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Caminos al acercamiento (Parte 1)

| Foto: Archivo

Publicado 9 julio 2014



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La presidenta chilena. Michelle Bachelet, en cadena nacional anunció que su gobierno había decidido objetar la competencia de la Corte Internacional de Justicia de La Haya en la demanda presentada por Bolivia argumentando que “nuestra decisión se sustenta en la defensa inclaudicable de nuestra integridad territorial y de los intereses nacionales", agregando que Chile (su gobierno) defendía lo establecido por el tratado firmado entre Bolivia y Chile el año 1904 y que establecieron los límites que hoy esgrime Chile como inamovibles,  tras la denominada Guerra del Pacífico

Un error garrafal

El gobierno de Michelle Bachelet comete con esto un error de proporciones y aleja la posibilidad de un entendimiento entre nuestros pueblos. Se argumenta por los expertos chilenos y por extensión de la clase política nacional “la incapacidad del tribunal para revisar tratados previos a 1948” año en que se firma el denominado Pacto de Bogotá. Con ello se echa por tierra la posibilidad de sentarse a dialogar, de “obligar a Chile a discutir sobre la salida de Bolivia al mar” es decir, se echa por la borda el pedido boliviano de discutir seriamente el tema de recuperación de su cualidad marítima. Bolivia solicita y Chile le cierra la puerta, que de buena fe se discuta sobre los derechos expectaticios (un derecho latente no perfeccionado) que La Paz dice tener de Chile, por promesas dadas de discutir una vuelta al Pacífico.

Pero, no me detendré en este trabajo a analizar las razones jurídicas, ni los argumentos sesudos desde el punto de vista de las leyes y de lo que se debe hacer o no frente a un tratado firmado en 1904 y no posterior al año 1948. No me detendré frente a los diplomas, los doctorados en derecho internacional de los agentes que defienden a Chile en La Haya. No caminaré por el argumento manido y que desprecio profundamente que aquí los tratados no se tocan o como lo ha dicho con toda las soberbia que podría tener un Canciller de la República “La puerta de una salida soberana al mar para Bolivia está cerrada para siempre” como lo dijo, sin que le temblara la barbilla el Ministro de Relaciones Exteriores de Chile Heraldo Muñoz. Un mensajero, por tanto, de malas noticias para nuestro vecino.

La demanda presentada por Bolivia en la Haya es inconducente sostuvo el alto funcionario público chileno “la posición de Chile es hoy y ha sido así por mucho tiempo, que Bolivia no tiene derechos y una demanda como la que ha planteado no conduce a nada, probablemente muy larga, muy onerosa para ambas partes. Es una demanda que no tiene sustento jurídico. Uno quizás nunca debería decir nunca pero la posición de Chile hoy y ha sido así por mucho tiempo, es que Bolivia no tiene derechos”.

Para que no quedarán dudas,  que la teoría de las cuerdas separadas  tan arraigada en el seno  de piñerismo no ha salido del ADN de la cartera de exteriores, Muñoz sostuvo  en esa entrevista dada a CNN Chile el pasado mes de junio, cuando se avizoraba que Chile se decantaría por la incompetencia de La Haya que “con Bolivia hay que seguir buscando grado de cooperación, independientes de esta demanda” . Es decir negociar, negociar, ganar dinero, aspirar al gas boliviano y a sus aguas que tanto necesita el norte chileno pero, las puertas al Pacífico están cerradas. Socios sí pero no me pidan que los considere hermanos se lee tras las palabras del heraldo de la presidenta.

En el marco de los vínculos entre Chile, Perú y Bolivia existen asuntos de clara connotación geopolítica, considerados como intransables, sobre todo en el campo de los límites territoriales, sean estos continentales o marítimos, ensombreciendo la búsqueda de las buenas relaciones vecinales. Que error estimada presidenta, que error frente a la posibilidad de buscar el acercamiento con nuestros hermanos bolivianos. ¡Pues sí, son  nuestros hermanos! aunque a la mestiza sociedad chilena, influenciada por décadas de argumentos, de discursos, de conductas de desprecio a nuestros hermanos del norte, les parece mejor mirar el norte brutal y revuelto que nos desprecia a acercar sueños, esperanzas y desarrollo sostenible con aquellos que son nuestros vecinos y con quienes compartimos una historia común.

