La Lupe y el arte del frenesí


16 de febrero de 2024 Hora: 21:46

“Yo creo que le gusto a la gente porque hago lo que ellos quisieran hacer, pero no se atreven”. Así lo dijo impúdicamente La Lupe. Estaba segura de no querer separar el estrafalario estilo interpretativo, de su privilegiada voz. 

La cubana Lupe Victoria Yoli Raymond (1936-1992), fue una de las cantantes más expresivas del género afrocaribeño, cuyo eco magnífico de las raíces folclóricas del barrio de San Pedrito en Santiago de Cuba, llegan hasta hoy.

Aquella primera colaboración entre Tito Puente y La Lupe, “The Exciting La Lupe Sings” en 1965, fue un éxito rotundo. ‘Qué te pedí’ se convirtió, posiblemente, en su canción más famosa. Lo que ya Cuba sabía de ella, fue amplificado al mundo como una nueva manera de interpretar el bolero con un romanticismo casi rabioso. El efecto fue tal, que La Lupe utilizó el mismo registro emocional durante el resto de su carrera.


 

Hasta hoy, innumerables investigadores y escritores famosos han caracterizado o narrado varios episodios de su vida. Quizá fue Ernest Hemingway, el periodista estadounidense que vivió en Cuba por más de 20 años, uno de los principales novelistas y cuentistas del siglo XX, quien más se acercó a su esencia, denominándola como la “Creadora del arte del frenesí”. No habría mejor modo de definir aquello que provocaba entre sus espectadores, con la peculiar costumbre de entrar en trance sobre el escenario, mientras los cautivaba con su interpretación. 

Otras valoraciones oscilan entre la maestría escénica, y la flexibilidad de los contenidos de su discografía. “Tenía una de las mejores voces y la habilidad de interpretar cualquier género musical”, comenta la biografía escrita por el periodista puertorriqueño Juan Moreno-Velázquez, profesor universitario y autor de la ‘Desmitificación de una diva: La verdad sobre La Lupe’. 

Fue otro intento, como tantos, para redescubrir los más intrigantes detalles de su vida. El porqué de su irreverencia y excentricidades en el escenario. Todo lo que fue y es objeto de elogios, censura y especulaciones, por parte de los aficionados a la música que concluyen en una apreciación rotunda de la artista.

Lo cierto es que tuvo una vida digna de un guionista de cine, marcada por el caos y el éxito. Divorcio, exilio, nuevamente lanzada a la fama, muerte de su segundo esposo, ruina económica, incursión en la santería, accidente que la paraliza, incendio en su hogar y ‘redención evangélica’, hasta terminar a fines de 1980, grabando discos de música religiosa. 

Explica Moreno-Velázquez. “Sobre la tarima, La Lupe se arrancaba la peluca, atacaba al pianista y tiraba sus joyas a la gente. Esa locura era parte de su ritual”. “A La Lupe la ayudó mucho, esa época de los Beatles”. Como parte de la nueva ola, ese momento trajo una influencia ‘americana’ a nuestra música, que se hizo escuchar en el boogaloo”. 

“A La Lupe no había quien le dijera nada”, dijo el relevante músico puertorriqueño Pete Bonet (Pedro Bonet Harris, cantante, percusionista, director de orquesta). “Ella sabía lo que estaba haciendo y se dirigía a sí misma. En los conciertos, empezaba a quitarse las cosas, como que le había entrado un espíritu. Siempre se desmayaba sobre el escenario, se tiraba para atrás y nosotros (…) la agarrábamos justo a tiempo para que no se golpeara. Una vez, en un teatro, no llegamos a tiempo y Lupe se reventó en el piso. Nos insultó, pero nosotros tratamos de explicarle: ‘Mira, Lupe, es que lo hiciste fuera de tiempo”.

Fuera de tiempo pareció ser su signo. Falleció demasiado joven de un ataque al corazón. Fue en el Bronx, Nueva York. Se dice que murió predicando y feliz donde una senda que conduce a su memoria, lleva su nombre: “Lupe Way”.

