La cultura nos prepara para defender la independencia

Rodeado de libros y legajos, las pocas personas que interrumpían su labor cotidiana lo encontraban perseverante, dedicado a la promoción de contenidos culturales esenciales, esos que deben quedar escritos.
12 de julio de 2025 Hora: 05:58
Uno de esos imprescindibles, el antropólogo Don Ricardo Alegría (1921-2011), pudo ver en medio de un sistema colonial como el de Puerto Rico, la importancia de salvar los valores patrimoniales de la cultura, como forma de reivindicar la identidad nacional.
El antropólogo, arqueólogo e historiador Ricardo Alegría, fundador y primer director del Instituto de Cultura Puertorriqueña (ICP), muy tempranamente hablaba de lo que nadie creía, compartía la idea de que era posible a través de la salvación de las piedras de San Juan, perpetuar la identidad del pueblo puertorriqueño. Así nos comentó en entrevista, Eusebio Leal (1942-2020), el historiador de La Habana y discípulo del magisterio de Ricardo Alegría.
Afianzar el aporte de las expresiones de la cultura nacional de Puerto Rico, fue el modo creativo y persistente que encontró para hacer perdurable las expresiones identitarias de borinquen, quien también vio firmes e inseparables los adoquines sobre los que andamos en el Viejo San Juan y en La Habana.
Sueño antillano
En 1955 Ricardo Alegría organizó el Instituto de Cultura Puertorriqueña, que dirigió durante casi dos décadas para la investigación, conservación y enriquecimiento de las artes, las humanidades y los valores culturales de Puerto Rico. A través de esta institución luchó contra toda alegoría anexionista y se mantuvo como un acérrimo defensor del idioma español.

Muchos otros fueron sus aportes, como la fundación en 1976 del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe. La institución universitaria de la que fuera rector hasta 2001, ha formado a disímiles profesionales en el conocimiento de la cultura caribeña.
También creó el Museo de las Américas en 1992, dedicado a transmitir conocimiento sobre las artes populares, la herencia africana, indígena, la influencia de la colonización española, así como el nacimiento y evolución de la nación puertorriqueña. Conservan especialmente una exposición nombrada “Santos de palo de Puerto Rico”, colección Alegría-Pons muy propia del arraigo espiritual del pueblo borincano.
El compromiso patriótico convirtió a don Ricardo en eje de estímulo y promoción artística de la cultura, en su nación antillana y desde ella hacia el mundo. Con nueve décadas de vida, se mantuvo activo hasta sus últimos días, vinculado a proyectos de documentación histórica.
De La Habana a San Juan
Fue invitado oportunamente a Cuba en el año 2000, reconocido y admirado por el historiador de La Habana, Eusebio Leal Spencer. A propósito, en la ciudad de La Habana fue develada una tarja en honor a la obra de Don Ricardo Alegría, en la fachada de la Casa Carmen Montilla, ubicada en las proximidades de la Plaza de San Francisco, lugar que él evocaba en ruinas, y que al verla restaurada, le provocó la más intensa y admirada exclamación.
Alegría fue la única personalidad a la que se ha conferido ese homenaje en vida, por parte de la Oficina del Historiador de la Ciudad. La tarja aún se puede visitar en La Habana Vieja, en la galería Carmen Montilla en el número 162 de la calle Oficios, en la fachada de la mansión colonial en que vivió esa célebre pintora venezolana.
Carmen Montilla contribuyó al proceso de restauración del Centro Histórico de La Habana, como también lo hizo Ricardo Alegría, cuya labor de preservación del Viejo San Juan fue reconocida y admirada por el historiador de La Habana, Eusebio Leal Spencer.
Esta honrosa visita, fue precedida por otras en que fue homenajeado el amigo entrañable de Cuba, incansable promotor del intercambio cultural y académico entre ambas islas.

