción fue instantánea. Ambas al mismo tiempo, desbordadas de alegría, corrieron hacia él y los tres se fundieron en un abrazo fortísimo, profundo, sincero y hermoso. Un abrazo verdadero. Desde un costado, al lado del auto, yo, que miraba la escena, no pude evitarlo. La emoción, contenida desde hacía unos días, dio cauce a su exterioridad (tan necesaria) y salió de mi cuerpo. Las lágrimas, así, empezaron a brotar de mis ojos...

Así, a puro llanto, comencé la primera jornada del FiSahara24, la 18va edición del único festival de cine en todo el mundo que se celebra en un campo de refugiados. Lo organiza el pueblo saharaui, que a partir de 1975 fue despojado de sus tierras por Marruecos, el ocupante, y que desde entonces sobrevive, digno, heroico y resiliente, en un pedazo del desierto que Argelia les cedió para que tengan un lugar donde rehacer sus vidas, hasta que llegue el día en que puedan volver al lugar que les pertenece.

Llegué al campo de refugiados de Boujdor, uno de los tantos que alojan a los saharauis, hace sólo dos días. Pero por la intensidad de lo que viví, siento que estoy aquí hace dos años. Me aloja Mustafá, una de las personas más amables que conocí en mi vida. Uno de esos hombres que dejan adivinar, sólo con su expresión despojada de toda malicia, un dechado de virtudes, empezando por la bondad, la calma y la sabiduría. De palabra medida y voz que apenas quiebra el silencio, el corazón de Mustafá, en cambio, es enorme, inmenso. Y él lo brinda a toda hora, con sinceridad y sin sobreactuaciones. 

Todo el tiempo preocupado por mi bienestar, este hombre no me dejó siquiera buscar mi billetera desde que puse un pie en su casa: "Aquí, vos sos mi invitado y te vamos a dar todo lo que esté a nuestro alcance".

A mí, toda esa bondad me produce una emoción muy grande. Porque es la bondad de alguien que vivió una vida terriblemente difícil, repleta de sufrimiento -exiliarse, dejar atrás su tierra, sus afectos, vivir en un campamento de refugiados- y que, sin embargo, pese a todo lo vivido y a tantas heridas y cicatrices, no le guarda rencor a la existencia. Por el contrario: la celebra y la disfruta. Y sin fingir nada; auténtico.

Lo cierto es que aquí, en el desierto, el día a día de la gente es realmente muy complicado. Y no sólo por el exilio y la angustia de lo dejado atrás, sino también por las condiciones reales de existencia: 55 grados de calor a la sombra en junio y, principalmente, la acuciante falta de agua. Darse una ducha en el Sahara es todo un lujo... y mejor comer todos del mismo plato, porque se usará mucha menos agua para lavarlo. Así es cómo se viven los refugiados en esta región; un sacrificio tras otro, gente austera, el clima terriblemente árido y la cotidianidad, hecha de pequeños triunfos que sirven para escamotear -por un ratito más- la pobreza.

Por todo eso es que venía cargado estos días, con la emoción a flor de piel.  Porque es conmovedor encontrarse con gente tan buena -gente que aunque no tenga nada te dará todo- en un lugar tan difícil. Así, generoso y amigo, es Mustafá, así también es su familia. Y así es todo el pueblo saharaui, gente muy sufrida, piernas de nómade y corazón de roble. Como les dije: ya venía cargado, conmovido, y entonces fue que vi el abrazo...

Mustafá y las dos chicas, antiguas voluntarias en la organización de un festival anterior, y esa alegría infinita del reencuentro, el placer de volver a ver a las personas que uno quiere. Me emocionó tanto ese acto tan simple, algo tan básico como un fuerte abrazo sincero, porque también, al mismo tiempo que los veía felices, pensé en todos los abrazos que no pudieron ser dados, en los exilios, las separaciones, las familias resquebrajadas y las sonrisas postergadas. Tantas de ellas. Todo estaba ahí, contenido, en esa escena bella, en mis ojos llorosos, en la memoria de las arenas y el transcurrir del desierto.

Mañana, en la 2da entrega de este diario, les contaré sobre el festival de cine propiamente dicho: las películas bajo las estrellas, la organización, la cultura saharaui. Pero... ¿Saben por qué, en el título de esta entrada puse que es el "mejor festival del mundo"? Muy simple: porque lo organiza gente como Mustafá. Y eso es más que suficiente.


Comentarios
0
Comentarios
Nota sin comentarios.