Entender los procesos actuales de relación entre Chile y Bolivia es remontarse históricamente, es refrendar la máxima que no hay peor ciego que el que no quiere ver y en ello Chile, ha dado palos de ciego en sus vínculos regionales inmediatos y la imperiosa necesidad de solucionar sus querellas. En el caso específico de Perú, parte importante de ese contencioso quedó definido y enmarcado en el dictamen de la Corte Internacional de Justicia de la Haya dado a conocer a inicios de este año. Considerado un fallo de carácter salomónico, ha logrado descomprimir uno de los problemas limítrofes que tenía el Estado chileno, a pesar de su negativa a considerarlo, históricamente, un tema necesario de resolver, bajo el crónico argumento que era un tema netamente jurídico, ya definido y acordado por acuerdos y tratados firmados entre ambos gobiernos.

La decisión de la Corte Internacional de Justicia de La Haya resolvió en el mes de enero del año 2014,  modificar lo que era, hasta entonces, la frontera marítima entre Chile y Perú, mediante una sentencia de carácter inapelable. En una salida jurídica, que para algunos analistas de derecho internacional, sigue la doctrina de la justicia contextualizada,  que siguió la lógica de una salida en que ninguna de las partes puede sentirse enteramente perdedora o ganadora, por ello hablamos de “salomónica”.

Perú consiguió un triángulo exterior que hasta enero del 2014 era enteramente chileno, cuya línea de equidistancia se fijó en las 80 millas náuticas y no en las 200 pretendida por Chile y menos aún se tuvo en cuenta la pretendida insistencia chilena que con respecto a límites y tratados estos eran inmodificables. Bolivia al presentar su memoria en La Haya ha hecho lo que haría cualquier pueblo que ha visto truncado su desarrollo por una mediterraneidad injusta e impuesta a punta de bayonetas y corvos, los mismos que hoy se regalan por participar en competencias de fútbol.

Un poco de historia no le hace mal a nadie

135 años atrás, en la denominada Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre según la historiografía que se consulte, tres naciones sudamericanas se enfrentaban: Chile contra Perú y Bolivia. La contienda finalizó con el triunfo del ejército chileno sobre la coalición, que significó para Chile la incorporación de los actuales y ricos territorios de la Primera y Segunda Región (Tarapacá y Antofagasta respectivamente) . Bolivia, en aquella contienda, acabó aislada y en condición mediterránea al perder su acceso a los puertos del Pacífico. Esta situación ha sido una reivindicación centenaria del vecino país y bandera de lucha de todos y cada uno de sus políticos. Para Perú, la Guerra significó la pérdida de la ciudad de Arica e Iquique, actuales polos de desarrollo económico de la primera región chilena y centro de salida del 70% de las exportaciones bolivianas.

En ese mismo período y aprovechando la Guerra en el norte, la República Argentina ocupó militarmente el área al sur del Río Negro y obligó al gobierno chileno de la época, dirigido por el presidente Domingo Santa María, a firmar un Tratado de Límites que entregó ese amplio territorio a la soberanía argentina. Más de 1 millón de kilómetros cuadrados, ricos en yacimientos de hidrocarburos, gas natural y de placidez alimentaría para millones de cabezas de ganado. Todo esto confirmado en la actualidad pero que en aquellos tiempos se suponía, bajo el influjo de los estudios del naturalista Charles Darwin, que eran territorios sin ningún valor.

