Miguel Barnet: El otro Cimarrón

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Miguel Barnet es también un Cimarrón, escapado de ataduras que no sean las que él maneja, libre en su escondrijo de poemas y de cómplices amigos, insólito y deslumbrante, siendo él en sí mismo una obra maestra palpitante, viva, sin otra instancia que la primera, rebelde, y sin embargo cordial, muy cordial, de tan cubano que es. Foto: Cortesía de la autora.


27 de enero de 2025 Hora: 16:24

Eran 26 los años que tenía Miguel Barnet Lanza. Había nacido en esa Habana de 1940 que ya daba indicios de abandonar su forma de cuadrícula, contaba con cerca de un millón de habitantes y con trenes y guaguas (buses) en momentos en que el tema del transporte apretaba, por las consecuencias de la II Guerra Mundial. Pero más allá del tranvía, él conocía más.

Nació el 28 de enero de 1940, cuando Cuba entera festejaba el natalicio número 87 de su Héroe Nacional, José Martí. Y cuenta que cuando supo de la coincidencia, no solo del día sino también de la hora, no se desprendió más nunca de la impronta del nacido en la calle Leonor Pérez, No. 314, entre Egido y Picota, en La Habana Vieja. Y queda claro que no se desprendió de esa impronta por tratarse de una fecha sino de una historia de dignidad, de lucha y de cubanía, de la que era absolutamente afín.

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En 1960, a sus 20 años, Barnet ya se había graduado como antropólogo en la Universidad de La Habana.

Él, Miguel, nació en El Vedado habanero en el seno de una familia de clase media, con ascendencia catalana, y se desprendió bastante pronto de ese concepto social, sobre todo cuando se acercó por primera vez al Solar de Calzada y J, pleno de religiosidades que a él no le habían mostrado, como si África no contara en esa amalgama que era y es Cuba, que era y es el Caribe. Tendría unos 13 años cuando sin saber de Don Fernando Ortiz, Miguel Barnet descubrió para sí mismo el reino de este mundo.

Eran 26 los años que tenía, pero ya en 1960, a sus 20 años se había graduado como antropólogo en la Universidad de La Habana.

Las líneas del destino se cruzan y nadie sabe lo que saldrá de allí. Es una suerte de designio que viene trazado desde el primer encuentro que se ha tenido con lo que sellará el camino vital. Y en este caso, para Miguel las primeras visitas al Solar de Calzada y J, ajeno a su liberal hogar, fueron un cruce, y es como si los dioses hubieran bajado el dedo y hubieran dicho amén, porque tres años después de graduarse y merced a una casi nada información de prensa acerca de cubanos centenarios, Miguel Barnet llegaba al rostro de Esteban Montejo. Ya era 1963. Barnet contaba apenas con 23 años y era poseedor de esa curiosidad que se alberga en el alma de los trascendentes.

Llegó al santuario donde reposaba Montejo con sus achaques y su memoria. Era un Cimarrón, un fugitivo del esclavismo y un atesorador de vivencias, de su propia historia que era la historia de millones de seres que no pudieron vivir para contarlo. Montejo, sin quererlo, era el depositario de esa memoria millonesca, que para él se plasmó en la provincia cubana de Las Villas.

Barnet le copió durante unos tres años, ordenando los episodios y preservando la fortaleza verbal de aquel cimarrón centenario.

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Miguel Barnet y Esteban Montejo.

Eran 26 los años que tenía Miguel Barnet cuando la “Biografía de un Cimarrón” sacudió no solo a la sociedad cubana sino al mundo. El atrevimiento del todavía joven antropólogo movió los cimientos de una sociedad que había tratado de negarse a sí misma y que ahora se veía en el espejo multiplicador de un nuevo prisma en el que se reflejaba la terrible existencia del esclavismo y la resistencia que tuvieron los esclavizados, resistencia que se mantiene en pleno siglo XXI a través de las creencias, las ceremonias, los atuendos, los colores, la alegría siempre a pesar de todo, la música… Resistencia victoriosa.

“Antes de conocerlo, había leído de Miguel Barnet únicamente un libro de carácter histórico-etnológico: «Biografía de un cimarrón», su célebre novela-testimonio de 1966 sobre el cimarrón cubano Esteban Montejo, que tanto éxito editorial alcanzó entre los lectores de las ciencias sociales. No conocía su poesía, deidad que como todos sabemos suele ser -quién lo diría- amén de recatada y clandestina, la cenicienta de la casa. Supuse, pues, que su autor era antropólogo o etnólogo, lo cual era cierto.

No fue sino años después, al conocernos en La Habana, cuando pude leer una holgada selección de su obra poética: «Itinerario inconcluso», fraterno obsequio de Miguel. Y entonces fue cuando comprendí que él era, sobre todo, un poeta. Un poeta fundamental, asentado en las esencias de su realidad, dado a las develaciones de la vida cotidiana desde una posición de amor, transparencia y humildad avalada por unos principios y una ética indeclinables.

