El sonido sagrado del tambor


5 de abril de 2024 Hora: 17:25

Cuando los bravos “garinagu”, recorrieron los mares luchando por sus vidas, llevaban consigo el sagrado sonido del tambor con que, al tocar tierra, invocarían a sus ancestros protectores.

En tierra continental caribeña, tomaron el árbol muerto para que en él viviera el sonido de una música que pujaba por salir, desde hace más de 300 años, con voz aguda sobre la superficie del agua. 

La historia de los garífunas comienza antes del año 1635 en la Antilla Menor de San Vicente, en el Caribe oriental. Habitada por el pueblo arahuaco e invadida por la tribu kalipuna, procedente del continente sudamericano.

Dicen que la palabra “garífuna”, significa algo tan descriptivo como “personas que comen yuca”. Un alimento originario como sus habitantes, posteriormente sojuzgados por el poder colonial español; en sí mismo una tragedia, como el naufragio que llevó a un buque hispano hasta la isla caribeña de San Vicente, con un número importante de esclavos nigerianos. De la contienda y emancipación entre ellos, nacieron los Caribes negros.

Las Antillas menores, consideradas hasta entonces por los colonialistas hispanos como islas inútiles, se convirtieron en el siglo XVII en refugio de piratas y corsarios holandeses, franceses e ingleses. La hegemonía -prácticamente absoluta- de España en la región del Caribe durante el siglo anterior, fue seguida por el aumento de la presencia de sus rivales europeos y también atrajo a potencias como Francia e Inglaterra. 

Veamos que el mundo no ha cambiado tanto. Junto a la piratería y el contrabando, comenzó el arrebato a España de muchas de  “sus posesiones” en el Caribe. Por estas pugnas, los nativos sufrieron: confrontación, muerte y migraciones. 

Los Caribes eran hombres libres con la piel negra y San Vicente estaba poblada por los esclavos de “amos europeos”; algo que resultó inaceptable para los británicos. Fue una historia de rebeldías, incluso de colaboración de los negros fugitivos con grupos amerindios, en el enfrentamiento contra las potencias coloniales. 

Una búsqueda constante de libertad, supervivencia y éxodo. A la mayoría, los perseguidos y capturados, decidieron deportarlos después de asesinar a centenares, destruir sus hogares y aparentemente, su cultura. 

Cuenta la narrativa de los colonialistas, que los restantes casi cinco mil Caribes, fueron embarcados a Balliceaux, una de las islitas de las Granadinas, adyacente a San Vicente. En este “campo de concentración”, alrededor de la mitad murieron de fiebre amarilla. Para 1797, los Caribes sobrevivientes fueron enviados a la isla de Roatán, frente a la costa de Honduras y gradualmente se esparcieron por la costa caribeña de Belice, Guatemala, Honduras y Nicaragua. 

Algunos Caribes que sirvieron en embarcaciones de comerciantes estadounidenses y británicos durante la Segunda Guerra Mundial, generaron pequeñas comunidades que sobreviven en Los Ángeles, Nueva Orleans y Nueva York. 

Su lengua, música y danzas, fueron proclamadas en el 2001 por la Unesco, Obra Maestra del “Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad”.

Corazón Tambor

Cuando hace pocos días fue concedido el Premio Casa de las Américas de Musicología, fue correspondiendo a una perspectiva latinoamericana y caribeña contemporánea. 

Este galardón, creado en 1979 por el compositor y musicólogo cubano Argeliers León, surgió ante la necesidad expuesta por destacados especialistas del continente americano -participantes como jurado- para estimular la investigación científica, el conocimiento y la difusión de la cultura musical de América Latina y el Caribe.

Todos los premiados han sido publicados por el Fondo Editorial Casa de las Américas, cuya valiosa colección, contiene relevantes aportes para una comprensión más integral de la música y las ciencias sociales de América Latina.

Este jurado del Premio de Musicología 2024 de Casa de Las Américas, evaluó dieciocho obras, de nueve países latinoamericanos. La decisión final, es una oda a la preservación cultural de la etnia garífuna, que convive en Livingston desde hace cientos de años. La obra “Corazón Tambor” música, espiritualidad y etnicidad en los garífunas de Livingston, Guatemala, es del autor argentino Augusto Pérez Garnieri.

