Cambiar el engranaje


1 de mayo de 2024 Hora: 19:11

Los sucesos de Chicago tuvieron un lugar de primer orden, en la mirada escrutadora de José Martí, quien residía de manera permanente desde 1881 en Nueva York. 

Los conflictos sociales en Estados Unidos llamaron su atención, junto al análisis de las causas y condiciones de vida de la gran oleada de inmigrantes europeos que, en busca del “progreso”, confrontaban los mismos problemas en una extraña nación. 

Martí entendió las expresiones de lucha, la desesperación de los inmigrantes por sus circunstancias de vida miserables, las causa de la violencia en las huelgas de los trabajadores y otras manifestaciones para enfrentar la difícil vida que les tocó, aunque no compartió las formas violentas de combatirlas, para buscar mejoría en ellas.

El obrero en Estados Unidos, según la observación de José Martí -texto recogido en sus Obras Completas, La Habana, 2002- “cree (…) tener derecho a cierta seguridad para lo porvenir, a cierta holgura y limpieza para su casa, a alimentar sin ansiedad los hijos que engendra, a una parte más equitativa en los productos del trabajo de que es factor indispensable, (…) a algún rincón para vivir que no sea un tugurio fétido donde, como en las ciudades de Nueva York, no se puede entrar sin vascas”. 

Martí apreciaba que, cuando pedían esas mejoras en Chicago: “combinábanse los capitalistas, castígábanlos negándoles el trabajo que para ellos es la carne, el fuego y la luz; echábanles encima la policía, ganosa siempre de cebar sus porras en cabezas de gente mal vestida; mataba la policía a veces a algún osado que le resistía con piedras, o a algún niño; reducíanlos al fin por hambre a volver a su trabajo, con el alma torva, con la miseria enconada, con el decoro ofendido, rumiando venganza”. 

 


 

Antecedentes

Fue en 1881 cuando se constituyó la American Federation of Labor (AFL). La Federación Norteamericana del Trabajo, durante el primer congreso celebrado en Pittsburgh, exigió un más riguroso cumplimiento de la jornada de ocho horas, para los que trabajaban en obras públicas. 

En 1882, el segundo congreso en Cleveland, aprobó una declaración de los delegados de Chicago, para que se extender el beneficio de las ocho horas a todos los trabajadores, sin distinción de oficio, sexo o edad.

Su argumento fue: «Como representantes de los trabajadores organizados, declaramos que la jornada de trabajo de ocho horas permitirá dar más trabajo por salarios aumentados. Declaramos que permitirá la posesión y el goce de más bienes por aquellos que los crean. Esta ley aligerará el problema social, dando trabajo a los desocupados. Disminuirá el poder del rico sobre el pobre, no porque el rico se empobrezca, sino porque el pobre se enriquecerá. Creará las condiciones necesarias para la educación y mejoramiento intelectual de las masas. Disminuirá el crimen y el alcoholismo (…) Aumentará las necesidades, alentará la ambición y disminuirá la negligencia de los obreros. Estimulará la producción y aumentará el consumo de bienes por las masas. Hará necesario el empleo cada vez mayor de máquinas para economizar la fuerza de trabajo… Disminuirá la pobreza y aumentará el bienestar de todos los asalariados».

Para 1883 tuvo lugar el tercer congreso de la AFL, que acordó impulsar la ley de ocho horas laborables, a través de una solicitud al miembro del Partido Republicano, señor Chester Alan Arthur, vigésimo primer presidente de los Estados Unidos de 1881 a 1885. También enviaron una nota a los partidos Republicano y Demócrata, para que definieran sus respectivas posiciones sobre las reivindicaciones de los trabajadores.

Ya en noviembre de 1884, en Chicago, comenzaron a organizarse los preparativos de la huelga general del 10 de mayo de 1886, durante el Cuarto Congreso de la AFL, entonces conocida como Federación de Sindicatos Organizados y Uniones Laborales de los EE. UU y Canadá. 