“Yo conocí a Don Ricardo Alegría sólo por referencias. Y hace tanto tiempo, que no existía todavía, al menos para nosotros, ni teléfonos satelitales, ni comunicaciones con Puerto Rico. Ni siquiera la posibilidad de recibir publicaciones del Centro de Estudios Avanzados para la Cultura (CEAPRC), que él había creado en San Juan para sus proyectos del Caribe, de América, para lo que él consideraba fundamental: el discurso antillano”, comentó Leal en entrevista exclusiva realizada en enero de 2013.
“Ese discurso, lo recibí de manera directa de Emilio Roig de Leuchsenring (1889-1964), incansable historiador y promotor cultural), ya que él tenía la pasión de comunicarse con República Dominicana, con Puerto Rico. También con esa nación que tanto ha significado para el Caribe, y más para las Antillas que sin hablar nuestro idioma tenía, sin embargo, una participación tan intensa en la historia continental de América y de las islas, como fue la Primera República de esta región, que fue la República Haitiana”.
“Pero lo fundamental era seguir el ideario de Segundo Ruiz Belvis, fundamentalmente de Eugenio María de Hostos, quien como educador y pedagogo, había llevado a Santo Domingo el ideal de esa educación cívica, ética, que Don Ricardo representaba de cuerpo entero. Así comenzaron a llegarme noticias de Don Ricardo, en los finales de los años 1960 y 1970, cuando yo iniciaba la obra de restauración de La Habana Vieja”.
Invitado por la Oficina del Historiador de La Habana, en 1998, Alegría recibió la distinción por la Cultura Cubana, otorgada por el Ministerio de Cultura; el premio Fernando Ortiz, de la fundación que lleva el nombre del autor de «Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar» y el premio Pablo, conferido por el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, en memoria del escritor boricua-cubano, quien murió en1936 durante la Guerra Civil (1936-1939) española, luchando en el frente republicano en Majadahonda (Madrid).
Al decir de su discípulo Eusebio Leal, Don Ricardo Alegría “fue un luchador por la identidad del pueblo puertorriqueño, por la conservación del idioma de Puerto Rico, que es nuestro idioma; por la conservación de la relación y del sueño antillano de Betances, de Hostos, de Martí, de Federico Enrique Carvajal”
“Fue un luchador por la cultura, alguien que creyó firmemente en que debía reformarse la sociedad puertorriqueña, y que en esa voluntad de reforma y de transformación estaba lo que él llamaba la preparación indispensable para aspirar a ese algo más que él entendía con absoluta claridad, y que era el único destino de la Isla amada de Martí: la independencia absoluta. Me dijo una vez: Si nos dicen que no estamos preparados para ella, entonces preparémonos”.
“Don Ricardo fue un hombre de inmensa bondad. Creó el Centro de Estudios Avanzados en el Caribe, y allí tuve la oportunidad de dialogar con muchos intelectuales. Allí conversé con el arqueólogo Chanlate, por ejemplo, el gran arqueólogo venezolano residente en la Universidad de Río Piedra en Puerto Rico, autor de sensacionales descubrimientos que tanto aportaron a la arqueología indoamericana. Allí conocí a distinguidos intelectuales latinoamericanos, y también cubanos, por ejemplo, al profesor Leví Marrero, que alejado de Cuba, ya muy anciano se encontraba allí en la sala de estudios, hacedor de una profunda obra historiográfica que dio a la América y a Cuba, uno de los más importantes legados investigativos”.
Leal afirmaba que Don Ricardo era un hombre afable, propenso al diálogo. A través de su consistente trabajo, lograba lo que parecía imposible en su sociedad, “concertar opiniones, divergencias, y lograr la unidad sin ceder en principios fundamentales o esenciales, en torno a funciones básicas”.
En recordatorio de su visita a San Juan, Leal expresó: Ricardo Alegría deja un legado, deja el San Juan que conocí hace muchísimos años, cuando tuve la única posibilidad de visitar los Estados Unidos, porque era obligatorio poner un pie en los Estados Unidos para ir al territorio colonial de Puerto Rico, la única oportunidad donde pude contemplar lo que él había hecho”.