Santiago

San Pedrito es un barrio de conga, rumba y orgullosa negritud, antes y ahora. Todavía allí está la ventana por donde asomó sus ansias, en la humilde casa con techo de zinc número 103 que ya ha sufrido variaciones; en esa callecita paralela y próxima a la Fábrica de Ron Bacardí, donde trabajó su padre.

Hasta allí llegó el colega santiaguero Reinaldo Cedeño, a quien se la describieron los vecinos que la conocieron. Era “una mulatica flaquita que siempre andaba con un grupo de muchachos y de muchachas, cantando y bailando, por aquí cerca (…) todo el mundo la quería, era simpática”.

Creció en “un hogar de gente tranquila y decente”, formado por su madre, la guantanamera Paula Raymond Soler y su padre, el santiaguero Tirso Yoli Michel, un “jabao” alto, dicen. Los hermanos de Lupe eran Norma y Rafael, difunto luego de un accidente. Incluso los vecinos saben de Rosa, la madrastra del nuevo matrimonio del padre, con quien también vivió la muchachita.

Tenaz y opuesta a que no la dejaran cantar, accedió al sacrificio de sus padres para que se hiciera maestra en la Escuela Normal de Santiago de Cuba, donde sin lugar a dudas obtuvo una educación de calidad y sentimiento patriótico. Durante este tiempo de aprendizaje, su corazón alegre y rebelde guardó la llama para mejores momentos.

Lo demostró cuando, sin permiso de sus padres, averiguó por los concursos radiales que le ofrecieran una ventana de mayor alcance al mundo, que la aún queda en la casa de San Pedrito.

Entonces se fue a escondidas con aquellos zapatos apretados y a pie, hasta un certamen de aficionados de la emisora radial CMKW, entonces La Onda Musical de Oriente, ubicada en las calles Estrada Palma y San Basilio, de la oriental Santiago de Cuba. Dicen que desde entonces se sacó los zapatos, como aquella molesta primera en que salió a cantar descalza.

Ese día glorioso todos pudieron disfrutar de su voz por las ondas radiales, por aquella interpretación que se escuchaba en las vitrolas y radioemisoras locales. Dijo que fue por una imitación de Olga Guillot, cantante cubana de bolero muy popular en toda América Latina; pero fue bien vista la originalidad de la muchacha. Ella era La Lupe y se fue con el primer premio al interpretar “No me quieras así”. 

 


 

“En el programa ‘Gilda busca una estrella’, auspiciado por la fábrica de galletas Gilda, Félix Gutiérrez era el que vendía las propagandas, el locutor oficial, y yo ayudaba como locutor aficionado. Y allí tuve el placer de presentar a Lupe”. Dijo José Armando Guzmán Cabrales, el laureado locutor cubano de una larga trayectoria. “Era una mulatica delgada, muy enérgica, que no se estaba tranquila en ningún lugar. Se desenvolvía con mucha soltura en el escenario. Yo creo que desde que empezó a cantar, tenía el don de estrella, de verdad”.

“Ella no era una figura, era una aficionada (…) “Luego, ya como animador del Cabaret Copa Club de Santiago de Cuba, volví a presentarla, y a Pacho Alonso, René del Mar… pero entonces era Lupe Yoli, no La Lupe. La contrataron y todas las noches cantaba en un show y triunfaba como cancionero; la gente le pedía canciones, porque lo hacía muy bonito, y bailaba muy bien (…) Aunque le encontraban parecido con Olga Guillot; cantaba sus canciones porque eran las que estaban de moda; pero yo creo que Lupe cantaba como ella misma”.

La hermana de Lupe, Norma Yoli, la describió como «simplemente otra chica negra a la que nadie le prestó atención, a quien le encantaba entrar en la conga”. Su prima Irma Canet Yoli, la recordó como muy simpática y traviesa. “Y cuando se ponía a cantar, cantaba en cualquier lugar, y nada le daba pena. Decían que imitaba a Guillot; pero para mí, ella no imitaba a nadie. La recuerdo en el teatro y las colas para verla (…) Y eso de darle golpes al pianista por la espalda, todo eso… le salía de adentro, era algo que le nació a ella misma, que no copió de nadie”.

