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Fecha de publicación 26 febrero 2016 - 06:58 AM

El domingo 24 de octubre de 1999 la República Argentina acudiría a las urnas en lo que serían las últimas elecciones generales del turbulento siglo XX. Dos candidatos principales buscarían suceder a Carlos Menem luego de 10 años al frente de la Casa Rosada, Fernando de la Rúa (por la Alianza –UCR, FREPASO-) y Eduardo Duhalde (del oficialista Partido Justicialista). Sin embargo, se impusiera quien se impusiera, el ganador ya estaría definido de ante mano: el sistema neoliberal vigente y las grandes empresas que lo avalaban.

Similar al popular juego de historieta denominado “encuentre las diferencias”, donde se colocaban imágenes aparentemente iguales y desafiaba a los niños a hallar pequeños detalles que las diferenciaban, dicha contienda ofrecía optar entre espacios políticos que apenas se distinguían el uno del otro. Por un lado, la Alianza enfocaba sus críticas en la corrupción y el clientelismo -dos de las principales características del gobierno vigente-, pero sin hacer el mas mínimo comentario sobre la desigualdad estructural que implicaba el sistema económico vigente (“conmigo, un peso un dólar”, solía repetir De la Rúa para ganarse la confianza del enorme entramado de intereses que existían tras la convertibilidad). A su vez, Eduardo Duhalde si proponía la necesidad de implementar una devaluación del peso, pero pensado a gusto y placeré del bolsillo de las grandes exportadores y determinados sectores de la Unión Industrial Argentina, sin considerar en lo más mínimo un programa de desarrollo alternativo a los planteos del Fondo Monetario Internacional. Si la convertibilidad constituía un neoliberalismo ideal para los bancos y las importadoras, la mega devaluación daría paso a uno hecho a medida de los grandes pooles de siembra y los sectores exportadores.

Mientras, el ajuste sobre las mayorías, la represión como única respuesta del estado frente a las demandas ciudadanas, las privatizaciones, el crecimiento del desempleo, la desinversión en salud y educación, las flexibilizaciones laborales o el endeudamiento externo, gozarían de total impunidad habite quien habite en la residencia de Olivos.  Como puede observarse, tanto un candidato como el otro eran meras marionetas de una interna entre la elite dominante, mientras el pueblo seguiría sumido en un total desamparo.

Dicho escenario daría un vuelco abrupto tras la llegada al gobierno de Néstor Kirchner. Por primera vez desde la primavera alfonsinista (1983-87), el país contaría con una expresión popular al frente del poder ejecutivo.

Sin embargo, tras la asunción presidencial de Mauricio Macri, la oligarquía dominante apuesta a bastardear nuevamente la política, vaciarla de todo contenido ideológico y programático, para reconstituir el viejo modelo en el que solo tengan posibilidades electorales los candidatos adictos a sus intereses. Sergio Massa, Juan Manuel Urtubey o José Manuel de la Sota, son fieles exponentes de una oposición meramente formal, pero que se avizora absolutamente cómplice en las cuestiones de fondo.

Macri es hoy solo un instrumento descartable  de los poderes facticos, aquellos que le financiaron la campaña y digitan su gobierno. Cuando el desgaste inherente a cualquier gestión, las cada vez más intensas fricciones internas y la inevitable reacción popular a las políticas de exclusión pongan en jaque al espacio Cambiemos, los mismos grupos empresarios que actualmente lo sostienen le soltaran la mano y apostaran por alguno de los referentes citados más arriba o cualquier otro dirigente que sea rehén de sus fines de lucro. El principal objetivo de los dueños de la economía es erigirse también como dueños de la política: disciplinar al poder político y constituir una democracia ficticia.

Muchos van a ser los intentos para erradicar al kirchnerismo de la arena pública, es esa hoy la mayor ambición de los agentes facticos. Seguramente 1999 despierta una gran nostalgia en la Sociedad Rural, la Bolsa de Valores, la Asociación de Bancos de la Argentina (ABA) o la Asociación Empresaria Argentina (AEA). Si el Frente para la Victoria no logra superar la sacudida y retomar la iniciativa, el país corre el riesgo de convertirse nuevamente en un estado de partido único: el del stablishment. 

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