Te llevaré conmigo, padre profundo

Don Mariano Martí y su hijo, José Martí. Foto: Cortesía de la autora.
24 de mayo de 2025 Hora: 22:12
A La Hanábana de 1862 fue a dar con nueve años el niño José Julián Martí y Pérez. En tierra matancera conoció una realidad que marcaría su vida para siempre.
La barbaridad de la esclavitud de los africanos obligados a trabajar en Cuba impactó al único hijo varón de la canaria Leonor Pérez y el valenciano Mariano Martí, destacado en las inmediaciones de Caimito de Hanábana, el rio limítrofe con Cienfuegos, desde donde escribió el 23 de octubre de 1862 la primera carta a su madre.
Todo indica que el niño ayudaba como escribano a su padre, designado capitán y juez encargado en aquella zona casi desierta, de unas 12 leguas de extensión, donde debía velar contra el tráfico de esclavos. Esto fue dado por la imposición Británica —para quienes la abolición tenía que ver no con su inhumanidad, sino con la pujanza de la máquina de vapor— a la Corona española, de poner fin a la trata de esclavos, un propósito que funcionaba para los abolicionistas.
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Tres décadas después, como autor de los Versos Sencillos, José Martí “juró / Lavar con su vida el crimen” de la esclavitud. Allí la figura de su padre creció ante sus ojos, al comprobar la firmeza que mostró frente a quienes negociaban con una de las vergonzosas fuentes de ingresos ilícitos de la Colonia: el contrabando de esclavos.
Como era gente muy poderosa interesada en el negocio de “la trata”, ante la intransigencia de Don Mariano, fue destituido del cargo, igual que en La Habana cuando, como funcionario policial, se negó a plegarse a la exigencia insultante de una dama aristócrata contra un hombre humilde que conducía un carruaje.

Para llegar hasta allí, primero transitaron en ferrocarril desde Güines hasta Nueva Bermeja (Colón) y luego a caballo —si había un camino seco— hasta el Término Municipal, porque en tiempo de lluvias era una vía infranqueable, desbordada por el río Sabanilla.
A pesar de ello, a escasos días de instalados, el niño sentía una gran atracción y deslumbramiento por la naturaleza agreste que los rodeaba, cuyo contacto despertará su sensibilidad y sensaciones conmovedoras al apreciar desde los sonidos hasta el silencio del monte. No dudó entonces en confesarle al padre que todo a su alrededor le interesaba.
Estos días de la infancia potenciaron lo que podría llegar a ser el Martí adulto, formándose a través de un autodescubrimiento de cada día transcurrido. Un niño observador, de un mundo interior muy fuerte, un tanto melancólico, que con el tiempo se sobrepondría a ese medio y a su familia.

Muy cerca del denominado Paso Real del río Hanábana estaba el monte deslumbrante, los signos de la vecindad de los pantanos, el vuelo de las aves, los colores y el misterio indescifrable del amanecer en el campo, para el pequeño José Julián.
Don Mariano, subteniente graduado, había cumplido la responsabilidad como Sargento de Brigada del Regimiento de Artillería, asignado a la fortaleza de La Cabaña en la capital habanera.
Sin recursos económicos formó una familia donde también nacieron siete niñas, criadas en el rigor y humildad del cual nunca pudieron escapar. Aunque Don Mariano era, para algunos historiadores, un “pequeño burócrata con uniforme”, la realidad le obligaba a buscarse la vida como civil, intentando alguna comisión de venta.
La obstinada vigilancia del padre de Martí en aquellos parajes no pudo impedir el tráfico de esclavos. Durante el peregrinar, el niño José Julián acompañaba al padre incluso hasta río abajo; según se ha dicho, hasta la laguna de la Ciénaga, próxima a la desierta Bahía de Cochinos, desde donde se efectuaba aquel infame comercio clandestino de hombres, mujeres y niños africanos esclavizados.
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Historiográficamente no es factible probar que Pepe viera un desembarco de esclavos. Lo que sí ocurrió fue que el pequeño súbitamente dio de frente con la imagen de un hombre muerto, colgado en un ceibo, mientras exploraba a su suerte. Aquella huella primera e imborrable para su infancia lo llevaría a sostener en Versos sencillos: “¡La esclavitud de los hombres / Es la gran pena del mundo!”.
También quedó descrito en su poesía: “El rayo surca sangriento / el lóbrego nubarrón: / echa el barco, ciento a ciento, / los negros por el portón. / El viento fiero quebraba/ los almácigos copudos: / andaba la hilera, andaba / de los esclavos desnudos”.
Fueron múltiples las enseñanzas que el padre le ofreció al niño José. Valores como hacer el bien, ser ordenado y puntual, apreciar el trabajo y resistirlo. Diría después: “¿Qué vi yo en los albores de mi vida? Aún recuerdo aquellas primerísimas impresiones: mi padre en la calle del Refugio: Porque a mí no me extrañaría verte defendiendo mañana las libertades de tu tierra”. Fue revelador que rindiera tributo público a don Mariano en “(En un discurso, pintura de mi padre)”, que escribió posterior a la muerte de este, ocurrida el 2 de febrero de 1887.