“Me acompañó a los lugares más representativos y singulares de la Isla –continuó Eusebio Leal- lugares que guardan una relación intensa con Cuba. Fuimos al cementerio de La Perla, y allí fue testigo de mis palabras ante el sepulcro de Don Pedro Albizu Campos, el apóstol de la Independencia de Puerto Rico, continuador de Ramón Emeterio Betances, que vino a Cuba en 1929 y dejó escritas en manos de Emilio Roig, las bases del Partido Independentista puertorriqueño”.
Cuando le preguntaron al Historiador de La Habana y artífice de la restauración de la vieja capital, sobre las fuentes de inspiración para su trabajo, respondió: “siempre uní dos nombres: el de mi maestro Emilio Roig y el de Don Ricardo Alegría, de Puerto Rico”.
A propósito de la noticia de su fallecimiento, el 7 de julio de 2011, Leal dijo a los historiadores cubanos: “a los que nos empeñamos en la restauración de nuestras ciudades, nos supone un alto en el camino, tan triste nueva”.
“Don Ricardo ha partido, ya no escucharemos su voz de manera permanente, ya no podremos quizás estrechar su mano, pero quedan las bellas dedicatorias de sus hermosos libros, sus fecundas y prolijas investigaciones sobre Puerto Rico, Las Antillas, la colonización americana, la esclavitud, el mundo indígena. Junto a José Juan Arron, el ilustre cubano (autoridad en los estudios culturales hispanoamericanos), forma una interesante trilogía en los estudios antillanos.
A Don Ricardo dedico este día mi pensamiento, y al mismo tiempo el sincero agradecimiento de mis colaboradores que lo recibieron con manos agradecidas, traídos a Cuba, además, por la gentileza de la que fue la Embajadora de Venezuela en nuestro país y gran amiga de Cuba, María Clemencia López y de su esposo José Ignacio Jiménez. Ellos lograron traer a Don Ricardo para que volviese a La Habana, y que estuviese con nosotros; a partir de ese momento, solidifica aún más la amistad que en la distancia habíamos contraído.
Para Don Ricardo esta memoria, y para nuestros amigos en San Juan de Puerto Rico, el abrazo sincero. Falta ahora un conductor, falta una voz, pero hay un pueblo que la ha conservado, que la guarda en su corazón, que conserva no solamente la esperanza romántica de ser alguna vez aquella otra ala del pájaro, que la insigne poeta puertorriqueña sepultada en el cementerio de La Habana, Lola Rodríguez de Tío, había preconizado en hermosos versos: “Cuba y Puerto Rico son, de un pájaro las dos alas, reciben flores y balas en un mismo corazón”. Fueron palabras de Eusebio Leal, publicadas en el sitio Web del Historiador de La Habana, el 29 de julio del 2011.

Vida y obra
Rodeado de libros y legajos, las pocas personas que interrumpían su labor cotidiana lo encontraban perseverante, dedicado a la promoción de contenidos culturales esenciales, esos que deben quedar escritos. Lo de visionario, le viene de su inquietud permanente y preocupación por preservar la identidad de su isla amada.
Nacido y criado en el Viejo San Juan, hizo su bachillerato en Arqueología en la Universidad de Puerto Rico (U.P.R.) en 1942, formó parte del primer Consejo de Estudiantes de la institución y creó una nueva fraternidad para acabar con el prejuicio racial.
Desde sus tiempos de estudiante universitario, tuvo la visión de crear la revista Caribe, igualmente aparecieron sus primeras incursiones y artículos en Puerto Rico Ilustrado, una revista semanal editada en San Juan desde 1910.
Además, obtuvo una maestría de la Universidad de Chicago en 1947, en Antropología e Historia y un doctorado en Antropología de la Universidad de Harvard en 1954. Igualmente, se le otorgó un certificado en museografía del Museo de Historia Natural de Chicago.
