Uruguay. Más allá del Candombe


27 de marzo de 2024 Hora: 16:02

La celebración late como un llamado del tambor africano, de febrero a marzo en Uruguay. Más allá del Candombé, hay un reclamo latente y ancestral.  

Cabría preguntar en los barrios negros, cómo vivieron entonces en la llamada Suiza de América; presente en la mentalidad de algunos uruguayos por sus estándares -alguna vez- casi europeizantes.

Alrededor del puerto natural y seguro para naves de gran calado, el portón en la muralla de la “Ciudadela”, fortificación para la defensa de la metrópoli que inicialmente dio nombre a la capital, se desarrollaba la vida en Montevideo. 




Quizá por esas condiciones, fue bien visto por la España colonial, el arribo de los barcos con varones, mujeres, y niños africanos, durante todo el primer siglo de existencia montevideana.  Y aún hoy, la ciudad vieja, las calles que dan al mar, los barrios periféricos, tanto como las “llamadas” del toque africano, convocan al repicar del tambor.

Lo describió en el siglo XIX, el francés Xavier Marmier, quien tenía tanta pasión por los viajes, como por la literatura.  “Montevideo como Nueva Orleans, está en la desembocadura de uno de los ríos magníficos del globo que, con sus afluentes, abarca una de las más fértiles regiones de la tierra, y será la Nueva Orleans de esta parte del continente americano”.

Se refería al río La Plata -formado por la unión de los ríos Paraná y Uruguay, en el Cono Sur de América, que desemboca en el Atlántico sur- imaginando el promisorio futuro que en un tono melancólico o cínico, no los abandona.

África bantú

Ahí está el Candombé para confrontarlos con su eterna identidad, como género musical con raíces en el África bantú. Desarrollado por esclavos angoleños y congoleños en el Río de la Plata -algunos dicen, provenientes de más de veinte pueblos africanos- es un punto de reconocimiento y visibilización de la desigualdad afro-uruguaya. 

La mayoría de los descendientes de africanos, han experimentado la discriminación racial institucional, en las prácticas de la vida cotidiana y en las limitaciones a sus posibilidades de ascenso social y desarrollo humano.

Otros dicen que el Candombé ni siquiera es rioplatense, sino múltiple en su existencia latinoamericana. Autóctono, comentan: en Minas Gerais, en Buenos Aires y en Montevideo; como en Saladas (Corrientes) y en la Ciudad de Corrientes, donde todos los toques, son distintos entre sí. Cada uno con sus matices. Eso sí, la misma raíz: África, pero un tronco diferente. 

Sus ejecutores no se consideran percusionistas, sino tamboreros. Son los que hacen hablar al tambor, sobre el pasado que evocan. Familia, tambor y Candombé, son sinónimos hasta que confrontan el “blanqueamiento” de una población, que dice proviene de la inmigración masiva, de la que desciende la mayoría de los uruguayos.

Se hablaba de negros a partir del siglo XVIII, con la llegada de los esclavos africanos al cono sur. Ahora, proceder de africanos esclavizados en América, te hace afrodescendiente.

Comenta Pablo Cirio, especializado en Antropología de la Música. “En sentido amplio también se les dice «afrodescendientes», pero el concepto es, en realidad, político, está creado para mejorar las condiciones de vida de los descendientes de esclavizados. Esto es así porque cuando se les dio la libertad, en los diferentes países de América, no fueron indemnizados; fueron indemnizados los blancos, los amos, porque ‘perdían su mercadería’, los negros fueron librados a la buena de Dios”. 

“Ese es el origen de la pobreza y la desigualdad económica que hoy tienen -comenta el antropólogo. Entonces, hay una deuda de los Estados-nación, para con su población negra. La deuda que también tiene el Estado argentino, que fue cómplice y participó del tráfico esclavista, un crimen de lesa humanidad, por tres siglos y medio; tiene que ver con los descendientes de esa población, no con un africano que haya llegado hace diez años o un afrouruguayo, que haya venido a vivir aquí, hace cincuenta”.

