Nunca antes unas elecciones como las que acaban de ocurrir en la tierra caribeña. El partido de la Revolución Bolivariana ha convocado a consultas electorales internas de primer grado en medio de una confrontación contra Estados Unidos que ha marcado la historia política del continente.

La democracia directa, de primer grado, se ha transversalizado en la sociedad venezolana y esta lectura debe ser una guía para entender las implicaciones de este suceso.

Que las bases de la militancia chavista hayan elegido a sus voceros de manera directa, implicando todos los cargos de elección popular de la estructura del Estado es un primer paso hacia un nuevo tipo de relación entre el elector y las autoridades.

A diferencia de los procesos políticos anteriores, en donde la dirigencia del partido designaba a los candidatos en consultas internas, esta vez el huracán de la voluntad popular ha colocado sus mejores esperanzas en una diversidad de representantes de esa misma voluntad. 

El cambio es fundamental. De alguna manera la dirigencia del partido se ve involucrada en un nuevo proceso, astringente y fresco con las bases electorales, que han puesto las cartas en la mesa.

Esta vez, esa misma dirigencia tiene que encontrar las nuevas maneras y las aperturas suficientes para dar camino a esa voluntad popular sin fracturarse en el intento. Un nuevo liderazgo que es a su vez cambio generacional y relevo de testigo. 

No es un hecho casual ni caprichoso. En algunos casos el voto castigo se convirtió en una herramienta popular para cortar de raíz gobernanzas locales que no han podido satisfacer las necesidades del pueblo. En otros, sirvió para dar voz a nuevos rostros y nuevas alianzas.

Lo cierto es que la estrategia central de renovación ha funcionado. Se ha electrificado la política, y como una bebida energizante la militancia del partido de Hugo Chávez parece enseñar el rostro a una oposición debilitada y apaleada por el fracaso de Guaidó.

Pero, quizás lo más relevante de estas elecciones ha sido el manejo de la información a través de las redes sociales. Efectivamente, la cyberpolítica ha sido la gran protagonista de la campaña, ante las limitaciones de propaganda delimitadas por el PSUV pero también como consecuencia de la crisis económica y la guerra de baja intensidad liderada por Estados Unidos.

Unas elecciones que han sido teletransmitidas no por los medios oficiales ni los no oficiales —sin olvidar a los medios internacionales— que hacen vida en el territorio: esta lección de democracia ha sido difundida y masificada por los mismos electores. 

Y es que la sorpresa era totalmente inesperada. Nadie podía vaticinar que los principales productores de contenido, banners, fotografías, videos y memes fuera el pueblo venezolano. La ola de contenidos para internet que ha generado el chavismo en estas elecciones demuestra la alta politización del venezolano pero también el uso activo de herramientas de producción digital en la actividad política.

A pesar de la invisibilidad con la que someten a Venezuela no hay manera de tapar esta actividad en la socialmedia, y el riesgo para el imperialismo es evidente. El modelo de democracia venezolano no pierde vigencia ni se vuelve obsoleto. Lo contrario, se vigoriza y transmuta en una nueva fuerza que absorbe las nuevas necesidades sociales, las nuevas causas y los nuevos modelos de organización social. 

Las transmisiones en vivo, los comentarios y las opiniones, las posturas y los recorridos quedan en la internet. Las diversas fases de intimidad, las vinculaciones de una elección entre la ciudadanía y sus representantes son material para el estudio.

La democracia venezolana da un paso adelante y se convierte en ejemplo mundial. Y apenas estamos empezando.