Como arqueólogo se dedicó a la investigación de la prehistoria indígena, de cuyos argumentos encontró tema para los libros: La población aborigen antillana y su relación con otras áreas de América (1948) e Historia de nuestros indios (1950), texto educativo a nivel elemental, un tema al que le confería gran importancia.
Sus trabajos de investigación sobre arqueología y folclore puertorriqueños fueron muy bien recibidos en diversas publicaciones periódicas especializadas del país y del exterior, principalmente en Estados Unidos, México y Cuba.
Entre sus obras más sobresalientes están: La fiesta de Santiago Apóstol en Loíza Aldea (1954), el cuento Los renegados (1963) y Cuentos folclóricos de Puerto Rico (1967), Apuntes en torno a la mitología de los indios taínos de las Antillas Mayores y sus orígenes suramericanos (1978).
Bajo su guía, aglutina a ilustres profesionales en defensa de la cultura. Don Ricardo Alegría contribuyó a afianzar las costumbres nativas, amplió el panorama artesanal y llevó a nivel didáctico expresiones folclóricas. Lo más visible fue la revalorización de edificaciones coloniales y monumentos de la isla antillana.

Referencias
“Inexplicablemente, Don Ricardo, tenía noticias de mí”, explicó Eusebio Leal sobre el Maestro. “Emilio Roig había muerto recientemente; en su epistolario encontrábamos cartas de Don Ricardo. Ellos se habían comunicado, fundamentalmente porque Emilito conservaba el legado de Don Pedro Albizu Campos, a su paso por Cuba”.
“La existencia de una documentación de don Pedro en los archivos y la amistad que el historiador de la Ciudad de La Habana, tenía con la viuda de don Pedro Albizu Campos, con Juan Juarbes Juarbes y otros amigos de doña Laurita (Laura Meneses, esposa de Albizu), que conservaban encendida y viva, la llama de Puerto Rico en Cuba”, dijo a esta redactora.
Es conocido que el sentimiento puertorriqueño despertó desde tiempos antiguos, una intensa pasión por Cuba. “Cuando José Martí crea el Partido, buscando la unión de propósitos entre Cuba y Puerto Rico y dejando claramente que se constituía para lograr la independencia de esta isla y de aquella, no hacía más que dar continuidad a una relación que había existido desde los tiempos aborígenes”.
Los aborígenes se trasladaron desde las pequeñas islas hasta las llamadas Antillas mayores, trayendo un poco de la memoria indígena del continente sudamericano hasta Cuba, fundamentalmente en el oriente del país.
“Tenía esa noticia de don Ricardo, que como muchos de los intelectuales de su tiempo poseía esa visión múltiple y humanista de la cultura. Él conocía perfectamente los cánones de la arqueología, era un investigador de documentos, al mismo tiempo un conferencista apasionado y era sobre todo, un caminante. Me contaban que por las calles arruinadas del Viejo San Juan predicaba la causa de la restauración de los monumentos, hablaba de lo que nadie creía, compartía la idea de que era posible a través de la salvación de las piedras de San Juan, perpetuar la identidad del pueblo puertorriqueño”.
Sobre esta coincidencia de propósitos, a pesar de las diferencias de edad, se produjo un contacto epistolar con Eusebio Leal. Así comenzó la idea casi imposible entonces, de la visita de Eusebio Leal a San Juan.
Del brazo de Don Ricardo, a quien describe con andar caballeresco, comenzó el recorrido desde el este, por el San Juan Antiguo, Puerta de Tierra, como quien le lleva a pasar por el umbral de la memoria. Todo el mundo los saludaba a su paso. No es difícil imaginarlos, el orgullo boricua, y la admiración cubana o viceversa, del brazo de la historia.
“Me hizo un recibimiento inconcebible. Recuerdo que llegué en la tarde y me llevó ya por la ciudad restaurada, que era una maravilla. Muy pequeña la ciudad, pero impresionante, La Fortaleza, las iglesias”, describe el director de la Oficina del Historiador de La Habana, su recorrido a inicios de la década de 1990, por el viejo San Juan.