«Una demanda concertada y sostenida por una organización completa, producirá más efecto que la promulgación de millares de leyes, cuya vigencia dependerá siempre del humor de los políticos… El espíritu de organización está en el aire, pero el costo que hemos pagado por nuestra inexperiencia, el sectarismo y la falta de espíritu práctico, representan todavía grandes obstáculos para lanzar una huelga general». Propuso Frank K. Foster, uno de los primeros líderes sindicales estadounidenses, animando a la unión de todos los sindicatos a favor de una huelga general.

También el carpintero Gabriel Edmonston, compartía ese punto de vista y fue más allá. Propuso decretar una huelga inmediata, en todas las industrias, donde los patronos se negaran a respetar la jornada de ocho horas, a partir del día 10 de mayo de 1886. Para los días previos, se  informaría esa demanda básica a los asalariados. O sea, crearon las condiciones para una gran huelga general de costa a costa. 

 


 

La explicación más específica, de por qué ese día exacto, tiene que ver con que mayo era la fecha – conocido como el «rnoving-day» (día de mudanza o cambiante) norteamericana- para renovar los contratos colectivos de trabajo, obligaciones, los arriendos de tierras y convenciones similares. 

«La Federación de Sindicatos Organizados (Uniones Laborales de los Estados Unidos, Canadá), ha resuelto que la duración de la jornada de trabajo, desde el 1o de mayo de 1886, será de ocho horas, y recomendamos a las organizaciones sindicales de todo el país, hacer respetar esta resolución a partir de la fecha convenida». Decía la proposición de Gabriel Edmonston, aprobada por el Congreso.

A ello se sumó desde la ciudad portuaria canadiense de Hamilton -provincia de Ontario- el Congreso de Los Caballeros del Trabajo, cuando auspició la organización de la huelga general hasta la obtención de las ocho horas. Simultáneamente, varios grupos locales, organizaron mítines, repartieron folletos, promovieron huelgas parciales, recolección de firmas, manifestaciones, asambleas, conferencias, etc.

California fue parte de los Estados Unidos desde 1850; que tras la invasión robó la mitad del territorio mexicano. Convertido en el estado occidental de EE.UU. se extendió desde la frontera con México -costa del Pacífico- por cerca de 1 500 kilómetros. Allí se asentaron motores económicos, relacionados con el ejército, la defensa, turismo, comercio internacional y la manufactura. Desde ahí, la Federación de Carpinteros tomó la iniciativa del movimiento por la reducción de la jornada de trabajo.

La disminución de la jornada laboral, se convertía en una necesidad urgente. Pesaba por el retorno de los soldados desmovilizados, más el cierre de las fábricas para la guerra. Además, los inmigrantes seguían afluyendo a todos los estados, por centenares de miles.

No hay evidencia de que una ley progresista aprobada en el estado de California, se haya aplicado. Aunque, presumiblemente se habían adelantado -a fines de 1868- y decretado la jornada obligatoria de 8 horas, para todos los trabajadores del sector público o del sector privado. 

“La agitación en pro de la jornada de 8 horas, después de numerosas vicisitudes y de algunos éxitos legislativos, que no fueren seguidos de aplicación práctica, no llegó a ningún resultado, y el pueblo obrero fue afectado por una profunda desilusión”. Describió un historiador del movimiento sindical norteamericano.

Nueva York movilizó a más de 20.000 trabajadores, en septiembre de 1871 se efectuó una gran manifestación pública, lo que para entonces, era una cifra considerable. Participaron principalmente franceses y alemanes emigrados, miembros de la Internacional, y también obreros norteamericanos.

Cuando todo empeoró

Desafortunadamente, las cosas empeoraron para los trabajadores. Centenares de miles de obreros quedaron cesantes y vagaban como por las calles, alimentándose de los desperdicios. Sólo en el Estado de Nueva York había 200.000 personas sin trabajo, a lo que se sumó un terrible invierno, con gran número de muertos por hambre y frío.

