Prejuicios y dignidad: La lucha de los campesinos sin tierra

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Brasil tiene cerca de 120.000 familias acampadas registradas por el Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (Incra). Foto: Gabriela Moncau/Brasil de Fato


Por: Afonso Peche Filho

6 de agosto de 2025 Hora: 14:33

Deshacer los prejuicios que pesan sobre estos trabajadores es el primer paso para ver la tierra no como una mercancía, sino como un derecho fundamental y un lugar para vivir. En un mundo en el que las estructuras sociales están marcadas por relaciones de poder y privilegios históricos, quienes se atreven a desafiar el orden establecido se convierten a menudo en blanco de prejuicios y exclusión. En el contexto rural brasileño, los campesinos sin tierra representan uno de los grupos más vulnerables e incomprendidos, cuya lucha por un derecho fundamental -el acceso a la tierra- es a menudo distorsionada, criminalizada y juzgada a través del prisma de un moralismo que ignora las profundas raíces de la desigualdad agraria.

La historia del campo brasileño lleva las marcas de la concentración de la tierra, de los latifundios improductivos y de la desigualdad de oportunidades. La falta de políticas agrarias eficaces ha creado un escenario en el que familias enteras, privadas del derecho a la tierra, se ven obligadas a luchar por un espacio en el que puedan producir alimentos y mantener sus vidas con dignidad. Sin embargo, cuando reclaman este derecho, estas familias suelen ser estigmatizadas como «invasoras» o «perturbadoras del orden», en un discurso que simplifica y margina su realidad.

Este prejuicio revela mucho más sobre los valores de una sociedad que sobre las personas a las que se dirige. Existe una tendencia histórica a juzgar duramente a los marginados, sobre todo cuando desafían la lógica de la concentración de poder. Los campesinos sin tierra son vistos como una amenaza no porque no respeten el orden, sino porque cuestionan una estructura desigual que beneficia a unos pocos y condena a muchos a la miseria. El acto de exigir justicia social es transformado en una «ofensa» por una narrativa que prefiere mantener los privilegios a enfrentarse a la injusticia.

A la estigmatización social se añade la deshumanización simbólica: el campesino sin tierra es a menudo presentado como un ser inferior, incapaz de gestionar la tierra o de producir eficazmente. Esta visión, cargada de prejuicios, ignora la historia de lucha y de conocimientos que portan estos trabajadores, así como su contribución a la soberanía alimentaria y a la economía rural. Detrás de cada familia hay una esperanza legítima: sembrar, cosechar y vivir dignamente, en armonía con la tierra que también debería pertenecerles por derecho.

Otro factor que agrava esta situación es la falta de empatía y comprensión por parte de la sociedad urbana, que conoce poco las realidades del campo. Al igual que las comunidades cerradas pueden llegar a ser crueles e intolerantes con quienes «rompen las reglas», la sociedad en general tiende a juzgar a los campesinos sin tierra basándose en estereotipos, sin escuchar sus historias ni comprender las razones de su lucha. La criminalización de estos trabajadores a menudo camufla el hecho de que mientras ellos luchan por un pedazo de tierra, grandes extensiones permanecen improductivas o sólo sirven a intereses económicos concentrados.

Por otra parte, la lucha de los campesinos sin tierra es también un símbolo de resistencia y esperanza. Nos recuerdan que la dignidad no sólo se consigue con la posesión, sino también con el valor de plantar cara a los sistemas injustos. Cada ocupación, cada acampada y cada pequeña victoria representan un gesto de libertad contra un sistema que intenta mantener las cosas como están. Es la expresión viva del derecho humano a producir, trabajar la tierra, generar vida y construir un futuro.

Los prejuicios contra estos campesinos no difieren de otros prejuicios históricos: nacen del miedo a lo diferente, del deseo de mantener las estructuras de poder y de la incapacidad de ver la humanidad que existe en cada lucha. Derribar esta barrera requiere una mirada profunda que reconozca el valor del trabajo, la importancia de la tierra como bien común y la urgencia de construir un campo justo, inclusivo y productivo.

Por eso, más que una causa aislada, la lucha de los campesinos sin tierra es una lucha colectiva que nos llama a repensar el significado de la justicia social, la distribución de los recursos y la valorización de la vida. El verdadero progreso no reside en la concentración de la riqueza, sino en la construcción de una sociedad en la que todos tengan la oportunidad de vivir con dignidad.

*Afonso Peche Filho es ingeniero agrónomo, doctor en ciencias ambientales e investigador científico del Instituto Agronómico de Campinas (IAC).

Autor: Afonso Peche Filho

Fuente: Brasil de Fato

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