El mes de marzo representa para el pueblo boliviano, un período de recuerdos dolorosos,  pues se conmemora la pérdida de su cualidad marítima y con ello el comienzo de 135 años de enclaustramiento mediterráneo.  El 23 de marzo del año 1879 las tropas chilenas, en pleno desarrollo de la Guerra del Pacífico o Guerra del Salitre, según la historiografía que se consulte;  atacaron el pueblo minero boliviano de Calama, muriendo en la defensa de ese enclave el considerado héroe nacional altiplánico, Eduardo Abaroa Hidalgo. Desde ese momento el mencionado 23 de marzo deviene en el hito histórico por excelencia de Bolivia, que significó no sólo el retiro de las tropas de ese país del denominado en ese entonces  Departamento del Litoral, sino también el impedimento para volver a ocupar territorio con acceso al Océano Pacífico y con ello el inicio de un contencioso, a estas alturas crónico y poco beneficioso para las relaciones entre ambos pueblos.

Con Bolivia, el tránsito de demanda, por una salida soberana al Océano Pacífico, pérdida en una Guerra sostenida contra Chile entre los años 1879 y 1881 ha sido un camino duro, un diálogo de sordos,  en muchas ocasiones y esperanzas de lograr acuerdos, en otras. Búsqueda de arreglos, que  fracasaron con gobiernos civiles e incluso dictaduras militares como la de Augusto Pinochet en Chile y Hugo Banzer en el país altiplánico, que paradojalmente supuso el momento de mayor cercanía para lograr el ansiado deseo boliviano de retornar al Pacífico en el  denominado abrazo de Charaña en el año 1978. Un año complejo, pues ese mismo año la Dictadura Militar chilena estuvo a punto de enfrascarse en una guerra con la Dictadura Militar Argentina en los mares del sur - por el dominio de las islas, Picton, Nueva y Lenox ubicadas en el Canal Beagle – y  que supuso la intervención del Vaticano, en una mediación que detuvo una contienda bélica ad portas.

Charaña representó un Acta Histórica,  que permitió restablecer las relaciones diplomáticas entre Chile y Bolivia, suspendidas desde el año 1962, sentando, además, las bases para la elaboración de un diseño político internacional, que permitiera concretar una solución aceptable para Bolivia en materia de su recuperación de la cualidad marítima. El gobierno chileno propuso, en aquella ocasión el ceder una franja de tierra a lo largo de la frontera que se tenía con Perú, que iba desde el Océano Pacífico hasta la frontera con Bolivia.  Esta idea fracasó estrepitosamente, principalmente porque uno de los actores en las negociaciones – que no estuvo presente en aquella ocasión – se negó a aceptar una partición de territorio que supusiera el dejar de tener frontera con Chile, apelando para ello a lo estipulado en el Tratado del año 1929. Efectivamente, como Bolivia exigía una salida soberana al mar y ante la posibilidad que Chile se la diera cediéndole territorios anteriormente peruanos, el gobierno peruano que firmó el tratado de 1929 con Chile exigió la incorporación  de un protocolo complementario en la que se estipularía que Chile no cedería ningún territorio que hubiese sido peruano a Bolivia sin consultar primero al Perú.

Existe una fecha anterior al Acta de Charaña, tres décadas antes,  que también permitió vislumbrar un acuerdo favorable a Bolivia. Me refiero a las conversaciones llevadas a cabo, entre Santiago y La Paz, en el período que va desde el año 1947 al 1950, para otorgar una salida al mar a Bolivia, bajo la idea de un corredor terrestre que tendría como contrapartida, una serie de compensaciones en el área económica, fundamentalmente vinculadas a la utilización de las aguas del lago Titicaca, para un norte chileno sediento en materia de agua para seres humanos y la industria minera en pleno desarrollo.