También hubo indicios de cómo durante la niñez y durante su formación como adolescente, mediaron episodios que agriaron las relaciones entre José Martí y su padre, un hombre rústico, al que podía resultar ajena la vocación de su primogénito para las letras, teniendo una casa de familia que mantener, para lo cual obviamente contaba con su hijo mayor.
Una metáfora de esa contradicción se aprecia en el tributo a José María Heredia ofrecido por José Martí en 1889: “¡Otros han tenido que componer sus primeros versos entre azotes y burlas, a la luz del cocuyo inquieto y de la luna cómplice!… los de Heredia acababan en los labios de su madre, en los brazos de su padre y de sus amigos”.
A todas luces en Martí las letras parecerían un lujo. Es memorable la carta (1869) que como adolescente le escribió a su maestro y mentor Rafael María de Mendive: “Trabajo ahora de seis de la mañana a ocho de la noche y gano cuatro onzas y media que entrego a mi padre. Este me hace sufrir cada día más, y me ha llegado a lastimar tanto que confieso a Vd. con toda la franqueza ruda que Vd. me conoce que sólo la esperanza de volver a verle me ha impedido matarme. La carta de Vd. de ayer me ha salvado. Algún día verá Vd. mi Diario y en él, que no era un arrebato de chiquillo, sino una resolución pesada y medida”.
No era un adolescente dolido, sino honesto. Al pasar el tiempo, las desavenencias con su padre fueron deshaciéndose. La tragedia vivida por el adolescente los unió en la comprensión, dolorosa a menudo, según comenta el investigador Luis Toledo Sande. Si él no tuvo que abandonar el colegio y dedicarse a trabajar fue porque sus padres aceptaron que Mendive, convencido de las extraordinarias condiciones del alumno, costeara sus estudios.

El padre fue un humilde hombre de trabajo, formado en modos familiares bruscos, autoritarios, propios de su medio. Conocía lo que para Valencia, el pueblo donde se formó, representaba la monarquía española con su séquito de funcionarios y lacras. “Podía, pues, prever que el hijo, cubano, defendería las libertades de su tierra, separada de España por mucho más que el mar. Pero otra cosa sería asumir la consumación de ese vaticinio, y sus consecuencias”, afirma el también periodista, Toledo Sande.
De la relación estrecha con el padre hay constancia en la propia obra martiana, y una referencia particularmente emotiva y de gran significación se encuentra reflejada en el trabajo El presidio político en Cuba, un testimonio del Apóstol durante su estancia en la prisión como denuncia a los horrores de la metrópoli española. Dice Martí:
Y ¡qué día tan amargo aquel en que logró verme, y yo procuraba ocultarle las grietas de mi cuerpo, y él colocarme unas almohadillas de mi madre para evitar el roce de los grillos, y vio, al fin, un día después de haberme visto paseando en los salones de la cárcel, aquellas aberturas purulentas, aquellos miembros estrujados, aquella mezcla de sangre y polvo, de materia y fango, sobre que me hacían apoyar el cuerpo, y correr, y correr! ¡Día amarguísimo aquel!
Prendido a aquella masa informe me miraba con espanto, envolvía a hurtadillas el vendaje, me volvía a mirar, y al fin, estrechando febrilmente la pierna triturada, ¡rompió a llorar! Sus lágrimas caían sobre mis llagas; yo luchaba por secar su llanto; sollozos desgarradores anudaban su voz, y en esto sonó la hora del trabajo, y un brazo rudo me arrancó de allí, y él quedó de rodillas en la tierra mojada con mi sangre, y a mí me empujaba el palo hacia el montón de cajones que nos esperaba ya para seis horas. ¡Día amarguísimo aquel! Y yo todavía no sé odiar.
Acusado de infidencia, José Martí entró en la Cárcel Nacional el 21 del mismo octubre de 1869, de esta forma una escalada condenatoria lo llevó al trabajo forzado, como prisionero, en las Canteras de San Lázaro (La Habana) desde abril del año siguiente.

