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Soy Reportero
Fecha de publicación 12 marzo 2018 - 11:45 PM

"Cuestan menos que la bala que los mata". Eduardo Galeano.

Otra víctima del sistema. 12 años tenía. Chorro, ladrón, delincuente, criminal, asesino, negro de mierda, vago, falopero... Era un niño.

El miedo manda en la sociedad. Los medios de comunicación venden noticias sobre hechos violentos que los consumidores compran rutinariamente. Estas fábricas de mentiras echan leña al fuego y la llama de la cultura del terror crece exponencialmente. La inseguridad es un negocio. Sin demanda, funde. La impunidad reina. El Gran Hermano vigila el basural y no la city.

Mientras niños pobres aspiran pegamento, niños ricos todavía no descubrieron las drogas caras. Mientras niños ricos juegan disparando armas virtuales, niños pobres amortiguan con su cuerpo las balas de plomo. Por cada acribillado en la vía pública, la sociedad festeja casi como un gol sobre la hora.

El mercado, que habita en todos lados, el creador de las armas y las guerras, de la comida envenenada, del desempleo y la explotación, es el más respetado del mundo. Los escuadrones policiales no apuntan hacia él.

El Estado que protege la mano de obra barata promueve la mano dura. Ambas manos aprietan las cabezas de los más necesitados.

Facundo Ferreira, así se llamaba. Él no tuvo la fortuna de nacer en cuna de oro, ser hijo de un tano ricachón y haber estudiado en el Cardenal Newman. Su futuro hubiera sido otro; tal vez, habría sido un presidente que goce de total impunidad para cometer cualquier delito sin ser juzgado. Sí, porque sólo los pobres van a la cárcel y sólo ellos padecen esas condiciones infrahumanas.

Las balas impactan sobre cuerpos manchados, con olor, no sobre cuerpos bañados en perfumes importados. La sangre siempre es derramada en el barro, nunca sobre lujosos alfombrados. La condena social recae sobre el negro cabeza, no sobre el blanco europeo.

Se castiga abajo lo que se aplaude arriba.

Los niños pobres atraviesan una realidad que les prohíbe consumir lo que el sistema manda. Se ven obligados a delinquir para adquirir lo que el mercado les ofrece pero les niega. Lo que les goza en su rostro.

El poder está en guerra, contra el pobre que genera.
Bienvenidos al mundo. Bienvenidos al matadero.



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