Dichas tratativas quedaron estancadas, por dos razones principales: negativa recepción de la parte peruana a la idea de llegar a un acuerdo chileno-boliviano que se negaba a otorgar su voto positivo, para que Chile ocupara las aguas del lago Titicaca unido a una percepción de las sociedades chileno-boliviana y peruana poco favorable a consensuar un acuerdo que para unos y otros implicaba ceder “demasiado”. Medio siglo después, para Ollanta Humala, actual presidente peruano, frente a la posibilidad de ceder un corredor a Bolivia al norte de Arica ha sostenido, que respalda la reivindicación boliviana de salida al mar y que está plenamente de acuerdo con ese corredor pero que sea al sur del puerto de Arica. Cualquier mecanismo de negociación bilateral entre Chile y Bolivia involucra, necesariamente, al Perú, sus intereses y su política de Estado. Y, si ello no se considera y planifica así,  “cualquier mesa de negociación será una mesa coja” ha sostenido el mandatario peruano.

Política de Estado en materia exterior

Cuando en Bolivia el MAS aún definía cuál iba a ser la fórmula presidencial para enfrentar las elecciones del año 2005 – que finalmente le dieron la victoria a Evo Morales – este articulista entrevistó en su departamento de la capital boliviana, a quien sería finalmente vicepresidente: el sociólogo y ex guerrillero Alvaro García Linera quien ante la interrogante sobre el cómo mejorar las relaciones con Chile sostenía “ el mundo innegablemente ha cambiado y ello implica mudar las viejas formas de entender las relaciones entre nuestros pueblos. Relaciones que deben avanzar de manera franca, abierta y honesta y ello obliga a resolver el viejo tema del acceso marítimo de Bolivia. Tema que está inmerso en la identidad cultural de nuestro pueblo.

El boliviano se define como boliviano a partir de las expropiaciones que considera que ha sufrido, tiene una carga histórica victimizada muy fuerte. Pensar que es posible articular relaciones de colaboración, integración y de hermandad entre países que nos necesitamos, soslayando una carga hereditaria tan fuerte, es muy difícil. Hay que avanzar en la integración, paralelamente al reconocimiento de nuestra demanda centenaria y esa señal debe venir de vuestro gobierno, de éste o del que venga”

Para García Linera esa aspiración no cambiará (y no ha cambiado en absoluto desde aquel entonces) y hace imposible integrar a nuestros pueblos sin que ello vaya acompañada de solucionar la reivindicación boliviana  centenaria de recuperar el mar “La posibilidad de integración con Chile en el plano energético, hídrico, económico, político u otros pasa, obligatoriamente, por dar una solución al enclaustramiento marítimo boliviano. No lo ponemos como paso previo a los temas que enumeré, no se trata de no poder hablar sin antes tener salida soberana al mar. Puede ser un trabajo paralelo, con avances simultáneos. Con Chile lo que queremos tener no es una relación entre empresas petroleras transnacionales, sino que una relación de Estado a Estado, de dueños de sus riquezas naturales a otros dueños de sus riquezas. Queremos relaciones con Chile, sin empresas que consideran a los  pueblos donde se instalan, sólo como mano de obra barata. Ya tuvimos la amarga experiencia de los acuerdos del año 2001 iniciados por Banzer y continuados por Tuto Quiroga, asumidos por Sánchez de Losada y que generaron la denominada Guerra del Gas. Eso en Chile lo tienen que recordar y no cometer los mismos errores creyendo que hay que negociar con transnacionales en lugar del Estado Boliviano y en eso seremos inflexibles”.

Las palabras de García Linera, tras nueve años de pronunciadas, están más presente que nunca, concretadas incluso con una presentación ante la corte internacional de Justicia de La haya, mostrando con ello que Bolivia está dispuesto al uso de todos los instrumentos legales de que se dispone para sentar a Chile a la mesa de negociaciones para que “de buena fe se discuta sobre los derechos expectaticios (un derecho latente no perfeccionado) que La Paz dice tener de Chile, por promesas dadas de discutir una vuelta al Pacífico.