El joven patriota apreciaría al padre en todo su valor tras salir del presidio, con su carácter fraguado. La madre, Doña Leonor, hizo hasta lo imposible para gestionar su salida de la prisión, donde su salud no resistiría los seis años de la condena.
Fue a través de José María Sardá que Don Mariano vio a quien, vinculado al poder español, podría salvar al hijo mientras se arreglaba su deportación a España. A casa de los Sardá en la Isla de la juventud fue a reponerse el joven Martí.
A inicios de febrero de 1875, en la Estación de Ferrocarril de la capital mexicana, Don Mariano lo esperó junto a Manuel Mercado, Abogado mexicano, quien posteriormente fue el más fiel e íntimo confidente de José Martí durante más de 20 años. Este primer contacto fue cuando deportado Martí viajó desde España para unirse con sus familiares, quienes viajaron desde La Habana a México. Allí todas ayudaban a su padre quien trabajaba como sastre y en 1875 ocurre el triste suceso de la muerte de Ana.
Mis padres duermen
Mi hermana ha muerto
Martí todavía viajaba desde el territorio europeo hacia México cuando Ana falleció. El poema fue publicado en la Revista Universal de México el 7 de marzo de ese año. Al final dice:
Decidme cómo ha muerto;
Decid cómo logró morir sin verme;-
Y – puesto que es verdad que lejos duerme –
¡Decidme cómo estoy aquí despierto!
Quince años después, en sus Versos Sencillos, Martí volvió a evocar a su hermana Ana. En la segunda cuarteta del sexto poema de esta obra señaló:
Si quieren, por gran favor,
Que lleve más, llevaré
La copia que hizo el pintor
De la hermana que adoré.
José Martí escribió a su amigo Manuel Mercado desde Guatemala, el 30 de marzo de 1878: “lo que tengo de mejor es lo que es juzgado por más malo (…) Mi pobre padre, el menos penetrante de todos, es el que más justicia ha hecho a mi corazón”. Refiriéndose a las privaciones que había asumido don Mariano por respetar la entrega de su hijo a la lucha.
En Epistolario de 1882, expresó en carta a su hermana Amelia, escrita dos años antes: “ando como piloto de mí mismo, haciendo frente a todos los vientos de la vida, y sacando a flote un noble y hermoso barco, tan trabajado ya de viajar, que va haciendo agua.—A papá que te explique esto que él es un valeroso marino.—Tú no sabes, Amelia mía, toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre. Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria”.
Con lo que ganó por la traducción de un libro logró llevar un año al padre a Nueva York (1883-1884). “Papá alegra mi vida, de verlo sano de alma, y puro, y al fin en reposo”. Ante la cercanía de su muerte, Martí le escribió a Mercado en 1887: “No sé cómo salir de mi tristeza. Papá está ya tan malo que esperan que viva poco. ¡Y yo, que no he tenido tiempo de pagarle mi deuda, vivo! No puede U. imaginar cómo he aprendido en la vida a venerar y amar al noble anciano a quien no amé bastante mientras no supe entenderlo”. Proclamó una identificación raigal: “Cuanto tengo de bueno, trae su raíz de él. Me agobia ver que muere sin que yo pueda servirlo y honrarlo”.

