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  • EE.UU. admite que guerra contra las drogas se inventó para aplastar movimientos afro
Fecha de publicación 1 abril 2016 - 10:03 AM

En 1994 un ex consejero de Nixon admitió que la Guerra contra las Drogas se libró no para mantener seguros a los norteamericanos sino para aplastar la disidencia. De acuerdo a John Ehrlichman, que cumplió una condena en prisión por su involucramiento en el escándalo Watergate, la Guerra contra las Drogas fue para quitarle poder a los movimientos anti-guerra y por los derechos de los negros en la década del 70.

El escritor Dan Baum escribió en la edición de abril de Harper’s Magazine que en 1994 conversó con el ahora difunto Ehrlichman, quien le explicó con franqueza la razón por la que el presidente Nixon impulsó la prohibición:

“La campaña de Nixon de 1968, y su gobierno después, tuvieron dos enemigos: la izquierda anti-guerra y la gente negra. ¿Entiendes lo que digo? Sabíamos que no podíamos ilegalizar estar contra la guerra ni ser negro, pero al hacer que el público asociara a los hippies con la marihuana y a los negros con la heroína, y luego criminalizando fuertemente a ambas, podíamos afectar seriamente a esas comunidades. Podíamos arrestar a sus líderes, allanar sus viviendas, desbaratar sus reuniones y vilipendiarlos todos los días mediante los noticieros de la noche. ¿Sabíamos que estábamos mintiendo con las drogas? Claro que sí.”

De hecho, este abordaje no era una novedad en el gobierno norteamericano. Henry Anslinger, el primer comisionado del Buró Federal de Narcóticos (un precursor de la DEA), vio una amenaza racial en las drogas y en la marihuana. A menudo se perpetúan nociones intolerantes no sólo respecto de los afroamericanos y la heroína, sino la marihuana:

“En total hay 100.000 fumadores de marihuana en los EE.UU., y la mayoría son negros, hispanos, filipinos y artistas. Su música satánica, el jazz y el swing, son el resultado del uso de la marihuana. Esta marihuana provoca que las mujeres busquen tener relaciones sexuales con negros, artistas y cualquier otro”, dijo en una frase célebre. También denunció que “la marihuana hace que los negros crean que son igual de buenos que los hombres blancos”. Con respecto a la guerra, Anslinger insistía con que la marihuana “conduce al pacifismo y al adoctrinamiento comunista”. A pesar de que se descubrió que Anslinger era deshonesto (se descubrió que su departamento inventaba cifras en un intento por probar que la prohibición había detenido el uso de drogas y que la marihuana era perjudicial), estas nociones prejuiciosas básicas persistieron por décadas.

Mientras que Anslinger dominó entre las décadas del 30 y comienzos del 60 impulsando propaganda racista y antimarihuana, la guerra moderna contra las drogas, lanzada en 1971, tuvo la intención cierta de sofocar los levantamientos populares. Estando la generación del “baby-boom” oponiéndose activamente a la guerra de Vietnam (junto con algunas figuras monumentales del movimiento por los derechos civiles como Martin Luther King Jr. y Malcolm X también en contra), el gobierno necesitaba una forma de neutralizar ese disenso.

Intensas revueltas afroamericanas producidas en varias ciudades de todo el país, primero contra el racismo institucionalizado y luego por el asesinato de King en la primavera de 1968, atrajeron el puño de hierro de las fuerzas policiales y de la Guardia Nacional. Al poco tiempo, el gobierno de los Estados Unidos actuó rápidamente para aplastar el levantamiento: hizo aprobar en 1968 la  Ley Ómnibus de Control del Crimen y Seguridad Callejera, que reforzó la presencia policial en los Estados Unidos e instituyó el control de armamento; muchos manifestantes habían llevado armas a las protestas, a menudo contra la brutalidad policial. La ley 'anticrimen' fue aprobada dos meses antes de que decenas de miles de protestantes antiguerra se volcaran en masa a la Convención Nacional Demócrata.