Para el abogado e internacionalista boliviano,  Fernando Salazar Paredes este derecho expectaticio más que la idea de un oxímoron definido por algunos cientistas chilenos,  es un  pleonasmo, entendido éste como una especie de redundancia de palabras distintas que sirve para intensificar, resaltar o destacar el concepto que se quiere transmitir. Los derechos expectaticios de Bolivia están librados a la buena voluntad de dos países hermanos, uno más que el otro. Para este intelectual boliviano los derechos expectaticios de su país tienen, por ahora, más validez política que jurídica; son para ser esgrimidos en las negociaciones políticas, no ante una Corte que juzga en derecho; éstos, lamentablemente, carecen de una legitimidad jurídica ‘per se’, aunque sí tienen un valor ilustrativo y de convencimiento de primer orden.

En aquellas fechas, igualmente,  tuve la oportunidad de entrevistar a quien sería pocos meses después el primer presidente indígena de Bolivia: Evo Morales Ayma. En esa ocasión,  Morales expresó su deseo que Chile tuviera un cambio sustancial en la manera de llevar adelante su relaciones con Bolivia. Algo de ese deseo se ha ido cumpliendo. ¿La posición chilena de no ceder en el tema marítimo puede ocasionar un conflicto en la región? pregunté en aquella ocasión,  Evo respondió “Chile tiene miles de kilómetro de costa, nosotros tenemos millones de metros cúbicos de gas y agua. Podemos compartir nuestros recursos naturales pero a cambio de recuperar nuestra cualidad marítima”

Esas palabras siguen tan vigentes hoy como ayer, a pesar que la propia miopía política de la política exterior chilena y las presiones políticas internas condujeron al gobierno boliviano a dirigir su mirada y sus legajos de documentos a la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Es este tipo de miopía lo que hace concluir que Chile tiene una mirada soberbia, de sostener la vista en el norte y tener escasa habilidad y voluntad de solucionar contenciosos en el ámbito vecinal.

Al asumir su primer período presidencial, en marzo del año 2006, el mandatario boliviano Evo Morales se planteó trabajar por dotar a su país de una política exterior profesional y enfocada, principalmente en acercarse a Latinoamérica y tener como eje prioritario el retorno al Pacífico, como permanente aspiración de la sociedad boliviana, radicado en su ADN político y social.  Fue así que al poco tiempo de asumir el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, el canciller boliviano David Choquehuanca se reunió en las riberas del lago Titicaca, con la plana directiva de la Cancillería boliviana, además de diversos representantes de instituciones y sectores de la sociedad civil boliviana, para comenzar a definir lo que se denominó como eje estratégico  “necesidad de dotar a Bolivia de una nueva política exterior”.

Una política  que estableciera, tal como lo sostuvo el vicecanciller René Dorfler “una revisión y un estudio de la agenda bilateral que tiene Bolivia y Chile. Desde hace 180 años que Bolivia viene persiguiendo el establecimiento de una política exterior de Estado y llegó el momento de definirla”. Uno de los participantes a dicho encuentro confidenció a este articulista que “uno de los puntos coincidentes en dicha reunión fue el considerar la política exterior chilena como una política de Estado: permanente y coherente, que debía ser la aspiración de nuestra política en aras de poder enfrentar a Chile en su propio terreno y ello implica profesionalizar nuestra cancillería y plantearnos objetivos estratégicos posibles de concretar, sin dejar de lado nuestra aspiración de recuperar nuestra cualidad marítima”

Mirada bastante generosa pues sostengo que Chile no ha tenido una política de Estado en estas materias de relaciones vecinales, sino más bien miradas coyunturales, poco asertivas y sobre todo soberbias y distantes de la necesidad de estrechar vínculos. Podrán coincidir los partidos políticos, el Senado y la Cámara de Diputados pero ello, en modo alguno refleja una mirada de Estado, sino que intereses particulares, ciegos y sordos a la necesidad de integración latinoamericana. Si la obsecuencia, el mirar para el lado o alejarse de los vecinos es considerado por la clase  política como “una política de Estado”, esta visión debe ser modificada. Dificil hoy que el poder ejecutivo, sujeto a enormes presiones,  ha decidido impugnar la competencia del Tribunal internacional de La Haya.