La Sección Norteamericana de la Internacional convocó a un mitin de desocupados en Nueva York, el 13 de enero de 1873. Se exigía una ración diaria de alimentos para los desamparados, la iniciación de obras públicas que propiciara nuevos empleos y una prórroga legal para el pago de alquileres modestos. 

Frente al Ayuntamiento fueron atacados por una horda de guardias, incluso a mujeres y niños. Centenares fueron detenidos “por resistir órdenes de la policía”. Se sumó la gran prensa con mentiras, que exaltaba diariamente a pertrecharse y a extender la acción de las bandas armadas antiobreras. Los editoriales llamaron a eliminar “la peste de miserables” que asolaba la ciudad.

La burguesía organizó grupos civiles armados para proteger sus propiedades y riquezas; formaron milicias privadas, grupos de matones y hasta empresas de rompehuelgas, con la complicidad de la policía, que borraba sus antecedentes penales. La más famosa de estas organizaciones, participante en los sucesos de Chicago, fue la de los hermanos Pinkerton, con espías, provocadores y hasta asesinos a sueldo. 

En diciembre de 1885, la AFL celebró el Congreso de Washington, con la renovación del acuerdo de Chicago. Fue importante definir un frente único de todas las organizaciones gremiales, con el fin de presentar un “contrato-tipo” -preparado con la asesoría legal de la AFL- para presentar a los patrones. Acordaron que debía entrar en vigencia para mayo de 1886.

La Cámara sindical de los carpinteros y ebanistas de Chicago, advirtió a los patrones por carta certificada, que en mayo debía iniciarse la «jornada normal» y comprometió a sus miembros a detener -absolutamente- el trabajo en los talleres donde no se aplicaran las ocho horas. 

Entre tanto, el Comité por las ocho horas, se mantuvo en alerta contra huelgas mal organizadas, que podrían hacer fallar el objetivo fundamental del movimiento obrero, que había triplicado el número de organizaciones sindicales a favor.

La pujanza era tal, que aunque los dirigentes sindicales trataban de contener los movimientos parciales, con el objetivo de presentarlos en mayo, al unísono; a pesar de ello, para abril de 1886 se manifestaron innumerables huelgas en Ohio, Illinois, Michigan, Pennsylvania y Maryland. 

Desde el mes de abril, más de 30.000 obreros se beneficiaron, cuando le fue concedida la jornada de 8 horas, sin disminuir los salarios. Ante la pujanza del movimiento sindical, ya estaban celebrando los mineros de Virginia.

Cuentan que el presidente de turno, Stephen Grover Cleveland, fue el único en tener dos mandatos no consecutivos. El primer demócrata tras la Guerra de Secesión (1861 y 1865), en una era de preponderancia republicana (1860 y 1912), y único en celebrar su boda en la casa Blanca, para quien la marea obrera se le hizo incontenible en el primer mandato (1885–1889).

Cleveland se vio obligado a llevar la cuestión al Congreso, donde no vaciló en afirmar: Las condiciones presentes de las relaciones entre el capital y el trabajo son, en verdad muy poco satisfactorias, y esto en gran medida por las ávidas e inconsideradas exacciones de los empleadores».

Lecciones históricas

Simultáneamente se declararon 5.000 huelgas y 340.000 huelguistas dejaron las fábricas, para ganar las calles y allí vocear sus demandas. A finales de mayo serían 200.000 obreros conquistaron la jornada de 8 horas el mismo 1° de mayo, cerca de un millón, antes que terminara el año. 

Un informe de la AFL, expresó que fue un resultado importante, a pesar de algunas fallas en el movimiento obrero. “Jamás en este país ha habido un levantamiento tan general de las masas industriales”. “El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a millares de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes, cuando muchos, hasta ahora, habían permanecido indiferentes a la acción sindical”.