“Iba yo buscando a un dominico sabio, el padre Mario. Me esperaban todos en la puerta de ese hostal. Esa misma tarde, sin siquiera reposar, fuimos al Centro de Estudios Avanzados, pasando por la casa de Don Ricardo, que era una maravilla. En el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe (CEAPRC), me encontré con un cubano, que no podía imaginarme que estaba allí. Un intelectual cubano, geógrafo de enorme mérito, el doctor Levi Marrero, que apartado de Cuba por su discrepancia o incomprensión del momento revolucionario, que compartió inicialmente con pasión, ahora se asombraba que una persona joven como yo, se acercase a él”.
“Tenía una voz queda, tranquila, un hombre pausado, pero un hombre de pasión. Era uno que creía todavía, como los ilustrados autonomistas cubanos del siglo XIX, que había que realizar la preparación; pero a diferencia de aquellos, él tenía la visión clara en el fondo, que el objetivo a alcanzar era la soberanía plena y no la estadidad. Creía que la estrella solitaria de Puerto Rico, su bandera, como la de Cuba, debía levantarse enhiesta y libre alguna vez, en el cielo azul de la Isla”. Continuó Leal, recordando a Ricardo Alegría. “Me dedicó un libro, y el último momento de su vida fue para enviarme la medalla del Centro de Estudios Avanzados (CEAPRC), que conservo como un recuerdo entrañable”.
Sin embargo frente al vencedor del tiempo, el hombre de aportación infinita a la memoria cultural puertorriqueña y universal Ricardo Alegría, esa última vez que se vieron en La Habana, a Leal le pareció humanamente vencido.
“Ya en los últimos tiempos, él estaba vencido por dolores físicos y morales. La pérdida de un hijo, el destino incierto de la Isla, la lucha por el idioma (español) que sostuvo como un baluarte, las tribulaciones políticas y veleidades de algunos sectores que alejaban al país de la búsqueda y de la aseveración de su identidad. Todo lo llevó a tener al final de su vida grandes preocupaciones, cuando ya no podía subir la bella escalera de su casa, ni siquiera asistir al Centro de Estudios Avanzados”.
¿Sabes? -recordó con nostalgia el Historiador de La Habana- en San Juan lo acompañé al cementerio de La Perla, en una visita que hicimos juntos al lugar en que él escogió como su última morada.
“Como no pude asistir a su despedida de duelo, envié las palabras mías. Reconociéndome como discípulo de su magisterio, agradeciéndole infinitamente por todo lo que había hecho por su patria y por su lealtad infinita a la mía, en definitiva, una sola”.
“En las palabras que voy a pronunciar para que quede como un testimonio de mi admiración por don Ricardo Alegría, precisamente te diré de su admiración por Cuba, porque nuestro país había alcanzado un espacio en la historia de América y del mundo que él también quería para su patria”.

“Y es que él creía y yo lo creo, que existen en Puerto Rico y en su pueblo, en sus luchadores, en su gente sencilla, en sus paisajes, en su naturaleza, los fundamentos para aspirar a eso que otros negaban. Y que se debilitaba con las dádivas que venían del norte o con la irrupción de problemas que le atormentaban como el tema de la delincuencia organizada, la droga, etcétera. O el desvarío de los políticos, cuyas campañas a veces buscaban demoler lo que había sido su prestigiosa obra”.
“A él no le interesaba el viejo San Juan como una cosa “turística”, eso lo veía como lo veo yo, como una consecuencia. A él le interesaba, en primer lugar, para los puertorriqueños, que ellos vieran su historia en esa ciudad restaurada, en esos templos, en su catedral, en el Castillo”.
