Mujica sin banda: Pepe y el arado en la portera

Por: Ricardo Pose
14 de mayo de 2025 Hora: 08:12
Madrugada del 14 de abril de 1990: Pepe, desde su tractor, coloca el arado a la entrada de la chacra que permanecerá hasta la noche del mismo 15 de abril, para desconcierto de los pocos vecinos aledaños que pensarán era una incomprensible medida, de las tantas que verán hacer a la pareja de guerrilleros.
Así eran conocidos en la zona rural del oeste de Montevideo de Rincón del Cerro. Cuando pregunté cómo llegar a la chacra de Pepe para conocer el rancho donde por un tiempo sería mi hogar, tras vivir allí el dirigente histórico de los peludos de UTAA, Antonio Bandera Lima, cuyo cuerpo venía desmembrando una ensañada diabetes.
Sin embargo, el arado, impidiendo el acceso a la chacra que en aquel entonces no tenía portera, cumplía un objetivo: si bien habían transcurrido 28 años del 14 de abril de 1972 donde comandos tupamaros habían ejecutado miembros del Escuadrón de la Muerte y luego algunos compañeros habían sido abatidos por las Fuerzas Armadas, los mensajes amenazantes de grupos de extrema derecha seguían activos, tal como años después lo confirmó el militar e integrante de la patota de Gavazzo, Gilberto Vázquez.
Tampoco era descabellado si se piensa en la movilización militar durante el abril de 1989 donde se votaba contra la ley de impunidad, y que sectores de la derecha pensaran en descargar el poder coercitivo del Estado contra el pueblo, como sucedió en la Masacre del Filtro de 1994.
Caen las primeras heladas de otoño y con el Pepe nos encontramos sentados sobre unos baldes en el medio del campo en plena madrugada, a tiro de cualquier incursión.
La base Pinela en la Teja y el local central, así como otros locales del MLN-T, reforzarían las guardias esa madrugada.
El sereno del depósito de garrafas de distribución de gas (donde hoy funciona la conocida escuela técnica Agraria de la UTU de Mujica) estaba al tanto por si en plena madrugada debíamos acceder al único teléfono de la zona.
Como yo era el más joven de aquella comunidad (Pepe y Lucía, el cañero de UTAA Andrés Farisano y su compañera, el Chino Godoy y mi compañera y yo), había sacado todos los «boletos» para llegar como fuese a dicho teléfono dentro de aquel enorme depósito donde su ovejero alemán representaba una amenaza más seria que cualquier comando de ultraderecha (y riesgo más probable).
Para la una de la mañana, el aburrimiento de Pepe ya era descomunal, pero a pesar de ser uno de los dirigentes más importantes de la organización, ahí estaba, estoicamente bajo los preceptos del Centralismo Democrático.
Entiendo, además, me quería demostrar con su ejemplo que no hay dirigente más respetado que el que cumple con las responsabilidades de cualquier militante de base, pero el aburrimiento era mayúsculo.
Lucía había decidido hacer de «retén» dentro del rancho; avisó cuando el agua hirvió y allá fue Pepe a buscar el mate; rompiendo los criterios más elementales de seguridad volvió con el termo abajo del brazo y el mate y la bombilla en la mano, chiflando desafinadamente La Yumba, obra de uno de sus ídolos tangueros, el argentino y comunista Osvaldo Pugliese.
Si andar chiflando en el medio de la noche durante una guardia merecía una amonestación, su ensillado de mate no quedó en zaga; allí, ante mis ojos azorados, clavó la bombilla aún en la yerba seca como si estuviera con la azada, abriendo un surco en la tierra, para luego, como si hubiera «descargado» todo el equipo de riego, lavar el mate gloriosamente.
Para las dos de la mañana ya habíamos desmenuzado la coyuntura política, el triunfo de Lacalle en la Presidencia y el de Tabaré en la Intendencia de Montevideo.
Un MLN-T sin Sendic y un Movimiento por la Tierra sin su guía ocupó varias rondas de mate, pero de lo que estábamos casi seguros es que esa noche no pasaría nada y Pepe lo resumiría diciendo: «Ya la Derecha no nos da ni bola».