Sin embargo, en Chicago las cosas tomaron otro rumbo. La prensa los llamaba “máquina humana” y conminaron al trabajador a dejar a un lado su “orgullo”. El “Chicago Tribune” manifestó explícitamente: “El plomo es la mejor alimentación para los huelguistas… la prisión y los trabajos forzados, son la única solución posible a la cuestión social. Es de esperar que su uso se extienda”.

La Asociación de Trabajadores y Artesanos y la Unión Obrera Central, como organizaciones sindicales, dirigían la huelga en Chicago y todo el Estado de Illinois, con el apoyo de algunos periodistas y oradores de verbo encendido, algunos de los cuales pasaron a la historia como los “Mártires de Chicago”.

La huelga en Chicago continuaba, pese a algunos logros parciales. El ambiente ya estaba caldeado, el mismo día 2 de mayo en el centro de la ciudad, la policía había disuelto violentamente un mitin de 50.000 huelguistas. 

El día 3 del propio mes, volvieron a manifestarse, convocados por la Unión de Trabajadores de la Madera, frente la fábrica de maquinaria agrícola Mc Cormik al norte de Chicago. El dicha factoría, el propietario había utilizado fondos de un descuento obligatorio a sus obreros, para construir una iglesia. Los trabajadores lo rechazaron, se fueron a la huelga en febrero de 1886 y ocuparon la fábrica, que fue desalojada en mediodía por cientos de rompehuelgas de los hermanos Pinkerton, al servicio del patrón.




Sucedió una gran concentración de protesta para el día 4 de mayo de 1886, en la Plaza Haymarket, donde se reunieron unas 15.000 personas. A esa hora, la mayoría de los que posteriormente serían asesinados, estaban en la Redacción del “Arbeiter Zeitung” (Periódico de los Trabajadores), discutiendo asuntos del momento. 

Hasta allí llegó un obrero diciendo que faltaban oradores en inglés en la concentración. De inmediato casi todos fueron hasta la tribuna, donde los discursos eran moderados, pese a la gravedad de la masacre del día anterior frente a McCormik. La mayoría del auditorio, se comportaba con tranquilidad.

El alcalde de Chicago, Carter H. Harrison, lo dijo; él estaba allí para pulsar el ambiente y atendiendo a ello, dio órdenes de retirarse al capitán de Policía -Bonfield- a cargo. A esa hora del día helado y húmedo, ya estaba reducida la participación a pocos miles, cuando los capitanes Bonfield y Ward, al frente de 180 policías, ordenaron terminar el mitin y colocaron a sus hombres en posiciones de disparar. 

Fue muy oportuno – ¿para quiénes?- que un objeto humeante del tamaño de una naranja, cayera entre dos filas de los policías. El saldo fue de sesenta policías heridos y uno muerto (6  heridos murieron posteriormente en el hospital). Aquí se desató el pánico y la carnicería. Los policías cargaron sobre la multitud, con un total de 38 obreros muertos y 115 heridos. Chicago fue puesto en estado de sitio.

“The New York Times”, dio por hecho que los anarquistas eran los culpables del lanzamiento de la bomba. La policía, al mando del capitán Michael Schaack, realizó una batida contra 50 supuestos “nidos” de anarquistas y socialistas. Detuvieron con brutalidad e interrogaron a unas 300 personas.




Después del desenlace sangriento en Chicago, la petición de que se mantuviera la condena se hacía “para ejemplo”. La policía estaba más interesada en conseguir pruebas contra los manifestantes imputados, que definir quién había arrojado la bomba. Incluso, se compraron los testimonios. Era el sistema, contra quienes buscaban mayor justicia obrera.

Muchos locales sindicales y los domicilios de los dirigentes fueron allanados, mientras los golpeaban a ellos y a sus familiares. Todo el poder del gran capital cayó sobre quienes dirigían la manifestación por la jornada de ocho horas. 

