Persecución a los defensores de la Ética en la Comunicación

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Foto: EFE/Archivo


Por: Fernando Buen Abad

2 de junio de 2025 Hora: 00:55

La comunicación no puede seguir siendo una mercancía. La ética no puede seguir siendo un adorno de eruditos o sotanas. O reconstruimos el tejido semiótico de nuestras luchas, o el capital continuará fabricando realidades a su medida. Defender la ética en la comunicación es, hoy más que nunca, un acto revolucionario.

En la era imperialista de las pantallas monopólicas omnipresentes, cuando la velocidad del espectáculo se impone como criterio de verdad, defender la ética en la comunicación no es sólo una necesidad teórica: es una urgencia política, una trinchera histórica. Los que se atreven a levantar la voz contra la maquinaria semiótica del capital —esa red de intereses entre monopolios mediáticos, agencias de inteligencia, agencias de publicidad, industrias militares, industrias financieras, industrias culturales y poderes judiciales— son perseguidos, silenciados, marginados o cooptados. No por error, sino por diseño. Toda lucha por la verdad es también una lucha contra el fetichismo de la mercancía-conciencia. Y hoy esa fórmula tiene nombre: dictadura de los monopolios mediáticos.

Es necesario entender que la ética es una herramienta social en el campo de batalla de los límites al capital. Hablar de ética en la comunicación no remite a normas abstractas ni a códigos descontextualizados. No se trata de manuales desinfectados deontológicamente, escritos por burócratas académicos al servicio de empresas trasnacionales. No. La ética, entendida dialécticamente, es praxis: es la encarnación de la verdad en condiciones históricas concretas; es la conciencia activa de los pueblos que luchan por su derecho a narrarse, pensarse y soñarse sin la tutela de los amos del sentido. Y, por eso mismo, defender esa ética implica una confrontación directa con los dispositivos de dominación simbólica.

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Su burguesía no se limita a expropiar plusvalor, además expropia el sentido. De ahí que la ética en la comunicación sea intolerable para el sistema dominante. Porque desenmascara. Porque disuelve las ficciones rentables. Porque organiza conciencias. Porque denuncia los crímenes semióticos en el uso delincuencial de la comunicación. Los monopolios mediáticos han perfeccionado un arte de la agresión simbólica que ya no sólo necesita balas, añadió algoritmos, titulares, influencers y cámaras. Es un uso delincuencial de la comunicación, una y otra vez. La mentira planificada, la calumnia selectiva, la desinformación masiva como prácticas estructuradas que sirven a una estrategia mayor: destruir a los sujetos críticos antes de que articulen fuerzas transformadoras.

Tienen pavor a la ética en la comunicación desarrollada por los pueblos desde sus luchas, porque se convierte en programa de acción colectiva, en amenaza estructural a la maquinaria del discurso dominante. De ahí que sus defensores sean caricaturizados como “populistas”, “radicales”, “dogmáticos” o “enemigos de la libertad de expresión”. La táctica es clara: criminalizar la ética para legalizar la mentira.

Han desplegado la persecución en formas, etapas y actores muy diversos. Algunos con mascaradas académicas. La persecución a los defensores de la ética comunicacional adopta muchas formas: Censura directa: despidos, cierre de programas, sabotajes técnicos, bloqueos en redes sociales. Difamación sistemática: campañas de desprestigio, fabricación de pruebas falsas, ridiculización pública. Cooptación simbólica: compra de voluntades mediante prebendas, premios, posiciones académicas. Aislamiento institucional: negación de fondos, exclusión de foros, boicots a publicaciones críticas.

Quien denuncia el carácter de clase de los medios, quien exige políticas públicas de comunicación democratizadoras, quien propone medios populares y formas de educación mediática emancipadora, se convierte en blanco. Es la nueva caza de brujas, pero mediática. Los inquisidores ya no usan capuchas ni torturas físicas: usan pantallas, encuestas y algoritmos. Es parte de un Plan Cóndor Comunicacional extendido.