El intelectual laureado, es un profesor en Educación Musical (Escuela de Música Popular de Avellaneda) en la Provincia de Buenos Aires, de la República Argentina. Se especializa en la formación musical en los géneros de folclore argentino, tango y jazz. También es Master en Antropología Social (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Argentina) y doctorado en Ciencias Sociales (Flacso-Argentina).  

Pérez Garnieri, desarrolla proyectos en el Instituto de Investigación en Etnomusicología, de Buenos Aires, sobre músicas kongo, garífuna y afroargentina. Se le reconoce previamente como autor de África en el aula: Una propuesta de educación musical (Edulp, 2007), Ubafu: El legado de los abuelos garífunas (Edulp, 2011) y Palabras(s) de Oünagulei(s). La espiritualidad garífuna de Livingston, Guatemala (Flacso, 2019), fue reconocida este año en el prestigioso Premio de Musicología de Casa de las Américas. 

 


 

Identidad

Las prácticas musicales de un grupo étnico tan diverso, han sobrevivido a pesar de la marginalización y de los siglos. Su  notable identidad socio-cultural, es patrimonio de América Latina y el Caribe.

Múltiples han sido los análisis etnográficos de varios profesionales, sobre la vida social del pueblo garífuna de Livingston, identificando su impacto en la práctica ritual del Yurumein, público de las fiestas de San Isidro y del Día del Garífuna Guatemalteco. 

Livingston, es quizá uno de los territorios más húmedos de la costa caribeña de Guatemala y toda Centroamérica, por su elevación a nivel del mar, una topografía rodeada de selva tropical y un clima muy cálido. El asentamiento fue nombrado en honor a Edward Livingston, autor del código civil de Luisiana implementado por los liberales guatemaltecos en 1825.

La población garífuna del municipio Livingston, vive a 15 kilómetros por vía acuática de la cabecera departamental Puerto Barrios y a 307 kilómetros -en ómnibus- de la vieja Ciudad de Guatemala. 

De los más de 50.000 habitantes estimados, quienes trabajan lo hacen en el sector agropecuario en las plantaciones de monocultivo como Palma Africana y Plátano, en grandes extensiones de tierra poseídas por pocos propietarios, como sucede con la actividad pecuaria. 

Otros laboran en la pesca, el sector de turismo y de servicios; pero los niveles de pobreza nunca han desaparecido, alcanzan el 64.29 por ciento de la población y el 17.16 por ciento está en extrema pobreza, de acuerdo con un estudio del 2005, de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Casi veinte años después, el panorama va para peor. 

Livingston comparte con muchas otras comunidades de afrodescendientes en América, consideradas culturalmente irrelevantes, una historia social del silencio. 

Es a través de performances musicales seculares y rituales, que este grupo recrea su identidad, en el contexto específico de acción religiosa garífuna y dan cuenta de procesos de creación cultural en condiciones históricas de marginalidad. 

 


 

Espiritualidad afroamericana

El lenguaje sonoro dentro de los rituales expresa la espiritualidad garífuna. Los cultos a los ancestros denominados chugú y dügü, integran elementos afro-amerindios. Es apreciable la posesión espiritual, el chamanismo, la música de tambor y los cantos. Rezos, símbolos y aspectos litúrgicos con acceso exclusivo para los practicantes. 

Otros se realizan con carácter público, como es el caso del Yurumein, una escenificación
social que representa la llegada de los ancestros al continente.

Precedidos por estudios antropológicos -desde mediados del siglo XX- en el continente africano, incluyen el dominio del lenguaje percusivo propio de cada comunidad y significan un recorrido por diversas manifestaciones afroamericanas, para entender las matrices culturales y la pertenencia al llamado Atlántico Negro. 

Podríamos destacar el trabajo de muchos investigadores, como Marcio Goldman (2003, 2006) con perspectiva antropológica de la música del candomblé de Bahía, Brasil. En esta área cultural existe una importante producción académica de José J. de Carvalho (2002) y Kazadi Mukuna (1994). 