Definición

Para definir al Candombé uruguayo, reconocido en 2009 por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, habría que destacar su visibilidad, porque esta manifestación cultural siempre se hizo en la calle. 

Es instrumental, quien habla es el tambor percutido por hombres -y mujeres- originalmente de pie. Y no es uno, son tres tambores tensados al calor del fuego. Sobre el chico, el repique y el piano, la esencia africana proyecta un sentimiento, desde los palos y manos que la interpretan.

Hasta tiene un día para su devoción. Desde el 2006, todos los 3 de diciembre se celebra en Uruguay, el Día Nacional del Candombé, que se remonta a la Montevideo sitiada, cuando recorrían las calles pregonando ese sonido único, en reafirmación de la cultura originaria africana.

Obviamente aparecen artilugios territoriales, para adornar el momento de cada comparsa. La mamavieja,  es la nana negra de cría y leche del hijo del amo, a pesar de los suyos. Representa la ancianidad reverenciada en los pueblos originarios, la sabiduría. 

El gramillero, un típico curandero africano. Era el sucesor del Rey de la Sala de Nación; el que cura con «gramillas» o yerbas, conservando esa mística africana hacia el “brujo”, reverenciado con su barba blanca, su silencio y el temblequeo, como si entrara en estado de trance.

Al Escobero, le confieren la apertura y guía, los pases mágicos para alejar malos presagios, ataviado con cuero alrededor de la cintura, que le cubre hasta las piernas, por delante y detrás. El antiguo escobero, abre los caminos y designa el buen desempeño de la comparsa, aunque para ello, deba “enfrentarse” a igual símbolo de otra congregación, a puros codazos y zancadillas, sin perder el ritmo, ni la escobilla.

Aquellos abuelos esclavos, tenían sus cantos sagrados o desenfrenados, sus ‘toques’ festivos y luctuosos, interpretados en otro idioma, con otra forma de sentir su cultura a través de la danza. 

El Candombé los resume, como la expresión musical-religiosa más significativa del colectivo afro. Ha sido esencial su resistencia, por lo que, en lugar de aceptar el destino al que fue condenado en diferentes etapas históricas de la nación, sobrevivió, venció barreras y represiones. 

Todavía hoy, la fiesta afrouruguaya encuentra en su música y danza, una válvula de escape y modo de afianzar su espiritualidad. Como antes en las ‘Salas de Nación’, con su Candombé, volvían a ser africanos. 

El Candombé tuvo una época en que sonaba cada domingo, cuando los amos permitían a sus esclavos expresarse, alineados a lo largo de la muralla que cerraba y cuidaba a la ciudad. Sucedía también en Año Nuevo, Navidad, Resurrección, Virgen de Rosario, San Benito y San Baltasar.

Eran las Llamadas

Al menos desde 1760, en determinados espacios de tierra apisonada, se reunían los africanos de acuerdo con su región de origen. Cuenta el historiador uruguayo, Isidoro de María Gómez, que cada grupo iba ‘llamando’ a sus coterráneos. “Y así los cabindas, benguelas, marises, casanchez, moyolos, ukolos, etcétera, se reunían los domingos para sus cantos y bailes, entonando sus cadenciosos yé, yé, yé, Calunga yé, eeé llumbá”.

A fines del siglo XIX, se “llamaban” entre barrios y comparsas. Por eso, hoy se puede distinguir la sonoridad, cuando suena una lonja de cuero curtida a fuego lento, según ritmo del barrio de la “llamada”. Si es de “Ansina” (Barrio Reus al Sur), el “Medio Mundo” o el conventillo de Gaboto (Gaboto entre Cerro Largo y Paysandú), por citar algunos. 

Como una práctica ética que persiste en África, convocaban a los tamboreros que llegaban tarde ‘al llamado’, para después de la ceremonia, visitar a “las autoridades” de su congregación.

 


 

El ritmo latente en los barrios negros, era gestado en los conventillos, típicos de los que abundaban en el Montevideo de la época. Edificaciones alrededor de un gran patio central, donde ubicaban decenas de piletas para el lavado de ropa y las tendederas. Tenían algunas habitaciones, baños y aljibe.