Como parte de las conversaciones dirigidas por Choquehuanca – considerado un duro con Chile, dentro del núcleo cercano a Evo Morales y crítico de la escasa recepción que han tenido la reivindicación boliviana ante las diversas autoridades chilenas - se concluyó que la reintegración marítima sigue siendo el objetivo irrenunciable de Bolivia. El tema energético también estuvo en la tabla de discusión ante la posibilidad cierta de vender gas a Chile, a pesar de lo catalizador que significó en la salida del ex presidente Carlos Meza el año 2003. La nueva política exterior boliviana comenzó a ser definida a partir de la necesidad de dotarse de ella. No existía,  a no ser la consabida argumentación que no se hablaría con Chile, no se restablecerían los vínculos mientras no hubiese  una solución a la mediterraneidad. Dicha idea ha sido mediatizada a partir de la decisión, ya consensuada con Chile que Morales se reuniría con Michelle Bachelet en una reunión privada, para abordar todos los temas de la agenda bilateral.

Las declaraciones de David Choquehuanca después de la reunión ampliada del año 2006 , sentaron las bases para entender que Bolivia comenzaba a transitar, efectivamente,  hacia la conformación de una nueva política exterior, visionada en la perspectiva clara de no vincular como única y estricta decisión, la política de gas por mar establecida en el gobierno del ex presidente Carlos Mesa. El gobierno del ex mandatario Eduardo Rodríguez y el de Evo Morales en ambos períodos presidenciales, han emitido señales potentes, encaminados a la normalización de nuestras relaciones. Lo más nítido a partir del análisis de la política exterior boliviana de la última década es que aquella línea discursiva y práctica de gas por mar, establecida suicidamente por Mesa, no ha sido el eje dominante de Palacio Quemado. El tema de la salida al mar para Bolivia tiene mérito en sí mismo, es suficientemente sustantivo para la reivindicación del pueblo boliviano como para ser vinculada a un mecanismo de intercambio.

El análisis del primer período de gobierno de Evo Morales y su periplo internacional indicaron, que a inicios del siglo XXI, se convertiría en un gobierno dotado de un nivel de simpatía sin precedentes, con gran interés internacional, ya sea por la amplitud de su política: en materia de cumplir sus promesas respecto a la propiedad de los hidrocarburos o la constitución de una asamblea constituyente, sino también por el origen de su mandatario y su base social de apoyo. De todo este proceso, Chile debía tomar buena nota, pues todo indicaba que el tema de la reivindicación marítima boliviana generaría un vasto campo de apoyo tanto de Estados como de opinión pública mundial. Eso permitirá que Bolivia colocara, como parte de una normalización estratégica de las relaciones con Chile el tema del mar sin condicionarlo discursivamente y eso, desde ya, era dotarse de una nueva política exterior.

Lo que quieren algunos políticos, aupados con empresarios y sectores militares, tanto en Chile, como en Bolivia y Perú  es simplemente dividir para reinar y eso lo tiene que entender Chile y no seguir con una política económica expansionista, creyendo que las soluciones son sólo monetarias y no políticas. Los gobiernos chilenos deben dejar de lado su actitud egoísta ante sus países vecinos y hermanos. Los conflictos de hoy son producto de nuestra falta de entendimiento, de escalada de declaraciones y acciones que no conducen a nada bueno. En conclusión, Chile no ha tomado nota en absoluto del proceso político vivido en Bolivia en la última década.

La bipolar trilateralidad

El diseño de construir política interna, con temas de política exterior, suele dar buenos resultados, pero coyunturales. Por un lado, la diplomacia del gas con Bolivia y su apoyo tácito a su reivindicación marítima con Chile, el desarrollo de Camisea en el Perú y el diferendo marítimo encauzado hacia La Haya, son componentes de una misma opereta. Es legítimo que Chile y Perú hayan tenido diferencias sobre un tema tan técnico como es la delimitación de las millas marítimas, como también que Bolivia reivindique su centenaria aspiración de volver al Pacífico, pero constituye un peligroso precedente, que la forma de enfrentarlo se encuentre gobernada por la conveniencia coyuntural de la política interna. Eso genera un cuadro de tripolaridad bipolar, que generalmente termina en episodios de sicosis declarativas y acciones de las cuales solemos arrepentirnos dramáticamente.