Otros importantes aportes, lo hicieron los estudios sobre el candombe afro-porteño (Cirio, 2015), el candombe afro-uruguayo (Ferreira Makl, 2005), géneros musicales afro-venezolanos (García, 1994), entre otros. Todos los investigadores, han logrado dar visibilidad a estas prácticas culturales y la valoración del registro de cultos y expresiones de acceso limitado. 

En relación con los garífunas, la mayoría de los trabajos etnográficos se han desarrollado
principalmente en poblaciones de Belice y Honduras. Por ejemplo, la de Douglas Taylor (1951) con base en poblaciones de Belice y la tesis doctoral de Ruy Coelho (1995 [1955]) sobre la población de Trujillo, Honduras. 

Más ligada a la historicidad y la etnomusicología, está Byron Forster (1987), quien da cuenta de los principales géneros musicales seculares y sus contextos, sin abordar en detalles la música de la espiritualidad, como sí lo realiza Oliver Green (1998). 

Por su parte, Carol L. Jenkins (1983) introduce una perspectiva moderna sobre el ritual garífuna de culto a los ancestros (chugú y dügü) y establece una relación, entre la creciente frecuencia de las ceremonias y la redistribución de recursos económicos, entre los migrantes garífunas en Nueva York con sus parientes locales.

En Honduras se realizó un cruce comparativo con el proceso migratorio, hacia la ciudad de Nueva York. Paul C. Johnson (2007) propone la atención ante los intercambios en los procesos migratorios, por lo que esboza a la religión garífuna como diaspórica y dinámica.  

Por ejemplo, el ritual del “arribo de los pescadores” o el inicio del dügü, variante livingsteña en el ritual Yurumein. Los pescadores -enfatiza- no sólo representan a los ancestros, sino también a los migrantes que, durante las ceremonias de la espiritualidad, tienen la obligación de regresar a su localidad natal y participar. 

El estudio de los garífunas de Livingston, Guatemala, ha sido un campo en construcción, focalizado principalmente en el análisis del período etnogénico y los procesos históricos, desde que la antropología era una ciencia social incipiente. 

No obstante estas aportaciones, otras constituyen precedentes; como la realizada por la Doctora Nancie González, autora de una de las primeras etnografías en Livingston, (1969), definiendo las estructuras de las familias y hogares locales. Analizó la dinámica del parentesco y la afinidad, por lo que afirmó no habían generado pérdidas culturales. Los garífunas mantienen sus tradiciones principales pese a las transformaciones,  desplazamientos e intercambios. 

Por su parte, la espiritualidad garífuna estudiada por Lillian Howland (1984), realiza una descripción del dügü, como ritual garífuna mayor, que involucra intercambios entre los espíritus de los ancestros y los participantes del ritual, como “creyentes en el sistema de espíritus gubida. Se observa cómo la lengua garífuna, perteneciente a la familia de dialectos arawak, ha sobrevivido a siglos de dominación lingüística. 

Howland, también describe una secuencia ritual como inicio del dügü, con “tambores sagrados” y “cantantes especiales” a “coro”, que invocan a los ancestros y los invitan a unirse a la ceremonia, aunque no hace alusión al ritual Yurumein por su nombre.

Cabe mencionar los trabajos del antropólogo con formación etnomusicológica, Alfonso Arrivillaga Cortés. Sus textos pretenden desentrañar datos significativos sobre Marcos Sánchez Díaz, héroe cultural entre los garínagu, fundador de Livingston y espíritu protector invocado en las ceremonias locales, chugú y dügü.

 


 

Patrimonio

El rico patrimonio espiritual afroamericano, continúa su desarrollo y expansión. Lo asegura en autor del Premio de Musicología, otorgado por Casa de las Américas. Augusto Pérez Guarnieri, ofrece una compleja cosmología que nos era ajena en su totalidad. 

En el prólogo de César Ceriani Cernadas, Doctor en Antropología por la Universidad de Buenos Aires (UBA) y parte de la introducción del investigador laureado, Augusto Pérez Guarnieri, se recogen las palabras de Juan Carlos Sánchez, un especialista religioso garífuna. La demostración del trabajo – efectuado por más de tres años- con el etnomusicólogo argentino en Livingston, Guatemala, evidencia en el paciente registro de las expresiones musicales rituales y la reglamentación de las prácticas ceremoniales.

