“Frida se pinta a sí misma”…

© Por Pablo Virgili Benitez

Amanece en Coyoacán y Frida se mira al espejo, a su lado están las sabanas mojadas de una noche insaciable, la primera mirada de la mañana que se da de sí misma le demuestra la soledad que vive. El sol entra por la ventana e ilumina la oscuridad del cuarto y los rayos de luz se reflejan entre las cejas abundantes de su frente. Se pone el vestido blanco que cubre sus cicatrices de guerrera de la vida, y se hace un moño en el cabello adornado por rosas rojas. Se llena de aretes y gangarrias para maquillar su belleza incipiente, pero piensa que lo que realmente le gusta lo lleva por dentro. Se para frente al lienzo que aún no termina desde la noche anterior, porque la venció el sueño y los tragos de tequila, la enésima infidelidad de su marido la retuercen de lágrimas. Toma el pincel con su mano y siente una sensación amarga e inocua, no sabe que movimiento hacer para reflejar en un cuadro lo que siente; decide dar trazos rápidos de colores intensos. Pinta y pinta Frida y no sabe lo que pinta, si sus sueños o sus pesares, sus alegrías o sus tristezas; pero pinta Frida; es lo único que la mantiene intensa y aferrada a la vida. Es el último cuadro que pinta, y en él dibuja su vida entera, retrata su realidad de siempre, la misma que la detuvo y agredió en varias oportunidades, y la misma que la abrazó y le sonrió siempre. Da el último brochazo, toma una pluma abre su diario y escribe: “espero una salida feliz, y espero no volver jamás”, bebe su último trago de tequila; sudan sus manos cargadas con un revólver justo al lado de su frente, intenta disparar pero no puede; aún se aferra a la vida. Días después abatida por el dolor, muere en un hospital dejando entre sus cuadros y poemas pintados entre colores lo que siente. Frida se pinta a sí misma, y por última vez sonríe desde el lienzo infinito del arte.

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