Me sumo a este nuevo aniversario de su estar en la amada isla natal y más allá, recordando estos versos suyos:

Tantas vidas vividas
tantos días ganados
tantos perdidos
tantas pero tantas palabras
útiles
inútiles
y uno aquí en este arenal
tratando de quitarse el polvo de los ojos”…

(Gustavo Pereira. Poeta, historiador, escritor)

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El escritor, poeta, ensayista y etnólogo cubano goza de amplio reconocimiento entre sus compatriotas y en todo el mundo.

El alcance de una obra

«Biografía de un Cimarrón» tiene ya más de 87 ediciones en el mundo entero. El impacto de ese trabajo tuvo un efecto multiplicador al generarse esa suerte de novela testimonio que el propio Miguel Barnet adjudica a las formas de los griegos. Pero es que se trató de un cubano que pudo y supo plasmar con paciencia y vista larga lo que aquel cimarrón iba soltando, con dolor, sin duda, con deseos de que se conociera alguna vez su historia y la de muchos, sin duda también, y con ánimo de sentar bases más firmes en el estudio del ser cubano en su totalidad, sin medias tintas, apelando a una historia dolorosa, pero historia de las que hay que conocer para sanar heridas, y avanzar.

La Egrem (Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales), bajo la producción de Jorge Rodríguez, personaje que hace buena parte de la historia del rescate sonoro de Cuba, emprendió la tarea de llevar la “Biografía de un Cimarrón” al formato digital, para darle mayor alcance a la obra de Barnet, y esto nos comentó el autor:

El CD por los 50 años de «Biografía de un Cimarrón» fue un gran suceso. Son fragmentos del libro dichos en mi voz, que fue una recreación de toda la argumentación y las historias que me hizo Esteban Montejo, porque yo soy un resonador de la gente sin historia y eso es lo que ha caracterizado mi obra. Es la razón por la que me acaban de dar la medalla de Miembro de Honor de la Academia de la Lengua en Cuba porque, según ellos, yo creé un género de Novela Testimonio. Yo no creo que yo haya creado nada de eso porque eso está desde la época de los griegos, pero así es la vida. Yo lo que sí he tratado es de que la obra mía mantenga la puridad o la pureza del lenguaje, y que en vez de ser lesionada por la poesía, que sea más bien recreada y enriquecida con la visión poética”.

En cuanto a sus otras obras, Barnet acota:

“Gallego” no se queda atrás, tiene 60 ediciones, “Canción de Rachel” tiene muchísimas ediciones. Mis novelas han tenido bastante aceptación. “Oficio de ángel”, que es autobiográfica, también ha gustado mucho. Soy el escritor cubano que más ha sido llevado al cine. Se llevó la novela mía «Gallego», se llevó «Canción de Rachel» como «La Bella del Alhambra», que es el gran musical cubano. También se ha llevado «Fátima», la historia del travesti que tiene mucho éxito con el monólogo realizado por Ray Cruz quien ganó un premio en México.

No me puedo quejar. Mi vida ha sido de trabajo, trabajo y trabajo y he podido disfrutar el reconocimiento de mi obra, muy cubana con proyección universal. Estoy escribiendo ensayos y ahora soy el mas antiguo miembro de la Academia de la Lengua en Cuba y quiero seguir trabajando. Ya voy para mis 85 años y me siento muy bien, salvo la tristeza de no poderme peinar porque se me ha caído el cabello”.

Y es que Miguel Barnet no deja bajo ningún concepto la alegría de vivir y de de ser cubano como es, con todo lo que eso implica.

“Hay escritores que siempre son jóvenes. Porque miran lo que ya otros no ven. El cimarrón Esteban estaba ahí con sus más de 100 años y aunque muchos lo vieron, nadie se percató de su historia sino un joven que se maravilló con el relato de su vida. Y un informe escrito con pasión terminó siendo una obra literaria para la posteridad, como lo son las demás obras que le continuaron, escritas por un joven de 85 años llamado Miguel Barnet”. (Raúl Cazal. Presidente del Centro Nacional del Libro. Venezuela)

Esa alegría de vivir en su propio ritmo, sin imposiciones, se siente en su obra poética, en sus novelas, ensayos, guiones, en su obra toda que indudablemente lleva también el ritmo de la salvaguardia de la memoria cubana y en esa memoria la historia y la cultura van de la mano. No se separan.

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Esa alegría de vivir en su propio ritmo, sin imposiciones, se siente en su obra poética, en sus novelas, ensayos, guiones, en su obra toda que indudablemente lleva también el ritmo de la salvaguardia de la memoria cubana.

