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Bronx: omisión, paramilitarismo y exclusión
Publicado 8 junio 2016



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El Bronx no es la única olla de Bogotá, pero sí una de las más importantes y vergonzantes, adjetivos comprobados por los horripilantes casos de esclavitud sexual de menores y de todo tipo de aberraciones, que han salido a la luz en los días recientes.

A lo largo de los últimos días los bogotanos han revivido la “pesadilla” de toparse con la realidad que está a tan solo unas calles de sus apacibles hogares. Eso que la exclusión social ha “solucionado” y que les permite vivir de espaldas a la marginalidad social latente es hoy la comidilla de noticieros, prensa nacional e internacional, radio y televisión, los cuales han usado las rocambolescas historias de los habitantes del Bronx en Bogotá para vender grandes titulares sin establecer líneas de análisis del conflicto social que tiene como consecuencia esta situación.

Empecemos haciendo memoria. El Bronx no es un fenómeno casual sino que obedece a una serie de cambios históricos y sociológicos acaecidos en la ciudad a lo largo del siglo XIX y XX. Y para comprenderlo es necesario remontarnos al origen del Cartucho, del que proviene buena parte de los habitantes del Bronx y a donde migraron también, en 1998, las mafias urbanas que mantenían una de las ollas más grandes de Bogotá, hoy convertida en el Parque Metropolitano Tercer Milenio.

Según la antropóloga Ingrid Morris, cuyo aporte a la construcción histórica y sociológica de la zona es fundamental, el barrio de Santa Inés fue, durante finales del siglo XIX y principios del XX, una zona donde se ubicaron las familias más prestantes de la burguesía capitalina. Su exclusiva ubicación, a un paso del centro de la ciudad y la facilidad de acceso desde las afueras, fueron motivo para la construcción de exclusivas edificaciones de corte republicano donde asentaron sus hogares.

Sin embargo, entrado el siglo XX, varios cambios sociales reformaron la tendencia residencial del barrio. En primer lugar, la ubicación de una informal “terminal” de autobuses fue trayendo poco a poco un incremento de la población campesina de la zona. Allí se establecieron algunos mercados y comercios. La popularización del barrio y los incidentes del 9 de abril de 1948, conocidos como “El Bogotazo”, aceleraron el proceso de deterioro debido a que, por una parte, la muchedumbre se saldó con la destrucción del centro de la ciudad y, por otra, el Bogotazo dio inicio al periodo de la “Violencia” que alimentó las tensiones entre los incipientes grupos guerrilleros y la “Chulavita” que posteriormente, tras un largo proceso de redefinición, mutaría en lo que hoy se conoce como paramilitarismo. El incipiente conflicto en las zonas rurales desencadenó la migración masiva a la capital y uno de los barrios que recibió a esta población campesina víctima de la violencia fue el barrio de Santa Inés.

La llegada de campesinos pobres coincidió con el inicio, entre los años 50 y 60, de la ubicación en el barrio –que ya la burguesía había abandonado asentándose en el tranquilo norte- de los vendedores de estupefacientes, muchos de ellos campesinos sin alternativas que empezaron vendiendo (y consumiendo) marihuana y que posteriormente se convirtieron en jíbaros de otras drogas con mayor auge en los años 70 y 80, como la cocaína y la heroína, producida y traficada por los grandes cárteles del país.

De esta manera el otrora prestante barrio de Santa Inés cambió hasta su denominación y se empezó a conocer como el Cartucho. Allí se instalaron las mafias de las drogas, de tráfico de personas, grupos paramilitares, casas de pique (sí, lugares especializados en descuartizar personas), todo ello con la connivencia implícita del Estado y de las sucesivas administraciones de la capital que desarrollaron sus políticas públicas saltándose este “Triángulo de las Bermudas” de ausencia y omisión, donde la ley del más fuerte se impuso sobre las personas que vivían en el barrio, quienes vieron su deterioro con la llegada de los enfermos y drogodependientes que ahí comenzaron a malvivir en completa desprotección, hacinamiento y exclusión.

La primera administración de Enrique Peñalosa en 1998 se inauguró con el levantamiento de esta olla de Bogotá (no la única, pero sí una de las más importantes). Como un buldócer las fuerzas públicas entraron al Cartucho, allí demolieron las casas y, como si nada hubiese sucedido, pavimentaron y construyeron el Parque del Tercer Milenio, como resultado de un proceso orientado a revalorizar las zonas céntricas de la ciudad, algo que en la sociología se conoce como proceso de gentrificación.

   Fuente: El Espectador

Así, el objetivo del administrador, que era dejar bonito el sector, se había cumplido, pero la ausencia de una política social orientada a la reintegración y protección de las personas drogodependientes, la falta de control de los cárteles de las drogas y la permisión de las prácticas extralegales del paramilitarismo con la omisión de la Policía Metropolitana (cuyo Comando Central está apenas a unos metros del Bronx) permitió la reubicación del Cartucho a tan solo unos metros más allá, debajo de la carrera 14, exactamente detrás de la iglesia del Voto Nacional entre las calles 9ª y 10ª.

La Alcaldía de Gustavo Petro intentó enfrentar el problema desde una perspectiva diferente, por medio de la creación de una política de atención a los drogodependientes, en los llamados Centro de Atención Móvil para Drogodependientes, CAMAD. La finalidad era atender a los habitantes de la calle in situ. Sin embargo, esta política no fue acompañada de una intervención estricta y un combate a los grupos extralegales que operan en estas zonas y se retroalimentan de los ciudadanos esclavizados que ahí viven, con lo cual el problema siguió creciendo.

De tal manera que, como una pesadilla que no acaba, el nuevamente alcalde Peñalosa se volvió a topar en 2016 con el mismo problema que años atrás había barrido y escondido debajo de la alfombra: el Bronx, el lugar de los horrores, donde el paramilitarismo campa a sus anchas, controla la droga, la prostitución, la trata de menores, la esclavización de drogodependientes y, lo peor, el ajusticiamiento y desaparición de personas. Ahí entró nuevamente con su apisonadora, otra vez en un proceso orientado al desplazamiento de los habitantes de la zona (no todos drogodependientes y mafiosos) a un nuevo extrarradio, probablemente unas calles más abajo.

El Bronx no es la única olla de Bogotá, pero sí una de las más importantes y vergonzantes, adjetivos comprobados por los horripilantes casos de esclavitud sexual de menores y de todo tipo de aberraciones, que han salido a la luz en los días recientes. En definitiva, el problema de este tipo de intervenciones es la ausencia de una reintegración social y del cuidado de las poblaciones excluidas, que terminan siendo nuevamente víctimas de los cárteles de las drogas y de los “negocios” de los paramilitares.

El desplazamiento de esta población genera, nuevamente, una dispersión zonal de los habitantes y, aunque unos pocos han sido realojados con sus familias, la mayor parte han huido o han sido reubicados en centros de atención temporal, cuya durabilidad no está asegurada más allá de la coyuntura actual. Así el problema sigue, sin un control de las mafias y una acción orientada hacia el acoso y el derribo del paramilitarismo en la ciudad, en pocos años una nueva administración verá surgir un nuevo Bronx o Cartucho. Una historia que se repite una y otra vez para los habitantes excluidos y condenados eternamente al exterminio social. 


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