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La educación debe ayudar a que los Pueblos lean el mundo y se comprometan con un futuro de dignidad y justicia.

La educación debe ayudar a que los Pueblos lean el mundo y se comprometan con un futuro de dignidad y justicia. | Foto: Archivo

Publicado 15 febrero 2015



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La realidad educa, la voluntad educa, la historia educa y, por supuesto, una pedagogía nuestroamericana emancipadora debe ser parte de este camino liberador que encaran los pueblos del mundo.

Una mirada en perspectiva sobre el orden mundial permite vislumbrar novedades inéditas, y a la vez plagadas de posibilidades y peligros.

En el plano geopolítico emergen bloques regionales y nuevas alianzas – UNASUR/CELAC, BRICS, etc.) que cuestiona el (des)equilibrio de poder preexistente a favor de EE.UU. y sus aliados europeos.

En el nivel de la economía el imparable crecimiento y predominio del capital especulativo – legal e ilegal- anuncia la posibilidad de nuevas crisis agudas en las que los Estados suelen resolver por el hilo más delgado, solventando con recursos públicos las maniobras dolosas de los bancos.

Si hablamos, en cambio, de la economía real, vemos la preeminencia de un modelo de desarrollo predador que pone en riesgo el medio ambiente.

Las consecuencias sociales del capitalismo existentes están a la vista: según la organización OXFAM, el 1% más rico de la población mundial se queda con el 48% de la riqueza planetaria y el 99% restante se distribuye el resto.

Para decirlo claro: el mundo está cambiando decididamente ya que sus modos de funcionamiento vigente resultan ecológica, social, política, institucional, productiva y militarmente inviables.

La realidad se convierte en pedagógica y los pueblos que luchan contra un crimen sistémico que mata por todas las vías posibles (desde las guerras a las hambrunas) van aprendiendo a pensar y a hacer, sobre estos presentes de lucha, otros futuros posibles de dignidad.

Es por ello que los sectores más agresivos del complejo militar industrial norteamericano, los fondos buitres, los oligopolios mediáticos y las derechas locales (asociadas mundialmente) están ocupados en sembrar la violencia, la confusión y el terror para retrasar, de la manera más eficaz y por el mayor tiempo posible, los cambios profundos que ya se visualizan en el horizonte histórico.

El caso de América Latina y Caribeña resulta paradigmático pues se viene operando en todos nuestros países para frenar el proceso de integración regional y la superación del capitalismo neoliberal, tal vez los dos puntos más extendidos de la agenda colectiva nuestroamericana.

En estos diez años largos de gobiernos populares, progresistas, transformadores se han reparado muchas de las brutales consecuencias de la aplicación de tres décadas de políticas neoliberales. Los números resultan contundentes según revelan indicadores sociales de las diversas fuentes, y el caso argentino es apenas un ejemplo de ello.

En 2003, al inicio de este ciclo político, había un 53% de pobreza, un 24% de desempleo, las jubilaciones estaban privatizadas y había un gran porcentaje de jubilados sin cobertura. En estos años, la pobreza bajó a menos del 20%, el desempleo a 7% con la creación de seis millones de puestos de trabajo; se estatizaron los fondos de jubilación y se establecieron dos incrementos anuales del beneficio jubilatorio alcanzándose la cobertura de 95% del universo de nuestros y nuestras mayores. El listado es tan grande como el de enemigos que se ganó este proceso de ampliación de derechos y de profundización de la justicia social.

La prensa hegemónica y el corifeo patético de opositores locales habla – como lo viene haciendo hace doce años- de “fin de ciclo” dejando entrever que en este 2015 saldrá electa una variante neoliberal-conservadora que deshaga lo construido en este período.

Balances Pedagógicos

En educación, por ejemplo, la situación al inicio del gobierno de Néstor Kirchner no podía ser más desoladora. El sistema educativo formal estaba virtualmente fracturado por los efectos de la reforma neoliberal impulsada en los años noventa; había altísimos niveles de niños y jóvenes fuera del sistema escolar; la situación edilicia y de infraestructura era catastrófica; el salario docente se pagaba en cuasi monedas provinciales de dudoso valor (cosa que le ocurría a buena parte del empleo público); mientras se imponía un discurso que asociaba la calidad educativa a los rendimientos de operativos estandarizados de evaluación se procedía a una demolición de la educación pública, limando los mejores atributos de la tradición argentina de la escuela pública. No es que aquél pasado cuya figura paradigmática fue Sarmiento fuese ideal, pero implicó en su momento un proyecto político educativo que hizo del Estado un garante de la educación, se expandió fuertemente el sistema educativo y cada generación desde 1880 hasta los noventa fue mejorando sus logros escolares. Cierto es que aquél modelo era autoritario, era jerárquico, era selectivo para los niveles superiores pero tuvo aristas sin dudas democráticas. La reforma de los años noventa (y medidas de décadas previas que allanaron el terreno para esas políticas de arrasamiento de lo público) exacerbó los peores aspectos de la escuela tradicional y se propuso liquidar sus mejores legados.

En esta década en educación hubo cambios muy significativos. Entre otros logros podemos enumerar: incremento presupuestario sustantivo, una fuerte acción estatal en infraestructura (con casi dos mil escuelas construidas); una mejora sistemática de las condiciones laborales docentes; una política de democratización de la tecnología (con millones de notebooks entregadas) y de libros promovidos por el Ministerio de Educación de la Nación; nuevas propuestas de formación docente ligadas a la vida en las escuelas; una batería de legislación tendiente a proteger y ampliar el derecho a la educación , a recuperar la unidad del sistema educativo, a rescatar la unidad de la educación técnica, a extender la obligatoriedad a sala de cuatro de inicial así como establecer la obligatoriedad del nivel secundario, etc.

Por supuesto, lo muchísimo que se hizo en educación – como en todo lo demás- resultan valiosos escalones que generan nuevas necesidades, problemas y desafíos para los gobiernos populares.

En la etapa que sigue resulta imperioso consolidar lo conseguido, e ir por más. A nivel regional, Mercosur y Unasur vienen cuestionando un dispositivo tecnocrático que se aplica a nivel mundial – nos referimos a las pruebas PISA- y se va fortaleciendo la necesidad de pensar un proyecto pedagógico propio, endógeno, pertinente, relevante, contextualizado, democrático y emancipador. Aunque lo que ocurra en cada país cuenta, no dejaremos de pensar que sólo en apuestas más amplias, regionales, podremos comenzar a construir un paradigma de Patria Grande que incluye, que debe incluir, un modelo pegógico y un proyecto político educativo.

José Martí decía que “Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana que le ha antecedido: es hacer a cada hombre resumen del mundo viviente, hasta el día en que vive: es ponerlo al nivel de su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no podrá salir a flote; es preparar al hombre para la vida.”1

La educación debe ayudar a que los Pueblos lean el mundo y se comprometan con un futuro de dignidad y justicia. La realidad educa, la voluntad educa, la historia educa y, por supuesto, una pedagogía nuestroamericana emancipadora debe ser parte de este camino liberador que encaran los pueblos del mundo.

Es por eso que frente a los cantos de sirena de los nostálgicos del neoliberal conservadurismo resulta importante tener la capacidad reflexiva que vislumbre que, más que el fin de ciclo que pregonan, estamos frente a un cambio de época en que lo nuevo no termina de nacer…¡pero está naciendo!

1 Escuela de Electricidad- “La América”, Nueva York, noviembre de 1883, OC.,T.8, pp. 281-284; p.68 del IP


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