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Soy Reportero
  • Civilización o barbarie
Fecha de publicación 4 febrero 2016 - 02:03 PM

No puedo evitar hacer asociaciones, encontrar semejanzas y analogías en situaciones aparentemente desarticuladas unas de otras, pero que dan cuenta de lo que somos y cómo estamos.

Hoy mi esposo tuvo que ir a hacer un trámite al banco. Volvió enojado porque a pesar de haber llegado antes de las 10 y de haber sido el primero de la cola, atendieron a seis personas antes que a él. Claro, él estaba trabajando, vestía de fajina y tenía que hacer un trámite de pocos dígitos y en moneda nacional. Atrás de él, en la cola, había señores bronceados, con camisas rosadas y bermudas cargo, contando los minutos en sus TAG Heuer y escudriñando detrás de sus Ray Bans. Por supuesto, esos señores fueron atendidos con premura, mientras mi marido rumiaba su bronca y esperaba su turno de ciudadano de segunda.

Mientras tanto, la Federal echa de Plaza de Mayo a un señor que estaba por escribir algo en una cartulina; al fondo, turistas pasean y se sacan selfies en Casa Rosada; gendarmes entran a la villa 1 11 14 para un “operativo”, armados hasta los dientes (con balas de goma… operativo… mmm…) y se llevan por delante a los murgueros que estaban ensayando. Esos gendarmes que cuidan a los que viven en Palermo, les disparan balas de goma a nenes de la villa. Mientras pasa todo eso, la nueva directora de Radio Nacional justifica no renovar contratos a partir de la lectura de lo que el contratado publica en redes sociales. “Yo revisé tu twitter, vos me agrediste”, dice la directora y no le renueva el contrato a un periodista. ¿Qué hacemos entonces con el ministro que insulta con términos como “la grasa militante”, cómo hacemos para despedirlo? ¿Y cómo podemos rajar al ministro de cultura (!) del Macondo porteño, que insulta uno de los capítulos más negros de nuestra historia? Ah, no. No se puede. Claro. La democracia.

Instantáneas de una porción del país que tengo al alcance. Cuántas cosas más habrá en los pueblos, en otras provincias, que no nos enteramos. Pero como para muestra basta un botón, me permito analizar este sesgo. No puedo evitar pensar en esta democracia mentirosa que se parece más a una sociedad de castas que al invento de los griegos; acá el que menos manda es el pueblo. Hay una violencia de clase lastimosamente internalizada y naturalizada: la obediencia al poderoso, la supremacía del rico, la cultura de ser lo que valemos y valer lo que tenemos. El banco que atiende primero al rico, el poli que patotea al tipo común, el gendarme que le metió un corchazo a un negrito de doce años, la directora que te echa por expresar tu ideología; son ejemplos de que hay, como siempre hubo, un enemigo a neutralizar. La diferencia es que en algunas épocas se disimulaba un poco, había una cierta diplomacia que daba cuenta de una sociedad que no aceptaba la violencia de clase a pesar de su existencia; pero la violencia clasista en estos días es celebrada y se manifiesta sin disimulo, en nuestra cara, como en los peores momentos de nuestra historia. Hay una grasa molesta que es preciso quitar, hay una barbarie que estorba en el proceso de aquietar el ambiente para que las mariposas capitalistas no se espanten durante su colorido vuelo de ingreso a nuestra patria. La barbarie no es bienvenida a integrar el pueblo que ejerce el poder democrático de hoy, la barbarie no cabe en el pueblo globalizado, moderno y amigo de los mercados mundiales. No, no. La barbarie no tiene posibilidad de ciudadanía en el mundo hoy.

No puedo menos que notar, que desde que Domingo Faustino Sarmiento plantea la dicotomía civilización / barbarie estamos condenados a ubicarnos en un lugar u otro. La barbarie es un enemigo al que hay que doblegar, para  ser incorporado a la postal de la identidad nacional, luciendo para la ocasión toda su humillada neutralidad. Como las pinturas de malones y escenas de la pampa de nuestros primeros artistas, que serían algo así como los medios de hoy en día. Se mostraba al indio como el malvado, el ladrón, el hereje que se roba a las mujeres y se come a los niños. Una vez que se lo doblega, el indio se vuelve parte del paisaje nacional y de nuestra identidad. Ya no lo odiamos, lo mostramos orgullosos; “nuestras raíces”, decimos hoy; pero el pueblo de la época de Roca no sé si los quería tanto.  Lo mismo ocurrió con el gaucho. Lo mismo ocurrió con el zurdo. Lo mismo está ocurriendo hoy. ¿Será que todos vamos a terminar posando juntos en el retrato familiar de la barbarie argentina?

Desde 1845 no inventaron nada. Los buenos muchachos siguen con la vara de Sarmiento, determinando propios y ajenos, útiles y molestos, civilización y barbarie, dejando bien claro que la democracia es una mentira, que el pueblo no solo no manda, sino que se lo va a doblegar si molesta mucho. Y los que conformamos la barbarie lloramos con pelusa de plátano en los ojos y cagados por las palomas francesas.



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