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    Sahara Libre: grafittis en las paredes del campamento.

No hay nada mejor que alojarse con los locales para empaparse de su cultura y sumergirse en los lugares de la forma más auténtica.

Ustedes imaginen esto: llegan a un país, invitados a un festival de cine, y les dicen de la organización: "Te vas a alojar durante algunos días en una casa de familia". Perfecto, no hay problema. "Y al llegar, te irán a buscar en un auto al aeropuerto".

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Así fue el diálogo que tuve, cuando la organización del FiSahara me invitó a ser parte del evento cinematográfico en uno de los campamentos de refugiados saharauis en Argelia. Lo de la "casa de familia" no suele ser lo habitual en convites de este tipo. Pero claro, sabía desde el principio que iría a un lugar especial, en donde no existen hoteles ni alojamientos, y por eso la rareza tenía lógica. Además, creo, no hay nada mejor que alojarse con los locales para empaparse de su cultura y sumergirse en los lugares de la forma más auténtica.

Lo que no podía imaginar era cómo sería esa casa. Pero calma, no quiero adelantarme. Volé desde Buenos Aires hasta Roma, luego a Argel y de allí, a Tinduf, al sur de Argelia. En total, fueron 33 horas hasta que me bajé en el destino final a las 3 de la mañana (a esa hora, ya no entendía ni dónde estaba). Me estaban esperando de la organización, efectivamente; tuve que llenar unos registros y luego me subieron a una camioneta. Escoltados por otro vehículo, junto al conductor, comenzamos a desandar la oscura noche del Sahara.

Luego de media hora, arribamos al campo de refugiados de Bojador. Eran las 4 AM: silencio y estrellas, noche cerradísima. Bajamos del auto y tuve que registrarme, una vez más, en la Policía local (del Frente Polisario). Como comenté antes, siempre supe que no estaba yendo a un lugar "normal" y por eso había que respetar ciertas medidas de seguridad. Al cabo, los campamentos de refugiados saharauis, muy cerca de la frontera del Sahara Occidental (donde se libra la guerra con Marruecos) y de Mauritania, se ubican en una zona muy conflictiva del mundo... y por eso hay que cuidarse.

La magia comenzó luego: a las 4.30 AM. El auto se detuvo en una casa, aquella en que me alojaría. El conductor tocó la puerta y me abrió Mustafá (de quien ya hablé en la 1ra entrega de este diario). Un hombre alto, en musculosa, semidormido.

-Pasa, por favor. Sentite como en tu casa -- me dijo en español.
-Muchas gracias.

Un colchón me esperaba en el cuarto, alfombrado, preparado para mí. Simple y sin muebles. Pero no era lo único que había en la habitación...

Sobre el suelo, en una bandeja, había también un montón de comida. Sopa, papas fritas, gaseosas, pan, queso... luego de más de un día de viaje, sentí al comer que me volvía el alma el cuerpo. Mustafá y su mujer me habían preparado un montón de platos diferentes. La pareja había interrumpido su descanso nocturno sólo para agasajarme. Así comenzaba, luego de un periplo extensísimo desde América del Sur, mi estancia en el campamento.

Con los días, fui conociendo más a Mustafá. Pero no sólo a él. Sino también a muchos otros saharauis, de bondad enorme y alma dispuesta. Y aquí viene el corazón del texto que estoy escribiendo, el mensaje al que deseo llegar. La persona que me alojó es un muy importante funcionario del Gobierno...

¿Ustedes se imaginan llegar de visita a un país y que los aloje un viceministro? ¿Piensen en golpearle la puerta a las 4AM al jefe de gabinete y que los esté esperando con una sopa? Esto me sucedió ahora, me parece algo increíble y creo que habla de los saharauis, y de su forma de entender el mundo, mucho más que cualquier otra cosa que les pueda contar.

Así es el logo del Frente Polisario. I Foto: Fernando Duclos

¡Aquí no hay "gente importante"! Aquí hay una comunidad que comparte sufrimiento, desarraigo, sacrificio, lucha y un gran sueño: volver a su tierra. Y, en ese sentido, todos son iguales, ocupen el cargo que ocupen.

Hoy por la tarde tuve la suerte de poder conocer a un ministro del Frente Polisario, un hombre con muchísima experiencia y años de lucha. ¿Y saben dónde me recibió? En una casa de familia, sentado en el suelo e invitándome a comer pistacho.

Una situación completamente cotidiana, lejos de cualquier pretensión de importancia.

-En mi país, es completamente imposible que un ministro te reciba en la casa de una familia -- le dije.

Y me dio una respuesta que me dejó atónito.

-Es que, antes que ministros, somos militantes.


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