Chile debe construir una predisposición nítida clara de buena vecindad, emitir señales respecto a que su agenda exterior es una agenda múltiple, que no excluye ningún tema. Eso implica profundizar los acuerdos comerciales, establecer un profundo acercamiento en los terrenos culturales, intelectuales, de la sociedad civil, de los flujos migratorios, estableciendo leyes más acogedoras y también hablar sobre el acceso boliviano al Pacífico. Por el lado boliviano Evo Morales dio en su momento claras señales lo suficientemente poderosas y positivas que buscaba encontrar una solución al diferendo con Chile, tal vez porque en ello se marque la impronta de su gobierno que incluye la posibilidad cierta de reestablecer relaciones diplomáticas plenas con Chile. Esto a pesar de haber sido un fustigador acérrimo de la política exterior chilena y que sin embargo hoy, en su papel de Jefe de Estado exige otra mirada y otra conducta.

La política exterior chilena, en materia de relaciones con los países vecinos ha diferido entre oposición y gobierno, marcado sobre todo,  por la mediocre política exterior del ex Presidente Sebastian Piñera y su equipo de Cancillería encabezado por el ex Ministro Alfredo Moreno, que nos alejó claramente de Latinoamérica, enfocándose en acuerdo como la Alianza del Pacífico o centrando nuestra política regional en la poco asertiva política de las cuerdas separadas. Creyendo que  más enfocados y motivados por lograr la mayor cantidad de acuerdos en el ámbito comercial, lograríamos sortear los intrincados vericuetos políticos donde políticos aficionados como los que gobernaron Chile entre el año 2010 y 2014 se perdieron en el laberinto del Minotauro imposibilitados de encontrar el ovillo de Ariadna.

En Bolivia, en cambio, su clase política, analistas y el propio gobierno coinciden en la visión estratégica respecto a  su relación con Chile: exigir la recuperación de su cualidad marítima y eso une transversalmente  a la clase política y a la sociedad boliviana en general. Sea mediante la ratificación de la agenda de los trece puntos iniciada con Bachelet – y a la cual se le exigirá en su segundo mandato que se trabaje en ella, al margen de La Haya - o una nueva agenda, que surja hipotéticamente de la cancillería chilena presidida por un hombre con mirada más norte que sur: Heraldo Muñoz. Bolivia sabe, que como nunca antes el tema del mar está unido a factores económicos que no pueden ser soslayados por Chile sin que ello explote de forma catastrófica: gas boliviano, las aguas del Silala y el comercio exterior boliviano que en un 70% transita por puertos chilenos (Arica-Iquique y Antofagasta) que implica un mutuo beneficio,  pero que Bolivia está explotando hábilmente.

Chile necesita a sus vecinos y estos a Chile. Estamos inmersos en un barrio pequeño, frágil, donde cada uno cumple una función y que puede ser potenciada si el ánimo, la voluntad y el deseo de ser más que uno logra imponerse sobre el chauvinismo, el egoísmo y los conflictos que sólo desunen. Mientras no se entienda que tres son más que uno y que la integración política, económica y comercial es posible, necesaria e ineludible, seguiremos anclados en un pasado que se resiste a liberar nuestras mentes y acciones. Seguir pensando como aquel empresario chileno quien sostenía que nuestros vecinos – en especial Perú – no son de fiar, es dar pié para que  los proyectos de integración se queden sólo en el papel y eso es el suicidio para nuestros pueblos. Entre el Mar y La Haya hay puentes que construir y ese es un imperativo.


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