El Candombé mantiene su afianzamiento hasta el XXI y es parte del carnaval más largo del mundo, según los uruguayos. Lo que llegó con la fuerza del dolor y la añoranza, se transmitió con las manos sobre el cuero de tres tamboriles de tamaños diferentes, sonidos independientes y armónicos, del agudo al grave.

De la murga Asaltantes, no hay quien quede imperturbable. Ha sido ganadora de los últimos concursos del carnaval. Este es un género coral, teatral y musical, interpretada por un coro de hasta 14 personas, con el acompañamiento musical de bombo, platillos y redoblante. Pero esta es otra manifestación carnavalesca.

 


 

En las noches calurosas del verano austral, el Candombé africano a todo lo que da, los desfiles y murgas y hasta el tango –no falta quien dice, el 2×4 también es autóctono- dan de comer al espíritu y al cuerpo del carnaval de Montevideo, en el Decenio Internacional para los Afrodescendientes (2015-2024).

En esa promiscuidad cultural, el escritor argentino Mario Daniel Villagra, describe la construcción de un tambor para el grupo de Candombé “La Yaguarona”.

 


 

Fuera del carnaval, el rico patrimonio acarreado por los africanos, es ignorado sistemáticamente y desdeñado por un sector del pueblo uruguayo, al decir de algunos afrodescendientes. 

Identificar, nombrar y ‘afrocentrar’ la educación, es un propósito de muchos intelectuales en el ámbito universitario, quienes entienden, que no hacerlo, es realmente una manifestación de racismo.

Se trata de llevar los contenidos a las discusiones y a los programas educativos, la obra de los autores afrodescendientes. Porque hasta la historia está contada desde la perspectiva del amo, desde el menosprecio por los pueblos considerados ‘sin historia’. 

Para colmo, en la soberbia de la clase dominante colonial, los negreros criollos fueron considerados próceres. En Uruguay citan a Maciel, García de Zúñiga, Salvañach, Magariños y Berro, entre otros.

Por eso se cree con fuerza, en la necesidad de diseñar políticas para reconocer el rezago histórico, con el que algunas poblaciones -como la afrodescendiente- han lidiado históricamente con estructuras adversas. 

Asimismo dicen, es urgente se cumpla lo establecido en la ley 19.122 del año 2013, que significó un avance en términos de construcción de equidad racial en Uruguay. “Reconoce la trata y el tráfico esclavista como crímenes contra la humanidad, y a la población afrodescendiente como históricamente víctima de la discriminación racial”.

Porque en Uruguay -como en Latinoamérica- existe el racismo, hay que nombrarlo. No en episodios que nos llegan a veces de forma lejana, comentan algunos de sus pobladores. Solamente cuando nos liberemos del prejuicio racial, por el color de la piel, la etnia y la condición social, seremos moralmente igualitarios y políticamente democráticos.

La población uruguaya en la década del 30, podría estimarse en el entorno de casi dos millones de habitantes, de los cuáles un 7 % eran afrodescendientes. Mucho tendríamos que aprender de las figuras icónicas en cada etapa y de su participación en las luchas libertarias de Latinoamérica. Particularmente en su enfoque de género, porque la mujer afrodescendiente, la mayoría de las veces económicamente empobrecida, debió luchar para ser respetada y aceptada. 

Además de luchar por la libertad, el general José Gervasio Artigas, comprendió que la verdadera independencia requería de la unidad. Junto al líder, participaron activamente en la revolución, como lanceras: Rosa Antonia de Moreira, Rita de Carvalho, Rosa Antonia de Moreira, María Clara y Elena Pereira, Damiana Segovia, Dominga Maxa, Josefa Antonia Jiménez, María Viaña y Soledad Cruz. Poco a poco, la historia se va revelando, como ellas mismas.

Durante la historia, hombres y mujeres afrodescendientes promovieron las Casas de Nación y Cofradías, las Asociaciones Civiles, Culturales y constituyeron Partidos; manifestando también su pensamiento desde la literatura y el periodismo.