Sin embargo, ahí estábamos bajo una luna tupamara (la de Osiris, la luna creciente que asemeja los desgarradores que usaron para sus lanzas los gauchos alzados con Artigas) «enfierrados» por si acaso, y yo en mi fuero íntimo sentía estar bajo las órdenes del ex «Comandante Facundo», pero este era el Pepe de la moto y el carrito cargado de flores rumbo a la feria, sin auto con chofer y oropeles de estadista contra los que siempre rezongó, capataz de una clase obrera que aún no ha nacido, anarco civilizado, mariscal de derrotas estratégicas y triunfos tácticos, filósofo de barrio y profundo cavilador de boliche.
Pero Facundo tenía otras preocupaciones más mundanas: cambiar el nailon roto por unos sanos de los invernáculos para que los primeros fríos no castigaran las diversas plantas de flores y conseguir los tanques de 200 litros necesarios para usar como estufa dentro de las plantas al abrigo para cuando viniera el invierno.
Para el segundo termo y terminar de dejar los estómagos bien lavados con aquella rara infusión mezcla de mate y «laguna», el debate sobre si fue un acierto o un error no presentar candidatos del MLN-T en la lista del MPP mantenía los párpados abiertos que peleaban contra la ley de gravedad (el sueño y el hastío, dicho menos poéticamente).
Pepe estaba convencido que se debía poner toda la «carne en el asador», aunque tanto él como el Ñato Huidobro se sintieran como unos «floreros» en el parlamento durante su primera diputación alcanzada en 1994.
En el medio del debate, el sonido de unos neumáticos avanzando sobre el pedregullo ordenó un cerrado silencio e hizo agudizar los oídos; el sonido metálico de los cerrojos sonó en la noche; el auto se detuvo frente mismo al arado; no me sorprendió con la decisión que Pepe me dijo «quédate», pero me preocupó y tomé posición; el auto apagó el motor y las luces mientras Pepe avanzaba agazapado.
El viejo pillo ya sabía que no se enfrentaba a ningún peligro pero no me lo dijo (bromas pesadas que solía hacer y debí ir descubriendo) y así de golpe, desde atrás del auto pegó un alarido que se transformó en insulto. Del auto bajó como alma que se lleva el diablo la hija del vecino del fondo con los pantalones por las rodillas y el enamorado salió arando a toda velocidad.
Para las tres de la mañana, el mundo esparcía sus estertores entre las chircas; apenas en enero del año pasado la barra del Movimiento Todos Por la Patria de Gorriarán Merlo en Argentina había asaltado el cuartel de la Tablada para desbaratar un nuevo golpe de Estado impulsado por los levantamientos de los militares Carapintada; el Socialismo del Este con la URSS a la cabeza se desplomaba como un castillo de naipes; extrañas expediciones turísticas tenían como destino El Salvador y Nicaragua; el tupamaro Daniel Ferreira caía combatiendo en Chile integrando el Frente Patriótico Manuel Rodríguez; el Movimiento Sin Tierra en Brasil aumentaba su método de ocupaciones de haciendas; y una escarchita húmeda ganaba el pelo enmarañado y el bigote de Pepe.
Ambos sin saberlo nos estábamos transformando; yo dejaba la militancia estudiantil para dedicarme a la sindical y empuñar una lapicera para mis primeras crónicas y Pepe estaba a pocos años de llegar al parlamento en moto, inicio de un trille que terminó poniéndole la banda presidencial.
Serían las 4 de la mañana si eran cuando Pepe dio por concluida la guardia; como la misma terminaba a las seis, me tocaba ir a enfrentar al ovejero alemán para dar el aviso de que todo estaba en orden.
Admito que a las 6:10 me tiré de la cama y corrí al depósito; la cagada si pasaba más tiempo podía ser mayúscula y varios compañeros se movilizarían hasta la chacra pensando lo peor; debajo del alero Pepe mateaba con Lucía y cuando me vio pasar me hizo una guiñada; él ya había avisado.
No eran años de andarse sacando fotos y no tengo una sola con él aunque saqué cientos de ellas durante su campaña a la Presidencia de 2010; lo que sí siempre mantuvo hasta la última vez que lo vi entrar con esfuerzo al palacio a la instalación del parlamento en febrero de este año, fue esa guiñada que seguía diciendo: «tranquilo botija, ya está».
Autor: Ricardo Pose
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