La Guerra contra las Drogas, como admitió Ehrlichman, fue un velado esfuerzo para reprimir las características inherentemente antiautoritarias de los movimientos antiguerra y negro. Sólo tres años después de que el gobierno federal hubiera acabado con los levantamientos, Richard Nixon declaró su guerra contra las drogas, que demostró su efectividad al alcanzar las metas que Ehrlichman había compartido con Baum en 1994.

Como explicó Michelle Alexander, autor de The New Jim Crow:

“El pueblo es metido por la fuerza adentro del sistema penal, particularmente en las comunidades pobres de color, a una edad muy temprana ... generalmente a causa de crímenes menores no violentos. [A los jóvenes negros] se los conduce a prisiones, estigmatizados como criminales y delincuentes, y cuando son liberados se ven relegados a un estatuto permanente de segunda clase, despojados de los mismos derechos que supuestamente había conquistado el movimiento por los derechos civiles ... Muchas de las antiguas formas de discriminación que supuestamente habían sido dejadas atrás durante la era de Jim Crow repentinamente volvían a ser legales, una vez que eras marcado como un delincuente.”

El gobierno federal no necesitó realizar un esfuerzo demasiado grande para asociar a la marihuana con el movimiento antiguerra. Anslinger ya había declarado que la marihuana convertía a la gente en pacifistas, una realidad que parecía tener un paralelo con el floreciente movimiento antiguerra. Como había observado el Washington Post, hacia 1969 “la marihuana ... era un símbolo del movimiento anti-Guerra de Vietnam y de la contracultura hippie.”

Como escribió Dessa K. Bergen-Cico en Guerra y Drogas: El Rol del Conflicto Militar en el Desarrollo de la Sustancia:

“Las opiniones a favor y en contra de la guerra [de Vietnam] tendían a coincidir con las opiniones sobre el uso de drogas. Por eso vengo de una época en la que el uso de marihuana y hachís estaba inextricablemente vinculado al movimiento antiguerra, y el uso de drogas era en sí toda una declaración política antiautoritaria.”

Y es aquí donde radica una de las razones más poderosas y menos conocidas para la prohibición: es una táctica opresiva para silenciar la disidencia.

No queda claro si el esfuerzo del gobierno fue una estrategia orientada a demonizar la contracultura y el pensamiento antiautoritario en sí mismos, o si simplemente fue para suprimir los movimientos que los amparaban. Sin embargo, la confesión de Ehrlichman clarifica la cada vez más evidente realidad sobre la Guerra contra las Drogas: nunca tuvo la intención de mantener a salvo al pueblo.

En cambio, le ha costado a los Estados Unidos y al mundo una enorme cantidad de dinero y sangre, reforzando el control y el poder estatal. De acuerdo a to Drugsense.org, “el gobierno federal de EE.UU. gastó más de 15.000 millones de dólares en 2010 en la Guerra contra las Drogas, a un ritmo de $500 por segundo.” Además, los Estados Unidos tienen la mayor població carcelaria del mundo. La prohibición de las drogas ha fomentado el crecimiento de los carteles, la violencia relacionada con las drogas, y las tácticas policiales violentas.

Aunque los puntos de vista de figuras históricas como Richard Nixon y John Ehrlichman aún influyen en la política sobre las drogas (la marihuana aún está clasificada en la misma categoría que la heroína y la cocaína, por ejemplo), la conversación se está desplazando innegablemente. El mismo artículo de Baum es un argumento a favor de la legalización de todas las drogas. Un funcionario federal de Estados Unidos discutió recientemente la posibilidad de despenalizar las drogas. Una mayoría de norteamericanos apoyan la legalización de la marihuana. Y aunque el sistema penal sigue perpetuando el racismo a través de la Guerra contra las Drogas, es evidente que se están desintegrando lentamente al menos algunas reliquias de un pasado autoritarismo, y que afortunadamente no logran alcanzar totalmente el resultado de 'criminalizar' y 'perturbar' al disenso.

http://hpub.org/drug-war-is-a-cover-to-steal-citizens-property/

http://hpub.org/an-ounce-of-gold-and-ounce-of-cocaine-a-trillion-dollar-deficit-and-a-war-in-vain/



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