Para el célebre historiador de La Habana, Eusebio Leal (1942-2020), José Martí, quien vivió poco tiempo en La Habana, apenas 16 años, interrumpidos brutalmente por el presidio, sostuvo una relación con su padre no solamente marcada por dolor, “sino lección y motivo de acercamiento profundo con aquel que fue el que más influyó en él; porque hay que darle su lugar al padre de Martí”.
Tiene un papel esencial en su vida y estas palabras lo afirman: “Mi padre ha muerto, y con él parte de mi vida».
En entrevista concedida al periodista Wilmer Rodríguez, el historiador cubano dijo: “El padre, que era un soldado de profesión, y sin embargo no fue voluntario. Estando ya retirado habría sido un sargento de voluntarios, un subteniente de voluntarios. Tenía relaciones, todos esos españoles emigrados eran sus amigos, y sin embargo no. Fue el celador del barrio del Templete, le pudo mostrar a Martí, de la mano, la ceiba bajo cuya sombra nació La Habana; jugó Martí seguramente en la Plaza de Armas, caminó por la calle de los Oficios, se detuvo ante la misteriosa iglesia de San Francisco, en aquella época un lugar oscuro y desacralizado”.
“Quiere decir ese concepto de habaneridad vivido en el andar en los barrios de La Habana, el carácter del padre, el carácter de la madre, tan austero. Todo el mundo ahí se trata de usted. Usted es el trato de la madre. Usted, es el trato de él para el padre, un trato muy reverente, no distante, y que en Cuba se suele otorgar, cuando en cierta madurez de la vida los adolescentes reconocen en los ancianos personas que deben venerar. Es el signo de una devoción, de un respeto, de una cultura.
En su escrito redactado en España, El presidio político en Cuba, está volcado todo su dolor, todo su sufrimiento. Sin embargo, recuerda con cariño a la familia del señor Gironella, el catalán que lo recibe en El Abra, por las gestiones del padre. Reconoce y estima, por ejemplo, a bordo de su largo viaje, al general español Pierrá, al cual probablemente se debe su ingreso temprano en la masonería. Es un hombre capaz de perdonar, sin olvidar, que es lo más importante”.
Martí es capaz de ser entendido, y fue mayoritariamente entendido por una multitud iletrada de trabajadores. Y era también entendido por los intelectuales y por los españoles que lo escuchaban, era un hombre de corazón, del convencimiento, de la persuasión. “Martí fue algo extraño, de ahí que dijera el propio Lezama (Lima), que era un misterio que nos acompaña, y es verdad”, concluye Leal.
Don Mariano fue para José Martí digno de respeto y admiración. Para su padre, nacido el 31 de octubre de 1815 en Valencia, España, y fallecido el 2 de febrero de 1887, en La Habana, dedicó en sus Versos Sencillos: “Si quieren que de este mundo lleve una memoria grata llevaré, padre profundo, tu cabellera de plata”.
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Al final de sus días mereció toda la veneración y tierno respeto. “Allí donde lo ves, lleno de vejeces y caprichos, es un hombre de una virtud extraordinaria”, dijo en carta a su hermana Amelia. “Viejo de la barba blanca / Que contemplándome estás / Desde tu marco de bronce / En mi mesa de pensar”.
En la carta que le escribió a José García, esposo de Amelia: “Yo tuve puesto en mi padre un orgullo que crecía cada vez que en él pensaba, porque a nadie le tocó vivir en tiempos más viles ni nadie a pesar de su sencillez aparente salió más puro en pensamiento y obra, de ellos. ¡Jamás, José, una protesta contra esta austera vida mía que privó a la suya de la comodidad de la vejez! De mi virtud, si alguna hay en mí, yo podré tener la serenidad; pero él tenía el orgullo. En mis horas más amargas se le veía el contento de tener un hijo que supiese resistir y padecer”.
A su amigo y colaborador, Fermín Valdés Domínguez, Coronel del Ejército Libertador, médico cirujano y periodista, le escribió: “Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él” (…) Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma. Mis penas, que parecían no poder ser ya mayores, lo están siendo, puesto que nunca podré, como quería, amarlo y ostentarlo de manera que todos lo viesen, y le premiara, en los últimos años de su vida, aquella enérgica y soberbia virtud que yo mismo no supe estimar hasta que la mía fue puesta a prueba”.
En Versos sencillos expresó: “Cuando me vino el honor / De la tierra generosa, / No pensé en Blanca ni en Rosa / Ni en lo grande del favor. // Pensé en el pobre artillero / Que está en la tumba, callado: / Pensé en mi padre, el soldado: / Pensé en mi padre, el obrero”.
Autor: teleSUR - Rosa María Fernández