“Conocí a Miguel Barnet en septiembre del año 1981 en viaje a La Habana, durante el homenaje que le hacía el Comandante Presidente de Cuba Fidel Castro Ruz a Nicolás Guillén. Eran los días del Primer Encuentro Cultural por la solidaridad de los pueblos de Nuestra América, donde estuvimos presentes por Venezuela Miguel Otero Silva, Luis Brito García y este servidor. Se dieron cita allí importantes figuras intelectuales como Eduardo Galeano, Gabriel García Márquez, Néstor Canclini, Mario Benedetti, a quienes también conocí entre cientos de creadores y artistas de todo el continente. Allí nació mi amistad con Barnet, y en la misma fecha me entregó con una hermosa dedicatoria su obra “Biografía de un Cimarrón” que ya se acerca a la edición número 90 y ha sido traducida a unos 20 idiomas. Su máxima novela de valor testimonial. Pero también he conocido la importancia de su poesía, sus ensayos y sus investigaciones a través de diferentes libros y revistas. No hay duda, es una de las figuras de mayor prestigio académico de Cuba en el tiempo actual además de otorgar relevante importancia a la organización de movimientos culturales, tal es el caso de la Uneac (Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba) y a la gestión de la cultura, como queda demostrado a través de la Fundación Fernando Ortiz, que preside”. (Benito Irady, escritor, presidente del Centro de la Diversidad Cultural de Venezuela)

Barnet, Merceditas y la música

Sabido es que Don Fernando Ortíz, el inmenso estudioso de las raíces africanas en Cuba, rescatándolas y visibilizándolas cuando ofrecía sus conferencias, se hacía acompañar por Merceditas Valdés, la extraordinaria cantante cubana, quien desde su juventud se dedicó a realzar la africanía musical de su país.

Miguel Barnet se refiere a ella así: “A Merceditas la conocí en casa de Fernando Ortiz en ocasión de un cumpleaños de ella. Eso fue a comienzos de los años sesenta cuando yo visitaba con frecuencia a Don Fernando, y lo estuve visitando en los últimos seis años de su vida y desarrollamos una relación muy profunda que marcó mi vida, y mi punto de vista sobre la literatura y sobre la antropología para siempre, y a Merceditas siempre que la vi la admiré. Cuando murió Don Fernando, pues yo hablé con Odilio Urfé y Odilio me pidió que yo me ocupara de Merceditas e hicimos una amistad muy grande. Ella me llamaba mi Rey y yo la llamaba La pequeña Aché, como le puso Don Fernando.

Hicimos conferencias en muchos lugares de la isla sobre todo en Ciudad Habana y luego en los municipios rurales alrededor de La Habana. Fuimos juntos de viaje a Canadá e hicimos programas de televisión también y yo hice un documental sobre Merceditas Valdés que se llama “La pequeña Aché”.

Nuestra amistad fue profunda e incluso la familia de ella me escogió a mí cuando ella murió para que yo despidiera su duelo, que fue un duelo inmenso, nacional. El cementerio de Colón estaba repleto y estaba el ministro de Cultura, estaba Juan Almeida, estaba una representación de Fidel Castro. Fue un entierro con una gran connotación sociológica porque el pueblo entero le rindió culto a La pequeña Aché porque no solamente era una gran cantante, una gran artista sino que era Santera Mayor. Era hija de Oshún y tenía una categoría, un rango dentro de la santería de Santera Mayor. Despedí su duelo e hice el documental auspiciado por mi fundación, la fundación que presido y dirijo, la Fundación Fernando Ortiz”.

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Desde hace varios años Barnet dirige la Fundación Fernando Ortiz, creada en honor del insigne estudioso cubano.

Miguel Barnet va más allá en sus recuerdos cuando nos cuenta:

En 1995, cuando recibí el Premio Nacional de Literatura, el ministro de Cultura que en ese momento era Armando Hart me pidió que si yo quería una sinfónica, violín, piano. Y yo le dije: “Yo no quiero nada de eso. Yo quiero a Merceditas Valdés y su grupo», que cuando eso no era todavía Yoruba Andabo, y ella ahí cantó cantos yoruba, cantos de la Ilé Ocha y cantos congos también. Y eso fue un suceso importante. Recuerdo que llovía y la gente caminaba por la calle Obispo cerca del Palacio de los Capitanes Generales, y es que fue una multitud la que acudió a la entrega de ese Premio Nacional de Literatura, no solo por mí, sino porque estaba Merceditas Valdés cantando con su grupo. Fue un hecho significativo y habla de mis gustos musicales. Soy un melómano empedernido y militante. Amo la música barroca, amo la ópera italiana, pero todo lo hubiera cambiado por hacer una canción como «Una Rosa de Francia”.

Cumple 85 años Miguel Barnet y Cuba lo celebra como lo celebran la literatura, la poesía, la música y la amistad.

Y a lo mejor es una transgresión pero Miguel Barnet es también un Cimarrón, escapado de ataduras que no sean las que él maneja, libre en su escondrijo de poemas y de cómplices amigos, insólito y deslumbrante, siendo él en sí mismo una obra maestra palpitante, viva, sin otra instancia que la primera, rebelde, y sin embargo cordial, muy cordial, de tan cubano que es.

Autor: teleSUR - Lil Rodríguez