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El presidente estadounidense durante su alocución en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

El presidente estadounidense durante su alocución en la Asamblea General de las Naciones Unidas. | Foto: AP

Publicado 2 octubre 2017



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En su versión N° 72, la Asamblea mostró su faceta actual, reflejo de un orden un orden belicista y  ignominioso sobre el derecho de los pueblos a su soberanía. El encuentro se convirtió en caja de resonancia de la (no tan) nueva doctrina del presidente Donald Trump.

La Asamblea General de la ONU se reúne anualmente en un período ordinario de sesiones, la cual comienza la tercera semana de septiembre. En la misma se abordan temas relativos a la aprobación del presupuesto de la Organización; la elección de miembros no permanentes; los principios generales de la cooperación en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Además, es un espacio que se convierte en eje de posicionamiento de discursos hegemónicos y, en ocasiones, contra-hegemónicos.

En su versión N° 72, la Asamblea mostró su faceta actual, reflejo de un orden un orden belicista y  ignominioso sobre el derecho de los pueblos a su soberanía[1]. El encuentro se convirtió en caja de resonancia de la (no tan) nueva doctrina del presidente Donald Trump, basada en la centralidad de la soberanía norteamericana, la seguridad como sinónimo de prosperidad y el eje bipolar propio de la doctrina Truman: “Hace 70 años se lanzó el Plan Marshall para construir naciones más seguras independientes y libres”, argüía el primer mandatario estadounidense. Tampoco faltó la mención al antagonismo “terrorista”, que refleja una simplificación peligrosa de las relaciones internacionales –en la que quienes no están con EEUU, están en su contra–. El diagnóstico para el mandatario estadounidense es que “no queda otra alternativa” que luchar frente a “los regímenes canallas” o la “escoria del planeta”, refiriéndose en diversas ocasiones a las medidas que tomaría o ha tomado frente a Corea del Norte, Irán, Cuba o Venezuela[2].

Buena parte de sus homólogos latinoamericanos se pliegan sin expresar adversidad alguna ante las oprobiosas y descabelladas afirmaciones que se alejan del espacio de consenso para el que fue creado este organismo multilateral de la ONU. Así fue en el caso del presidente colombiano Juan Manuel Santos, quien expresó su “preocupación por la situación de Venezuela”, enfatizando en la “destrucción de la democracia” y la “violación sistemática de los derechos de los venezolanos”. Se expresaron en la misma línea los líderes de la derecha regional Jimmy Morales, Gabriela Michetti (vicepresidenta de Argentina), Horacio Cartes, Pedro Pablo Kuczynski y Michel Temer. Este último indicó –paradójicamente– que “en América del Sur ya no hay más espacio para las alternativas a la democracia”. Todos estos representantes de la derecha regional se plegaron a este eje discursivo “anti Venezuela” / “nti Corea” / “anti Irán”/ –posicionados en el imaginario colectivo como el ‘eje del mal’–. Ello sin prejuicio de que las dinámicas internas de cada país fuesen altamente cuestionables, habida cuenta de los sonados casos de corrupción, la situación de precariedad y pobreza extrema en que viven buena parte de sus poblaciones, las prácticas represivas y de desaparición forzada e, incluso, las formas antidemocráticas que llevaron al poder a sus mandatarios.

Además del alineamiento con las declaraciones extremistas del mandatario norteamericano, los presidentes latinoamericanos y sus representantes expresaron líneas de política y gestión interna de sus países, que se relacionan con las perspectivas de desarrollo sostenible, seguridad y pacificación regional. Como si de un ejercicio de rendición de cuentas internacional se tratase, la derecha regional expuso “sus logros”. Se centraron en defender sus políticas económicas y sus nuevas formas de relacionamiento internacional, haciendo gala de la “ejemplaridad de la nueva era diplomática” a la que dieron lugar sus gobiernos,la cual toma como amigos a los vecinos lejanos del norte y rechaza tangencialmente los acuerdos multilaterales regionales.