Aproximadamente 255 mil personas – de 3.362 millones de uruguayos- se auto perciben como “afro”, fundamentalmente en los departamentos de Rivera, Artigas y Montevideo, según censo poblacional de 2011. Entre ese año y el año 2023, la población uruguaya creció sólo un  1% (0,08% anual).

La comunidad afrodescendiente, tiene una estructura etaria más joven y una alta fecundidad, – 14,6 por ciento de entre 15 y 19 años, son madres, 51 por ciento de ellas son jefas de hogar; característico de poblaciones con menores recursos económicos.

La mayor tasa de desempleo, corresponde al 12 por ciento de las mujeres afrodescendientes. También se desligan de los patrones de envejecimiento del conjunto de la población.

A medida que aumenta la edad, asisten en menor medida a los centros de educación, por lo tanto, presentan menores logros educativos que las personas no afro. 




Precisamente, fue uno de los sueños del ex presidente José Mujica (2010-2015), apostar por los avances sociales para toda la población, con énfasis en el acceso a la educación calificada de los afrodescendientes. En su periodo de gobierno, se produjo una histórica reducción de la pobreza y el nivel más bajo de desigualdad. De conjunto con las medidas de acceso a las viviendas, aumento del salario mínimo, entre otras leyes de beneficio social.

Cuando Mujica dejó el gobierno al término de su mandato, lo hizo con un nivel de aprobación del 60 por ciento, según datos divulgados por la consultora privada de Uruguay, CIFRA. Fue un gobernante que resumió conquistas anheladas por su pueblo, la ampliación de libertades individuales y derechos, a través de una legislación innovadora que generó duros enfrentamientos con la oposición.  

Durante ese período, el censo nacional del 2011, fue el primero en incluir la variable étnico-racial, lo que dio visibilidad a una estadística hasta entonces negada. Seis de cada diez personas de Uruguay, se reconocieron afrodescendientes. 

Entre 2016 y 2018, la cifra se ha elevado a un 11 por ciento de afrodescendientes respecto al total poblacional, de acuerdo con una encuesta continua y el informe del plan nacional de equidad racial, de 2019. No obstante, la desigualdad continúa como parte del racismo estructural, triplicando la indigencia y los niveles de pobreza para la población afrodescendiente. Particularmente niñas y niños, tanto como adolescentes, cuya mitad del total, están por debajo de la línea de precariedad. 

Udelar, la universidad pública de Uruguay, realizó su primer censo con dimensión étnico racial en 2012, donde se auto identificaron sólo un 2 por ciento de sus estudiantes como afrodescendientes. Para 2019, creció en un 5, 2 por ciento.

La mayoría de los descendientes de los esclavos, todavía reside en áreas periféricas de los departamentos de Uruguay: Artigas, Cerro Largo, Tacuareboo, Salto y Montevideo. Con un nueve por ciento de afrodescendientes, allí se pueden constatar significativas desigualdades sociales. Por ejemplo, la repetición más elevada de los grados escolares, dada la menor asistencia a los centros educativos. Dos de cada cinco, no asiste a ninguna escuela, donde en general, no llegan a los 6 años de educación formal, frente a un promedio de 8 años de los no afro.

Los datos del estudio “Convivencia y Discriminación en Educación Media en Uruguay” – iniciativa del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y de la Dirección Nacional de Promoción Sociocultural (DNPSC) del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), aprobada por las autoridades de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP)- arrojaron que “los jóvenes afrodescendientes entre 18 y 24 años en Uruguay, están en la situación más desigual de América Latina”. Esta población solo tiene un 16, 9 por ciento de escolarización, lo que significa menos de la mitad de los jóvenes no afro, en términos educativos.

Cómo evitar que el sistema educativo sea un espacio privilegiado, cuando no se transforman las condiciones sociales que reproducen el racismo. Comencemos por reconocer el olvido historiográfico sobre la presencia y contribución de la población afrodescendiente. La manipulación de la historia oficial que se mantiene en las escuelas latinoamericanas, quedó como una historia canónica, donde los pueblos originarios y los afrodescendientes, no tienen lugar, ni los recuerdan más allá del Candombé.

Autor: teleSUR - Rosa María Fernández

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