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Soy Reportero
  • Las instituciones del Estado argentino
Fecha de publicación 27 enero 2016 - 07:13 AM

Esta mañana escuchaba en la radio  a un periodista que daba cuenta de las declaraciones del ministro de trabajo acerca de los despidos masivos. El ministro se expide sobre el particular justificando el proceso como necesario en un estado que se encuentra sobredimensionado. Y agrega que también se justifican los despidos en el sector privado porque también está sobredimensionado, ya que operaba en base a una economía irreal. Es decir, los despidos son un capítulo más de la novela del sinceramiento. El periodista cierra el segmento con una pregunta: un ministro de trabajo ¿No se supone que tiene que ubicarse en defensa del empleo, en lugar de justificar los despidos?

Y una vez más, en lugar de hacer lo que tengo que hacer, me siento compelida a tirar mi opinión al viento a ver si a alguien le hace ruido y hacemos caja de resonancia, a ver si nos escuchan de una buena vez.

Hoy quiero pensar en el rol que tienen las instituciones del estado. Ministerios, secretarías, subsecretarías, y toooooodo eso. A pesar de que nos quieran convencer de que lo importante para el estado es el pueblo en su conjunto, en algunos casos no hay nada más lejos de la realidad. Para entenderlo, ajustemos algunas definiciones.

El estado es un conjunto de instituciones que se fueron conformando a medida que las naciones se desarrollaban. Las instituciones surgen en la medida que se van presentando las necesidades a satisfacer.

La Nación es el grupo social (pueblo) que se conglomera en un territorio, bajo la organización política de las instituciones del estado, con soberanía e independencia de otras comunidades. (mmm…). Nación es pueblo, estado, territorio y soberanía.

Pueblo es el conjunto de personas que se agrupa en torno a las instituciones del estado, a la espera de la satisfacción de sus demandas, sin mucho interés en el cómo. Pueblo es la fuerza motora de una nación. Es mentira que la fuerza es el campo, o las fábricas, o la banca. La fuerza es la gente, porque ni el campo, ni las fábricas ni los bancos pueden ser el motor de nada sin gente. Pero el pueblo es como polenta hirviendo, te puede salpicar y quemarte si no la estás revolviendo sin parar con la cuchara de las instituciones del estado.

Bueno, hasta ahí bien. El estado responde a las necesidades del pueblo. Pero el pueblo no es una masa uniforme como la concebían los revolucionarios del sesenta, sino una suma de individualidades con peticiones particulares, y ahí está la encrucijada. Ante la diversidad, es imposible una gestión estatal de satisfacción uniformemente plena. Pero puede llegarse a un equilibrio que garantice la paz social, es decir, revolver parejo para que la polenta no salte. Un gobierno que se denomina popular, ocupa las instituciones del estado en satisfacer las necesidades de la mayoría popular, en forma más o menos uniforme, sumando donde hace falta y recortando donde hay más, aunque eso genere conflicto; porque obvio que a nadie le gusta que le saquen para darle a otro, aunque no se pueda negar la justicia de tal proceder. Si el estado popular logra el equilibrio de redistribución de la riqueza, por ahí tiene la suerte de tener una década de relativa paz social, lo cual es mucho si tenemos en cuenta el contexto de inestabilidad que se vive a nivel mundial. La verdad que para haber sido irreal, como asegura el ministro de trabajo, doce años es un poco mucho ¿no?

Pero como no todos tienen la misma ideología, es lógico que un estado que no es popular, atienda otras prioridades.

El gobierno que tenemos hoy legitima a través de las instituciones del estado las necesidades de los grupos concentrados del poder económico, transformando esas necesidades de unos pocos en “cuestiones de bien común”. Las instituciones entonces priorizan la concentración de riqueza y la metamorfosean en bien común, como si fuera que el pueblo necesita que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres, como si fuera de interés común lo que en realidad responde a las necesidades de una elite que sigue romanceando con la Argentina granero del mundo, repitiendo viejas recetas fallidas en la que el pueblo en su mayoría se queda esperando un derrame que nunca llega y es brutalmente despojado de los derechos adquiridos.

Una vez que analizamos el rol mutante del estado, logramos comprender por qué un ministro de trabajo justifica el desempleo;  en la actual agenda del bien común, el pleno empleo no es una prioridad. Las necesidades son otras, porque el pueblo representado y defendido por las instituciones es otro. No es el pueblo trabajador, sino el pueblo de las elites del poder.

Este estado tecnócrata funciona como la administración de una empresa, es la empresa de la Argentina agroexportadora, ya no una Argentina en busca de ciencia, ni de industria, ni de derechos humanos, ni de libertad de prensa, ni de justicia social, ni de proteccionismo económico. No es una Argentina soberana, orgullosamente latinoamericana, hermana de Paraguay, de Bolivia, del  Brasil. El estado de hoy dejó de revolver la polenta, habla en inglés y se viste de lentejuelas y plumas para impresionar a las potencias económicas mundiales, le dio la espalda al pueblo y dirige la mirada al mercado internacional. Y el pueblo espera, mientras le mira el culo a un estado que tiene la bombacha agujereada y el rancio olor de la oligarquía. Y la polenta sigue hirviendo.



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