Brillaba con las chispeantes guarachas, tanto como en los tórridos boleros. “De la noche a la mañana se transformó en una tormenta de pasión para el público cubano”, explica Moreno-Velázquez. “Sobre la tarima, La Lupe se arrancaba la peluca, atacaba al pianista y tiraba sus joyas a la gente. Esa locura era parte de su ritual”.

La Lupe contrató a Pete Bonet junto a su director musical, Louie Ramírez, para que la acompañaran en vivo, en Nueva York. Bonet, que la recordaba desde su proyección internacional, dijo desde Puerto Rico: “Estábamos tocando en un club de jazz cuando llegó Mongo y me dijo: te voy a presentar a una muchacha que va a cantar con nosotros, para que le enseñes los coros”. Se trataba del percusionista y director de orquesta cubano, Mongo Santamaría, con quien la cantante grabaría uno de sus mejores discos: ‘Mongo introduces La Lupe’ (1963).

“La Lupe acababa de aprender inglés, pero le enseñé la pronunciación y casi no se le oía el acento cuando cantaba en inglés. Después la descubrió Tito Puente, legendario percusionista estadounidense de origen puertorriqueño, “y se la llevó rápidamente para su orquesta”.

 


 

Mongo quiso hacer más conciertos de jazz, cuando La Lupe estaba emprendiendo la popularidad internacional. Fue entonces que se conectó con Tito Puente, y su carrera se disparó. «Cuando la escuché por primera vez con Mongo, no elegí su estilo», dijo el “Rey del Timbal” Tito Puente, a la revista estadounidense dedicada a la música y la cultura popular ‘Rolling Stone’, en 1972. “Ella lo llamó alma, pero yo lo llamé gritar. Entonces, un día, escuché este disco que Lupe había hecho, y me impresionó. Pensé que sería bueno tratar de trabajar con ella, para ver si podía desarrollarla”. 

Ayudó la visión comercial de Tito Puente, para la grabación de célebres álbumes como ‘Homenaje a Rafael Hernández’ (1966), ‘The king and I (1967), y ‘The Couple’ (1978). Aunque  su carrera no fue sostenida, debido a su tormentosa vida personal. 

El antiguo ingeniero y productor Fred Weinberg recordó el desafío de capturar a Lupe en el estudio. “Era como un huracán que entra por la puerta. No creo que dos tomas con Lupe fueran iguales, así que agarraríamos lo que pudiéramos. No le importaba si aparecía en el micrófono o no; volvería loco a Puente. ‘¡IT’ s Me!’ ella diría”. 

El crítico español Diego A. Manrique, dijo en el recopilatorio póstumo publicado en 1992: “Realmente fundía los plomos cuando estrenaba bolerazos de Lolita de la Colina o Tite Curet. Lo suyo no era el tono lloroso y suplicante de tantos boleristas. Ella sufría pero remontaba el vuelo con propósitos vengativos, sin ocultar el aire pendenciero; se iban enumerando las ofensas masculinas, alardeando de un-clavo-saca-otro clavo. Sintetizando, la mujer que despierta deseo y temor, lujuria y respeto. La mujer de tus sueños turbios, de tus momentos más audaces”.

Sobre La Lupe, el escritor Guillermo Cabrera Infante escribió en un artículo publicado en El País, en marzo del 2000: “(…) salió una mulata que daba la impresión de ser a la vez fornida y delicada… Pero se convertía de pronto en un temblor demente, en una incursión trepidante, en un verdadero ataque. La cantante misma parecía poseída por el demonio del ritmo… Hoy tengo el diablo en el cuerpo…La cantante ahora se golpeaba, se arañaba y finalmente se mordía las manos, los brazos. No contenta con este exorcismo musical, se arrojaba contra la pared del fondo, dándole trompadas con los puños y con uno o dos cabezazos se soltaba literal y metafóricamente el moño negro. Tras aporrear el decorado, atacaba al piano y agredía al pianista con una furia nueva. Todo ello (…) sin dejar de cantar ni perder el ritmo (…).”

Desde el Caribe, todo estaba mezclado en la Gran Manzana. Sobrevendría un imparable giro, donde la música afrocubana revolucionó la escena melódica e interpretativa. Fue en el preciso momento histórico, en que La Lupe significó un fenómeno musical extraordinario, por lo que resultó conocida como “La reina del alma latina”.  

