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  • FUNDAMENTALISMO PRO

Mientras los datos empíricos demuestran que las políticas de Cambiemos están destruyendo a la Argentina, su discurso reiterativo niega el principio de realidad

“La energía es una y los argentinos la tenemos”, decía Mauricio Macri en Mar del Plata. “Hay que utilizarla para construir, para pensar en el futuro, no para agredir”, agregaba. En cada discurso repite “este es el camino, créanme que no hay otro”, “de una Argentina hacia la pobreza cero”, “confíen”, “vamos todos juntos”. Los funcionarios PRO meten una “Argentina soñada”, paradisíaca, con pleno empleo e “inversiones”, y profetizan menor inflación.

Es un relato de paz y felicidad basado en la fe y en la promesa de un futuro mejor. En términos semióticos, la promesa es un programa narrativo de manipulación. Es decir, el destinador ofrece un don futuro con la condición de que su destinatario sacrifique el presente. Su fuerza persuasiva viene de la esperanza, en tanto efecto de sentido duradero porque, ante todo, se fundamenta en el principio de placer. No importa la adecuación del discurso con el referente, sino que el destinatario crea-verdad. Es un hacer-creer, en una primera instancia, para evitar la resistencia y aceptar el sacrificio, en una segunda instancia. Muchas religiones se basan en este principio.

El relato PRO se apropia de la fuerza persuasiva de la esperanza para que sus adeptos acepten las medidas de una política que va en contra de sus propios intereses. Para ello construye un discurso que reproduce y naturaliza un sistema de creencias que podríamos denominar “fundamentalismo PRO”, constituido por un complejo entramado de “fundamentalismo de mercado”, neocolonialismo, negacionismo y voracidad patológica.

En El precio de la desigualdad (2013), el Premio Nobel de economía, Joseph Stigliz, define al fundamentalismo de mercado como “la idea de que los mercados sin trabas siempre son eficientes, incluso en ausencia de una normativa del gobierno”. La quita de retenciones de los sectores más concentrados de la economía, la apertura de las importaciones, la liberación del dólar y la supresión de la mayoría de los subsidios orientados a reforzar la economía interna son algunas manifestaciones.

Algunos ejemplos de complicidad con el neocolonialismo son el retorno a las relaciones carnales con EEUU e Inglaterra; la autorización para instalar bases militares norteamericanas en nuestro país; el anuncio de participar en el Tratado de Libre Comercio; su hostilidad con Nicolás Maduro (para boicotear el Mercosur) y la eliminación de las restricciones para la venta de tierras a los extranjeros (decreto 820/2016).

El meteórico aumento de la pobreza, la indigencia y la vulnerabilidad, es negado sistemáticamente o atribuido a la supuesta pesada herencia del gobierno anterior. Las protestas en contra de los tarifazos, de los decretos de necesidad urgencia utilizados para quitar derechos, anular leyes y nombrar a jueces amigos, son invisibilizados por los medios hegemónicos. Además, y contrariamente a los hechos empíricos, el oficialismo considera “muy productivos” los primeros ocho meses de gestión y afirma que la Argentina “está entrando en un ciclo de expansión”. Por si fuera poco, el presidente reinstala la noción de “guerra sucia” con la intención de borrar de la historia el terrorismo de Estado.

En cuanto a la voracidad patológica, puede observarse en la millonaria transferencia de recursos de los trabajadores a los sectores más concentrados de la economía. También en los negocios espurios y conflictos de intereses de la CEOcracia. Sin mencionar su corrupción estructural, empezando por las 214 causas y numerosas cuentas en paraísos fiscales del presidente (caso único en la historia universal de la infamia).

Una de las características de los fundamentalismos es la necesidad de un enemigo a quien atribuir todos los males. La construcción del Enemigo K fue necesaria para que el PRO llegara al Poder. ¿Pero cuánto tiempo más podrán distraer con su cacería? Si bien la realidad del principio de realidad no es univoca y accesible a todos, como lo pretendían los positivistas, porque estamos mediatizados. Tampoco es sostenible el presupuesto postmoderno según el cual no hay hechos sino interpretaciones. Como decía Umberto Eco (1999), la interpretación tiene sus límites y se basa en un texto u objeto del mundo. En Kant y el Ornitorrinco, también decía que el Ser pone sus límites, establece líneas de resistencia, existe un zócalo duro del ser, la realidad nos dice NO.

“El relato macrista está herido de muerte”, afirma Hernán Brienza (2016). El politólogo sostiene que el Panamá-Gate pone en crisis política al macrismo porque deja expuesta a su clientela política. En consecuencia, el contrato se ha roto por la escandalosa corrupción del PRO. Pero también por la frustración de una mayoría que pierde sus derechos, su trabajo, calidad de vida y que además es estigmatizada, perseguida e ignorada. Por lo tanto, la fuerza persuasiva del PRO se desvanece.

Como todo fundamentalista, el PRO busca imponer su visión del mundo por las buenas o por las malas. Su ideólogo, Durán Barba, versado en el arte de la impostura, utiliza estrategias sucias para eliminar la resistencia de sus enemigos “populistas”. Una de ellas es el ejército de Trolls que acosa por las redes a los disidentes. Otra de ellas es la victimización del presidente mediante la proyección de la violencia de sus propias políticas hacia los que las padecen. Una de las que más llama la atención es el relato basado en el principio de inmanencia, cerrado en sí mismo, de una realidad paralela, ficticia, por no decir delirante, de una Argentina que se dirige hacia la pobreza cero.

A pesar de todo, y a diferencia de otros países donde la mayoría de sus ciudadanos está mediotizada y domesticada, las atrocidades perpetradas por el fundamentalismo PRO no hace más que reforzar la resistencia de una sociedad argentina empoderada cuyas madres gritan “¡Macri, pará la mano!”



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