Fruto de aquella experiencia, surge una obra que retoma un interés cabal de la antropología contemporánea, escrita con un orden meticuloso. 

“¿Qué pasa con ese nieto que ya no quiere tocar el tambor?”, se preguntan. La dimensión performática de la obra, presenta la validez de la cosmología y ritualidad garífuna, expresada en el culto a los ancestros.

Lo hacen a través de sus mediadores claves: los buyeis (líderes espirituales), las gayusas (cantantes ceremoniales), los ebus (personas médiums) y los ounagülei (mensajeros de los ancestros). Disponen de fundamentos del liderazgo (roles del buyei y el ounagülei), la cosmología (el seiri o morada de los ancestros), el ritual (el chugú).

La fe del pueblo garífuna es recogida en las tramas biográficas, históricas y estructurales, a partir de la experiencia social de esta sociedad afroindígena caribeña. La investigación, es una muestra de lo que Pérez Guarnieri transmite a especialistas de música, acerca de la espiritualidad garífuna en América Latina. 

La ceremonia del chugú, es orientada a la comunicación con los ancestros, camino al diálogo y la posesión. Igualmente se confiere el linaje fundador a Marcos Sánchez Díaz, mito en acción sobre la comunidad garífuna de Livingston y la función de un interlocutor a su heredero espiritual, Juan Carlos Sánchez.

“Como Ustedes saben, es muy difícil escapar al poder de los ancestros”, asevera Juan Carlos Sánchez; nacido allí donde el Río Dulce desemboca en el mar Caribe. Es Livingston, Departamento de Izabal, en la costa nororiental de Guatemala. 

Él es descendiente de Marcos Sánchez Díaz, líder garífuna que arribó a esas costas en 1802, según narra el etnomusicólogo argentino. Llegó junto a un grupo de familias que buscaban un espacio donde asentarse y comenzar una historia de este grupo étnico, expulsado por los ingleses de la isla Yurumein –San Vicente y las Granadinas– en 1797.

Siguió la inspiración susurrada por los espíritus de sus ancestros, para mantener vivas las tradiciones de su pueblo, como lo hiciera un griot de África occidental. No era consciente de ello, hasta que en una ceremonia de culto a los ancestros, le fue comunicado que sería ounagülei o mensajero; entonces Juan Carlos Sánchez, dedicaría su vida a la espiritualidad garífuna.

El investigador argentino explica que cuando era invitado a las ceremonias, lo observaba trabajando para “que cada detalle del ritual se cumpla tal como indicaron los abuelos”. Fueron decenas de horas en Livingston. En entrevistas, recopilando canciones y anotaciones. Fue registrándolas, para concluir en un trabajo dirigido no solo al pueblo garífuna, sino también a estudiantes e investigadores de antropología y ciencias sociales, a todos los interesados en temas de religión y etnicidad. 

El producto derivado es una combinación del trabajo etnográfico en Livingston, enfocado en las relaciones entre música, espiritualidad y etnicidad del pueblo garífuna. Atendiendo a la comunidad académica, es un aporte al campo de estudio de la antropología de la religión.

Era necesario recoger la particularidad  cultural sobre Livingston, Guatemala. La temporalidad de las ceremonias, donde desde el presente, las personas vivas invocan al pasado, los ancestros, la sabiduría para vivir un mejor futuro. El (ounagülei), vivencias personales del autor desde su infancia; el (chugú) descripción de las ceremonias de culto a los antepasados, con la “presencia” de Juan Carlos Sánchez, como “mensajero de los ancestros”. Y el (seiri), donde el autor establece comparaciones entre los rituales de antes y en la actualidad. 

Es el resultado de arraigarse en la práctica de la espiritualidad ancestral como un legado, con la perspectiva puesta en la necesidad de preservar esta expresión cultural. Un tesoro que llegó con el sonido del tambor africano, hasta ese paraje magnífico de Livingston, Guatemala.

 

 

Autor: teleSUR - Rosa María Fernández

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