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Soy Reportero
  • La educación es el terreno en disputa
Fecha de publicación 29 agosto 2017 - 01:19 AM

En política, lo que no se disputa se cede. Siempre ha sido de esa manera. Alguien, individual o colectivamente, lucha por poseer aquello que otro ha acumulado. En ese sentido, los hilos de todas las disputas modernas se encuentran en algo que una minoría dominante necesita de modo inexorable para mantener el control sobre una mayoría dominada: la educación.

Para dar cuenta de ello, basta solo con repasar los terrenos que históricamente la oligarquía se ha mostrado dispuesta a ceder. Allí es posible reparar que la educación nunca ha formado parte de esa nómina. De alguna u otra forma, ésta siempre se ha sostenido en tensión entre los modelos de sociedad. Lo que da la pauta de cuán importante es la educación para una casta que se nutre de derechos transformados en privilegios.

Este hecho fue comprendido por la derecha ya cuando la idea de la educación pública comenzaba a gestarse hacia el siglo XVIII. Por aquel entonces, con el cambio de paradigma iniciado por la Revolución Francesa y la conformación de los Estados nacionales, la educación fue considerada el espacio democrático donde la gente tuviera acceso público a la información y pudiera formar sus propios pensamientos. En efecto, se trataba de la conversión masiva de hombres y mujeres a la ciudadanía. Consciente de que no podía permitir cosa semejante, la oligarquía se planteó a sí misma estrategias capaces de devolverle las riendas de eso que ahora se le escapaba.

Durante siglos, a través del liberalismo así lo intentó destruyendo lo público en favor de lo privado. Entendió, sin embargo, que plantear el antagonismo entre lo público y lo privado era parte de una maniobra oxidada por el tiempo. De modo que pasó a barrer las fronteras. En esta nueva instancia, el neoliberalismo comenzó a apropiarse de todo; de lo público, e incluso del propio Estado.

Poco a poco, una a una, comenzaron a instalar en la educación características funcionales a sus intereses, donde la competencia es la norma rectora, donde la deshistorialización habilita un presente absoluto, donde la denegación de los símbolos le arrebata la identidad a las instituciones, y donde la narrativa de la autorrealización deviene en la punta de lanza del individualismo y la destrucción de lo común. A lo que se le suma en los últimos tiempos la estandarización de la comunidad educativa mediante prácticas de constante evaluación, a fin de incorporar una lógica empresaria bajo conceptos tales como: rendimiento, gestión, y eficiencia.

De esta manera, la “mano invisible” de la teoría capitalista, con el neoliberalismo ha mutado en tentáculos que penetran todos y cada uno de los ámbitos sociales. La educación, por tanto, se ha vuelto para la oligarquía en una fábrica de lo que Michel Foucault llamaría “sociedad de control”. Es decir, hombres y mujeres cuyo sentido común ha sido formado de tal modo que no presentan resistencia frente a la involución de sus derechos dentro de un modelo que los excluye a la miseria. Una sociedad que, al igual que el futuro al que hacía referencia George Orwell en su novela “1984”, se mantenga inmutable mientras que la bota aplasta un rostro humano insensatamente. La educación que la derecha puja por imponer,
es la reproductora de esa conducta que naturaliza la injusticia social y coloniza la subjetividad
. Algo que los medios de comunicación se encargan de reafirmar día a día, minuto a minuto, desde sus usinas de desinformación masiva.

Lejos queda, para el caso, la idea original de la educación como espacio central para la construcción de ciudadanía.

Estos factores ciertamente dejan al desnudo dos cosas para la reflexión del campo nacional y popular: que disputarle la educación a la oligarquía es una obligación, y que solo ese camino evitará que el futuro orwelliano se vuelva realidad.

-Ivan Di Sabato-



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