Fue también el tiempo afortunado en que Tite Curet Alonso, compositor puertorriqueño, considerado el más importante autor de música salsera de su país y uno de los más destacados autores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX, quien compuso algunos temas expresamente para La Lupe.

Para 1968 y 1969, Tite le escribió temas exclusivos como «Carcajada final», «Puro teatro» y «La Tirana». Esta obra, era un bolero -“El gran tirano”- compuesto para el cantante habanero Roberto Ledesma y descartado por éste, entonces Curet Alonso convirtió el tema en “La tirana” y la adaptó para La Lupe.

 


 

La principiante

Con Facundo Rivero, pianista, compositor y fundador del reconocido Cuarteto Los Rivero, con quien también comenzó su carrera profesional Ela Calvo, reconocida bolerista cubana, la Lupe estuvo un breve período. Inició su carrera profesional como integrante del trío ‘Los Tropicubas’, dirigido por Eulogio ‘Yoyo’ Reyes Mesías, con quien se casó, tras mudarse a La Habana con su familia en 1955. 

 


 

Al independizarse del trío y de su plaza en «El Rocco”, se presentó en centros nocturnos habaneros como Le Mans y el Club La Red, donde se hizo veraz el mito de “La Yiyiyi”, como era conocida. 

Fueron temporadas exitosas donde recibió la aclamación del público y la atención de los críticos, intelectuales cubanos y extranjeros. Para entonces, realizó su primera grabación con el sello Discuba en 1960: ‘Con el diablo en el cuerpo’. 

 


 

Estaban de moda las versiones de baladas norteamericanas, como “Fiebre” (Fever, de Bavenpor-Cooley, popularizado por Peggy Lee). Junto a Benny Moré, Luis García, Pacho Alonso y la orquesta Aragón, La Lupe recibió el Disco de Oro. Su luz era brillante.

El comentario de la revista Bohemia (octubre 22, 1961) lo resumió: Nadie puede afirmar ni negar nada sobre La Lupe antes de escucharla y aún después hay que escucharla de nuevo. La Lupe es un caso de arte considerado como sensación pura y por eso todo el mundo necesita tener siempre cerca del tocadiscos un ‘long playing’ de La Lupe. (…) La Lupe es una de las cuatro mujeres de este universo que cultivan y dominan el arte nervioso: Lola Flores, Carmen Amaya, Adelia Castillo y La Lupe (…)

 


 

Al ser reeditado en el 2003 para la colección ‘Las voces del siglo’ (Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales: EGREM) de Cuba, se facilitó un acercamiento de su historia musical a varias generaciones de cubanos. Para 1961 grabó nuevas versiones populares, calipsos, boleros en el LP ‘La Lupe is back’ o ‘Lo que trajo la ola’ (Discuba).

 


 

Otra reseña periodística nos acerca a esta increíble anécdota. “Cuando decíamos que La Lupe iba a llegar muy lejos, no pensábamos en tanto. Por ejemplo, la semana pasada, sin moverse de La Habana, su nombre era ya muy comentado en Praga (…) Resulta que en el disco de larga duración salido, La Lupe canta “Fiebre” y en mitad de la canción, lanza dos o tres veces el título original: Fiver. Los checos han entendido que lo que quiere decir Lupe es “Fidel” y llaman continuamente a Radio Praga para que pasen “la canción de Fidel”. (Bohemia, julio 23, 1961).

“A veces había que darle oxígeno cuando salía del escenario, porque no podía respirar. Ella era demasiado intensa”. Dijo acerca de ella, Antonia Rey (María Antonia Francesch), magnética actriz cubana. La mismísima Lupe declaró alguna vez: “Yo creo que le gusto a la gente porque hago lo que ellos quisieran hacer, pero no se atreven”.

