Incapaz de evitar conflictos armados, ingobernabilidad y el deterioro ambiental, la Organización de Naciones Unidas (ONU) cumple 7 décadas con serias dudas sobre su neutralidad y eficacia. Formada por 193 países miembros, que cada vez son mas omisos en sus contribuciones, la organización hoy se financia por aportes de firmas multinacionales que determinan su agenda –política y comercial-. Ante su inoperancia, entes como el poderoso G-20 y la naciente Comunidad de estados Latinoamericanos y del Caribe gestionan sus intereses en la escena internacional; de ahí que para sobrevivir y promover un mundo mejor, no basta una reforma sino una revolución de la ONU. 

Como cada año, en septiembre inició sesiones la Asamblea General en su sede neoyorquina, construida con la donación de 8,5 millones de dólares del multimillonario John D. Rockefeller a mediados del siglo pasado. Incapaz de erradicar las prácticas neocoloniales y políticas extraterritoriales, como el bloqueo contra Cuba, la oposición violenta en Venezuela, sanciones unilaterales y cobros inmorales de la banca a países deudores (los llamados “bonos buitre”), el organismo multilateral también enfrenta serios desafíos geopolíticos y económico-financieros, conflictos armados o de inminente estallido en todo el planeta, el persistente subdesarrollo y baja mundial de precios en materias primas. 

En el amplio salón de mármol verde y maderas se escuchó la voz del presidente ruso, que hizo un claro diagnóstico de los desatinos de la política “antiterrorista” de Occidente. Vladimir Putin subrayó que es “hipócrita e irresponsable apoyar hoy a los terroristas y luego pensar en aniquilarlos”, en clara alusión al apoyo occidental a la subversión de EU en Siria y advirtió que esos grupos “no son brutos y no se sabe quién manipula a quién”, de ahí que armarlos sea peligrosísimo, como el llamado Estado Islámico.

Sería el jefe del Kremlin quien con ese preámbulo, lanzara a su aviación de guerra contra las fuerzas que pretenden derrocar al presidente de Siria, Bashar al Assad y con esa ofensiva, lograra minar la posición de Washington en aquella parte del planeta. 

Desde la prestigiada revolución cubana, el presidente Raúl Castro fue congruente con la sistemática denuncia de la política imperialista al recordar que a 70 años de vida de la ONU, persisten las guerras de agresión, la intervención en los asuntos de los Estados, el derrocamiento de gobiernos soberanos, los denominados “golpes suaves” y la recolonización de territorios. Y con toda su autoridad moral, el cubano respaldó el anhelo de independencia del pueblo puertorriqueño al tiempo que afirmó que sigue siendo una quimera el compromiso asumido en 1945 para promover el desarrollo económico y social, pues hoy 795 millones de personas sufren hambre, 781 millones de adultos son analfabetos y 17 mil niños mueren al día de enfermedades curables, mientras el gasto militar anual global asciende a más de 1,7 millones de dólares.

Seguramente que con esas palabras, los miembros asistentes a la Asamblea General recordaban la tibia acción del organismo ante los devastadores ataques terroristas que ha sufrido el pueblo cubano y el bloqueo genocida, que pese al voto de rechazo que ha recibido en Ginebra, se mantiene por la arrogancia de un Congreso estadounidense permeado por un conservadurismo tan primitivo que la mayoría de sus miembros sostiene que la Teoría de la Evolución es falsa.

En su discurso ante la Asamblea General, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro pidió estar atentos a todo intento de violentar la vida política del país ante los próximos comicios parlamentarios y recordó que figuras como el expresidente James Carter sostuvo que el sistema electoral de su país es el más transparente que ha conocido. En ese momento, quizás el secretario general Ban Ki-Moon debió reflexionar que el organismo a su cargo no ofreció mediar entre Caracas y Guyana en su diferendo por Esequibo ni intentó frenar la tensión fronteriza con Colombia.

En contraste, la ONU ha tenido una actitud más que parcial con respecto al líder de la oposición violenta, Leopoldo López, pues el relator del Grupo de Trabajo especializado en Detenciones Arbitrarias, Seong-Phil Hong, no ha escatimado críticas contra el Gobierno por, supuestamente, no respetar el debido proceso legal ni las garantías judiciales. 

Esa es hoy la Organización de Naciones Unidas, cuyo nombre –propuesto por Franklin D. Roosevelt- adoptó del que llevaron los países aliados al combatir al eje Berlín-Roma-Tokio en la Segunda Guerra Mundial: Naciones Unidas. Entonces, en secreto, EE.UU. pactó su apoyo con Gran Bretaña en la Carta Atlántica, documento que inspiró la Carta de San Francisco que dio origen al organismo multilateral, recuerda Global Research.

Esa influencia estadounidense también se refleja en el afán de la superpotencia por maniobrar en un foro multinacional cuyas Resoluciones refuerzan su posición hegemónica, como ocurrió desde 1991 en la primera Guerra del Golfo. A partir de entonces, Washington apuntaló su real politik en el multilateralismo al usar a sus aliados y a la ONU en todas sus ofensivas militares, tal como en 2002 definía su Estrategia Nacional de Seguridad al establecer que “ninguna nación puede construir sola un mundo más seguro”.

Con ese “poder suave”, para atraer y persuadir a otros a adoptar su agenda, EU y las corporaciones multinacionales dictan la gestión de la ONU, como confirma el estudio “Apta ¿Con qué Objetivo?” de Global Policy Forum (GPF) que se presentó dos días antes del 70 período de sesiones. Ahí se afirma que empresas trasnacionales – unas 8 mil 371 de 162 países- aportan recursos al organismo para manipularlo a través de un “multilateralismo selectivo” como afirma el director de GPF, Jens Martens. 

Así pues, la ONU es un foro rebasado, parcial y que para sobrevivir necesita no una reforma sino una profunda revolución.