La vicepresidenta de Argentina habló de la “mejora de sus relaciones diplomáticas”, señalando la existencia de un nuevo clima a la hora de solicitar un diálogo con el Reino Unido sobre la soberanía de las Islas Malvinas. De igual manera, Horacio Cartes señaló con alegría la inserción de Paraguay en el mundo; por “ser parte de la OCDE y por tener tropas en seis misiones militares internacionales”. Michel Temer reivindicó las reformas económicas (neoliberales) que ha impuesto: “El nuevo Brasil que surge de estas reformas es un país más abierto al mundo”. Juan Manuel Santos resumió someramente los avances de la implementación de los Acuerdo de Paz con las FARC-EP, haciendo énfasis en el importante apoyo que prestó la ONU para su consolidación. Lo hizo sin mencionar, como era esperado, las enormes deficiencias que acompañan el proceso como la ausencia de seguridad para el ejercicio de la política de los ex integrantes de las FARC-EP y para la vida de los líderes sociales (52 han sido asesinados en 2017).

Consideraciones finales

Finalmente, en el caso de Guatemala, Jimmy Morales, quien está en la mira de la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) por indicios de financiamiento ilícito de su campaña, ha reivindicado su decisión de declarar persona non grata al jefe de este organismo, Iván Velázquez Gómez[3]. Ante la ONU intentó apropiarse de un impostado discurso de soberanía nacional, para evitar nuevas investigaciones: “El gobierno está revisando lo establecido en el acuerdo del Estado guatemalteco con CICIG y la correcta aplicación de lo allí pautado. Evitar a toda costa: persecución selectiva, politización de la justicia y la judicialización de la política”, indicó al respecto.

Pocos fueron los líderes que se alejaron de la renovada doctrina norteamericana. El discurso contra-hegemónico fue retomado por el presidente de Bolivia, Evo Morales, y por el canciller de Uruguay, Rodolfo Nin Novoa. En defensa del progresismo atinaron a desmontar las retóricas belicistas del mensaje de Trump: el mensaje directo fue de rechazo a cualquier intento de intervención en territorio latinoamericano, en referencia a las amenazas de Estados Unidos sobre Venezuela y cuestionando el papel de Almagro en la crisis de dicho país. Manifestaron también las implicaciones del modelo económico (desigualdad social, pobreza, dependencia) y demostraron que los países pueden llevar a cabo políticas económicas y de desarrollo sin la necesidad de la presencia de las agencias de cooperación norteamericanas, así como tampoco de bases militares del mismo país. En definitiva, un discurso que marca una clara distancia y se opone tangencialmente al imperialismo y a los resultados negativos del capitalismo.

Las palabras de Evo Morales reflejan la permanencia de un discurso progresista en la región, siendo capaz de integrar enfoques contra-hegemónicos en espacios multilaterales, pero, a su vez, evidencian la pérdida de espacios del progresismo en la región. Hace algunos años mirar al sur equivalía encontrarse con diversidad de representantes de pueblos insumisos que una y otra vez encadenaban en sus intervenciones la lucha contra el neoliberalismo, la soberanía de los pueblos, la igualdad de todas las personas y, en general, el rechazo de posturas neocolonialistas que revertían el avance y desarrollo de los pueblos. Su ausencia y la sumisión de los liderazgos de la derecha regional al establishment norteamericano marcan un escenario que hace 11 años el presidente Hugo Chávez Frías supo definir: la Asamblea General de la ONU como un espacio “meramente deliberativo” [4].

[1] Ver http://www.hispantv.com/noticias/opinion/354117/opinion-netanyahu-trump-agnu-acuerdo-nuclear

[2] Ver discurso de Donald Trump http://www.politico.com/story/2017/09/19/trump-un-speech-2017-full-text-transcript-242879

[3] http://www.celag.org/guatemala-la-corrupcion-no-tape-al-genocidio/

[4] Ver discurso de Hugo Chávez en la Asamblea General de la ONU en 2006 https://www.youtube.com/watch?v=9kSm1otbM-0

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