Hasta el Hotel Capri la quiso contratar como primera figura del show. Es que “…La Lupe canta como antes nadie lo había hecho, aunque declaraba encogiéndose de hombros: “Canto como se me ocurre”.  Y como a ella, a nadie antes se le había ocurrido.  Su repertorio es inagotable: lo mismo se deslíe físicamente en la melaza de un bolero, que pregona como una jardinera de comparsa, que se deja morir de sentimiento en algo que luce como una jota española con sangre mulata.  Lupe baila con un sabor criollo que Ochún le ha dado: baila con todo el cuerpo, porque baila con el alma. Canta con la furia de quien se hunde hasta la garganta en un rito pagano, refirió el crítico Rafael Casalins.

La investigadora Rosa Marquetti en su excelente trabajo, precisa: “habría que afirmar que 1960 fue en Cuba, a no dudarlo, el año de la Lupe”. “(…) A inicios de 1961 el sello Discuba, marca local asociada a la Victor en ese momento,  anunciaba –y la prensa destacaba- la salida al mercado de otro disco de larga duración de la que nombraran “la cancionera más excéntrica de Cuba”. 

Dice que este fue el último de los dos discos de larga duración que grabara en Cuba, con sus matrices conservadas por la casa discográfica EGREM, “(…) aunque este segundo disco, al parecer, no llega a distribuirse en Cuba”, cita la escritora. 

En una naciente revolución social que rompe cánones y nacionaliza tanto grandes industrias extranjeras como los centros nocturnos; también se radicalizan conceptos, no siempre atinados en este caso, sobre temas culturales, por lo que algunos observan la expresión artística de La Lupe, como un arte marginal. 

En la Revista Bohemia. (Sección Teleradiolandia. 5.3.1961) se reflejó una crítica de Orlando Quiroga, escritor, periodista de espectáculos y guionista de la TV Cubana. “La Lupe se presentó de nuevo en televisión. Lo hizo en el programa “Fin de Semana”, que anima [Armando] Roblán. Con perdón de los que han convertido a La Lupe en una especie de monstruo sagrado, nos parece que tiene muy poco que aportar ya a nuestras pantallas.  Como fenómeno transitorio y “clownesco” estuvo bien. Pero una vez satisfecha la curiosidad del público sólo queda de La Lupe, para el televidente común y corriente, que es mayoría, un estilo absurdo y esquizofrénico de cantar. Y si por eso ponen en duda nuestro juicio crítico, qué se le va a hacer”.

En el diario Revolución (20.9.1960.  Pág. 15), aparece sin firma: “Sus actuaciones son desastrosamente impropias y desagradables, completamente opuestas al buen gusto y carecen de la más mínima expresión de arte.  La Lupe es como una amenaza pública y defenderla es casi un pecado”.

 


 

En la memoria popular, tanto como en la de grandes compositores cubanos, su impronta quedó como un sello. Enrique Bonne, músico popular cubano, creador de ritmos, autor de varios temas musicales, dijo acerca de ella: “Yo la conocí bien. Siempre fue un poco loquita, nerviosa. Pero siempre supo lo que quería. Por eso no me extrañó que llegara a donde llegó. Y porque tenía mucho talento musical. Formalmente nunca estudió mucha música, excepto la que le enseñaron en la Escuela Normal donde estudió para maestra. Lo suyo era natural”. 

Otro músico santiaguero que la descubrió apenas comenzaba en 1955 en el Teatro Rialto, disfrutó desde el auditorio un programa radial. Rodolfo Vaillant, un autor santiaguero con más de 150 composiciones y con más de 80 grabaciones, dijo: “la recuerdo caminando por Santiago, muy inquieta, moviendo la cabeza de un lado a otro, saludando a todo el mundo, riéndose así de una forma atrevida. Era muy inquieta. Desde niña decía que quería ser artista, cantante, bailarina. Le decían Yiyi. Como La Yiyi la conocerían después muchos, cuando se hizo famosa”

Artículos, biografías, obras teatrales y banda sonora de películas almodovarianas, son motivadas por su vida llena de misterios y criterios contrapuestos, que inevitablemente seguirá creciendo como leyenda. Mientras los melómanos latinoamericanos, nostálgicos desde cualquier lugar del mundo, seguiremos viéndola enfática, entre gemidos y carcajadas, aunque algunos apenas crean que lo suyo, es puro teatro.

 


 

Autor: teleSUR - Rosa María Fernández

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