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Existe una hoja de ruta con los mismos argumentos y razones en la que Estados Unidos lleva su democracia a las naciones petroleras.

Existe una hoja de ruta con los mismos argumentos y razones en la que Estados Unidos lleva su democracia a las naciones petroleras. | Foto: AVN

Publicado 12 febrero 2019



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Imponer sanciones y asfixiar la economía de una nación no es el mecanismo para la liberación, es una práctica reprochable que viola todo principio del derecho internacional y la autodeterminación de los pueblos.

No hay periódicos, televisoras, redes sociales y emisoras de radio que no hablen de Venezuela; he seguido igual que usted la situación, sobre todo analizando la estructura sistematizada de la noticia; en muchos casos analizando como los medios de comunicación toman partido de la crisis política y económica; sin darle la oportunidad al lector o al televidente de sacar sus propias conclusiones, por lo menos mostrar las dos caras de la noticia, obligando al receptor a repetir lo que trasmiten los dueños de las empresas de medios trasnacionales.

Con este tema, me ha surgido una expresión muy arraigada en mi país (Colombia) que llamamos malicia indígena, no es una simple frase, es una forma de identificación en el entendido de auto definirnos como herederos de alguna capacidad ancestral, que permanece con el tiempo y que nos permite “cuestionar ciertas cosas que parecen natural, pero que en realidad no lo son”.

Las razones de la intervención político-económica, abierta y directa sobre el caso de Venezuela que hoy nos presenta el gobierno de los Estados Unidos de América, algunos países de Europa y del llamado grupo de Lima, parecen ser naturales; tan “naturales” que me cuestiono sus acciones desinteresadas y humanitarias en “defensa de los derechos del pueblo venezolano”. Es allí donde observo que para estos casos pareciera que existe una hoja de ruta con los mismos argumentos y razones en la que Estados Unidos lleva su democracia a las naciones petroleras, algo así como un modus operandi.

Esa democracia aterrizó en Libia, Irak, Pakistán, Afganistán, Siria… dejando como resultados familias brutalmente asesinadas, millones de desplazados, una avalancha de migrante-refugiados-asilados y una guerra civil que parece no tener final; pero si tuvo un logro, con excepción de Siria, y es que occidente pudiera controlar o colocar a su servicios las reservas de petróleo que tienen esas naciones; luego de esto, el tema humanitario, los derechos humanos y todas las razones que dieron motivo a la intervención, pasan a un segundo plano y le dejan de importar a occidente.

Otra situación que les cuestiono, es porque ese mismo interés de “querer ayudar” no se muestra con países como Haití y la mayorías de países Africanos en la que su población vive los mayores índices de miseria y desigualdad del planeta; porque no se cuestiona con la misma intensidad a los gobiernos que están al servicio de los Estados Unidos y que hoy sus habitantes viven en una crisis humanitaria.

¿Será que la doble moral y los intereses directos de occidente solo tienen ojos para castigar a quienes no se alineen a sus políticas internacionales?

Imponer sanciones y asfixiar la economía de una nación no es el mecanismo para la liberación, es una práctica reprochable que viola todo principio del derecho internacional y la autodeterminación de los pueblos de la que nos habla la doctrina Estrada; estas decisiones de occidente, condenan al sometimiento a otras naciones que desesperadamente quedan sin opciones para ofrecerle las necesidades básicas a su población; con ello detonando una crisis política y económica que divida a los ciudadanos, abriendo cancha para luego aterrizar su política intervencionista, sin que sean cuestionados, quedando como los salvadores del mundo.

La solución que plantean estos países no es la panacea, eso debe quedar claro, es una hoja de ruta de intervención descarada para el sometimiento; en cuanto al tema venezolano y cualquier nación del mundo, considero que el dialogo sincero y directo es el único mecanismo por el que se debe abogar e insistir, siendo sus ciudadanos los protagonistas de escribir, decidir y determinar cuál es el presente y el futuro de su historia.


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