“No olvidemos que Emilio Roig, con quien mantuvo una correspondencia, y me mostró muchos libros dedicados por él, constituyó en Cuba un Comité por la liberación de Rafael Cancel Miranda, Irving Flores y Andrés Figueroa Cordero y Lolita Lebrón. De ahí que cuando conocí a Lolita Lebrón, me emocioné muchísimo, porque estaba conociendo a aquella muchacha que ahora volvía anciana, por la cual Emilio Roig había luchado tanto, como otros cubanos, incluyendo a Fidel. Quiere decir que Don Ricardo estaba en el meridiano de aquello que yo quería hacer y trabajar en pro de La Habana Vieja, que él también admiraba extraordinariamente”.
“Yo soy hijo de la Revolución, nací en el proceso revolucionario. Mi trabajo y el de mis colaboradores habrían tenido otra característica de no existir la Revolución. Claro, yo tenía un precedente. Emilio Roig no fue un subvencionado; fue uno que se negó a reconocer los estatutos provisionales, proclamados después del 10 de marzo (Golpe de Estado Militar, previo a las elecciones de 1952, perpetrado por Fulgencio Batista). Se hizo respetar por los Alcaldes de La Habana, algunos de los cuales eran políticos servidores de la peor causa. Sin embargo, todos se detenían ante esa figura respetada y respetable que sostenía la Oficina del historiador por sus propios medios. Y eso lo hacía diferente al drama que vivía allí Don Ricardo, que tenía que luchar allí con el Gobernador, con otras cuestiones”
“Llegan a mi mente los comentarios, de que la propia izquierda lo había catalogado de traidor. Acabo de recordar a Frei Betto, a veces ‘hablamos como militantes y vivimos como burgueses, acomodados en una cómoda posición de jueces de quien lucha’. Sí, era lógico que así fuera, porque en muchas oportunidades hay esos extravíos, hoy todo el mundo le rinde tributo y reconoce en él sus grandes valores. No quiere decir por eso que no exista una evolución en el pensamiento de los individuos”.
“Yo evolucioné desde una concepción de la sociedad y la vida, a otras, a partir del tiempo que me tocó vivir. Don Ricardo, en las circunstancias suyas, hizo lo que fue correcto e hizo lo que los demás no pudieron hacer. Recuerdo que hablé con Juan Mari Brás y con otros luchadores puertorriqueños que a esa altura, lo reconocían como un ‘paladín singular’. Sin embargo, Don Ricardo Alegría me permitió conocer al señor Ferré, que era un “anexionista nacido”. Yo dije, conocí al último anexionista, cuando conocí aquel anciano, que tenía una vitalidad extraordinaria y que hablaba de la anexión de Puerto Rico a los Estados Unidos, como un hecho divino, como una necesidad histórica. Me dije, estoy hablando con gente cubana de los años 1940 y 1950 del siglo XIX”.
“Don Ricardo era otra cosa. Representaba lo que Carlos Rafael Rodríguez para Cuba (Cienfuegos 1913 – La Habana, 8 de diciembre de 1997. Político y economista). Cuando hablaba en su maravilloso ensayo sobre los autonomistas cubanos, preparando al país para la gran decepción que su propio discurso suponía. Una gran decepción, porque nadie da lo que no tiene”.
“Y así como España no podía dar a Cuba libertad y soberanía porque no la tenía, no podía darle a Cuba, derechos e inclusión en la constitución española; tampoco Don Ricardo Alegría podría demandar, ni nadie, al Gobierno de Estados Unidos, a que pasase por encima de los terribles resultados de la Guerra del 1898, en que España renuncia a sus derechos sobre Cuba, pero cede los de Puerto Rico, convirtiéndola en un carro de trofeo de la Guerra Hispano cubano americana”.
La eternidad
A la hora final, pedimos una última frase al historiador de La Habana, Eusebio Leal. ¿Cuál es la herencia que tiene usted, en lo personal, de don Ricardo?
“La herencia de su honestidad, lealtad, de su bondad, de su consecuencia, de la evolución educativa de su pensamiento, de su aporte a las letras americanas a la investigación histórica y ese monumento grande que se llama San Juan de Puerto Rico restaurado”.
Autor: teleSUR - Rosa María Fernández