Así lo vivimos hoy en América Latina, y buena parte del mundo, no es un fenómeno aislado. Forma parte de una guerra mediática transnacional. Una reedición de todas las persecuciones disfrazadas donde se organiza una arquitectura de intervención semiótica que busca destruir los procesos de conciencia y organización popular. Toda lucha por una ética de la comunicación desde los pueblos es asediada material y simbólicamente. Y que toda voz ética que confronte al capitalismo mediático será marcada como “enemiga pública”. ¿Qué otra cosa es sino persecución cuando se congela la voz de sus protagonistas, se cierra toda comunicación, se descarga el castigo de la indiferencia, se cierran medios comunitarios, espacios de investigación académica, se criminaliza a periodistas populares o se demoniza a líderes que hablan el lenguaje de los pueblos?

Desde nuestra filosofía de la semiósis entendemos que toda ética verdadera surge de la conciencia histórica de clase. No hay ética fuera de las relaciones sociales. No hay comunicación sin contradicción. Por eso, la ética comunicacional debe asumir su carácter militante, combatiente. No es neutral: está del lado de los oprimidos. La persecución a los defensores de la ética no es un accidente; es una fase del proceso capitalista de control de la subjetividad. Pero también es síntoma de su crisis. Cuando el sistema necesita mentir más, perseguir más, distorsionar más… es que la verdad lo acorrala.

No basta con denunciar la persecución. Hay que organizar una contraofensiva ética-comunicacional a escala continental. Algunas tareas urgentes: Consolidar medios populares con autonomía organizativa y capacidad de formación política. Formar comunicadores éticos que comprendan el papel histórico de la comunicación como forma de lucha. Desarrollar pedagogías contra-hegemónicas que enseñen a leer críticamente los medios y sus dispositivos. Promover legislaciones antimonopólicas que democratizan el acceso a frecuencias, plataformas y recursos. Crear redes de defensa internacional de periodistas, medios y comunicadores populares perseguidos. Militar en la ética como acción colectiva, no como moralina individualista.

La comunicación no puede seguir siendo una mercancía. La ética no puede seguir siendo un adorno de eruditos o sotanas. O reconstruimos el tejido semiótico de nuestras luchas, o el capital continuará fabricando realidades a su medida. Defender la ética en la comunicación es, hoy más que nunca, un acto revolucionario. Es levantar la dignidad de los pueblos frente a la invasión de sentidos prefabricados. Es reapropiarse del lenguaje, de la memoria, de los símbolos. Es asumir que la verdad es colectiva y que el derecho a decir no puede ser monopolizado por las corporaciones del discurso. La persecución a quienes sostienen esta ética —desde radios comunitarias hasta filósofos marginados, desde jóvenes tiktokers con conciencia crítica hasta docentes que enseñan a leer el mundo— es prueba de que algo se mueve. De que el monstruo tiembla. Necesitamos una ética que no se arrodille. Una ética militante. Una ética organizada. Una ética combatiente.

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Fernando Buen Abad Domínguez es mexicano de nacimiento, (Ciudad de México, 1956) especialista en Filosofía de la Imagen, Filosofía de la Comunicación, Crítica de la Cultura, Estética y Semiótica. Es Director de Cine egresado de New York University, Licenciado en Ciencias de la Comunicación, Master en Filosofía Política y Doctor en Filosofía. Miembro del Consejo Consultivo de TeleSUR. Miembro de la Asociación Mundial de Estudios Semióticos. Miembro del Movimiento Internacional de Documentalistas. Miembro de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad. Rector-fundador de la Universidad de la Filosofía. Ha impartido cursos de postgrado y conferencias en varias universidades latinoamericanas. Ha obtenido distinciones diversas por su labor intelectual, entre ellos, el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar que otorga el Estado venezolano. Actualmente es Director del Centro Universitario para la Información y la Comunicación Sean MacBride y del Instituto de Cultura y Comunicación de la Universidad Nacional de Lanús