Tratar de poner un límite horario a la explotación del trabajo humano, les costó la vida a los dirigentes anarquistas y socialistas August Spies, Albert Parsons, Adolf Fischer y George Engel. El 11 de noviembre de 1887, fueron ahorcados en la cárcel de Chicago. En resto de los compañeros, Fielden, Engel, Schwab, Lingg y Neebe, fueron condenados a prisión perpetua o largas penas con trabajos forzados.

Las casas obreras de Chicago exhibieron en su puerta, una flor de seda roja en señal de duelo. Unas 25.000 personas asistieron al funeral de los llamados Mártires de Chicago y otras 250.000 acompañaron el recorrido a la última morada. 




Desde entonces empezó a conmemorarse cada 1º. de mayo el Día Internacional de los Trabajadores, en homenaje al inicio de la justa exigencia obrera por la reducción laboral -sus ocho horas laborables- y no el aberrante epílogo de Chicago.

En 1893 un nuevo gobernador de Illinois, John Atgeld, accedió a que se revisara el proceso, dadas las movilizaciones de las fuerzas sindicalistas y la actuación de algunos políticos. El juez Eberhardt estableció que los ahorcados no habían cometido ningún crimen, el proceso fue amañado, no se demostró ninguna relación concreta entre la bomba arrojada allí y los procesados, por lo que “habían sido víctimas inocentes de un error judicial”. A algunos les conmutaron la pena de muerte por prisión perpetua y otros, obtuvieron el perdón.

Un drama terrible

Martí lo dijo en su crónica, “Un drama terrible”. Señaló la manipulación, al afirmar que los periódicos describieron a los procesados como criminales: “La prensa entera, de San Francisco a Nueva York, falseando el proceso, pinta a los siete condenados como bestias dañinas, pone todas las mañanas sobre la mesa de almorzar, la imagen de los policías despedazados por la bomba (…) ¡Quién nos defenderá mañana, cuando se alce el monstruo obrero, (…)! ¡Qué ingratitud para con la policía no matar a esos hombres!

Ese gran periodista que fue José Martí, hizo la diferencia en la prensa de la época. Describió a cada uno de los obreros ejecutados en su dimensión humana, demostrando sus luchas, sus orígenes sociales y las circunstancias de sus momentos finales.

Cuando recordemos los hechos que dieron lugar a esta conmemoración del 1º. de Mayo, habría que insistir en educar hacia el análisis de las causas históricas, aquellas que engendraron tales problemas. 

Al decir de la prestigiosa Doctora en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana Francisca López Civeira “se trata de todo un sistema defendiendo sus intereses, más allá de circunstancias específicas” y cita a Martí cuando plantea las carencias de la lucha y hacia dónde marcharía la solución. En criterio del prócer cubano: “No comprenden que ellos son mera rueda del engranaje social, y hay que cambiar, para que ellas cambien, todo el engranaje”. En esa dirección es que se encontraría la solución al conflicto social.

Pobreza extrema

Según estimaciones, en 2023 casi 700 millones de personas en todo el mundo subsisten con menos de 2,15 dólares. Es un problema de derechos humanos.

Según la OIT, 397 millones de personas trabajadoras —el 5,6% la población mundial— viven actualmente en pobreza extrema. En ningún país se puede pagar la alimentación básica, si obtienen menos de 1,25 dólares por día (0,92 euros). Hay otros 661 millones de “casi pobres” – el 25,2% de la clase trabajadora de los países más necesitados- viviendo con entre 2 y 4 dólares por día

La Organización de las Naciones Unidas afirma: “Se prevé que no se alcanzará el objetivo mundial de acabar con la pobreza extrema para 2030, ya que casi 600 millones de personas siguen viviendo en esta ignominia.

Autor: teleSUR - Rosa María Fernández

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