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    Jihad ha escalado a la altura de una ventana del hospital donde moribunda descansa su madre. Dijeron que ya no la vería en los últimos minutos de su vida y fue suficiente para saltar cualquier obstáculo.

 La angustia y el desamparo frente a la vida y la muerte, en la pandemia.

Jihad ha escalado a la altura de una ventana del hospital donde moribunda descansa su madre. Dijeron que ya no la vería en los últimos minutos de su vida y fue suficiente para saltar cualquier obstáculo. O el más grande, el de las prohibiciones por la pandemia que azota al mundo, no habrán despedidas.

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No se cómo alcanzó el alero, hizo equilibrio y logró acuclillarse consumido de dolor ante la imagen fatal, perfectamente enmarcada en la ventana. Ovillado por la falta de espacio y la necesidad de que sus piernas le apretaran el corazón, en su propio abrazo, el único que tendría. Mantiene la vista fija en la cama a través del cristal. Cede poco a poco las rodillas hasta que logra sentarse, necesitaba un soporte para ver el final de su madre, en esta vida.

Medita. Frente a sus ojos húmedos, pasa la existencia compartida. Todo lo que esta mujer hermosa dio y cuánto ella misma luchó para criarlo. La ve sonriendo, dándole un pescozón por su infantil travesura. Siente su voz en el consejo cómplice y esa manera de entornarle los ojos cuando adolescente, lo veía llegar.

Al otro lado la enfermera se inclina sobre la cama, logra decirle algo, quizá “tu hijo está en la ventana”. Podría existir un nivel racional durante el tránsito, en el que Jihad confía que ella sepa que no está sola. Reza. Alguien que está abajo, eterniza la estampa con ternura, por los cientos de miles que no pudieron despedirse.

La foto que recorre el mundo, del joven palestino Jihad Al-Suwaiti, nos acerca al dolor de tantos que no dijeron adiós. Una pandemia mata dos veces, al enfermo y al ser querido que espera una llamada. Cuando después de una semana suena el teléfono, un número desconocido es igual a un mal presentimiento. Hasta ese minuto has confiado en un milagro, en las reservas de su organismo, en Dios o en todo junto.

Tantas historias. “Mi padre tuvo que ser enterrado como un animal, o un perro. Es una falta de respeto a la gente. No lo he visto en mucho tiempo, mientras estuvo en Cuidados Intensivos y ni siquiera por última vez”.

“Solo Dios puede darnos fuerza. Él quería que lo enterraran solo y lo han puesto en una fosa común”. Cuatro trabajadores bajan los féretros, mientras que algunos familiares desgarrados, contemplan la inverosímil situación. Algunos reaccionan y fotografían el lugar exacto donde yace su amado difunto. Mientras tanto, otro clava una estaca de madera en la tierra brasileña, volcada en grandes volúmenes sobre el hueco donde
descansan los muertos.

La cruz sirve para colgar la corona de flores con su nombre, que pronto se perderá cuando sople el viento, porque allá abajo yacen todos juntos convertidos en números.

Estamos aprendiendo a vivir con el virus, que deshace costumbres y familias. Asimilando el espacio que dejó el ser amado, tras colgar el teléfono con la noticia fatal. Sin poder hacer nada más, ni un lugar para despedirlo o recibir abrazos de los allegados.

Las emociones atormentan en el confinamiento, por la manera en que nuestros seres queridos acaban sus vidas. Por lo regular solos, aunque en hospitales atestados. Un personal sanitario en total agotamiento e igualmente desconcertado, no alcanza a apretarles ni las manos, en el último suspiro.

No es opción aplazar el duelo

"Las emociones necesitan siempre ser expresadas y más cuando son tan intensas. Pero realmente se necesitan manifestar ante otros seres queridos y esto es algo que ahora mismo no se puede hacer", comenta Javier Barbero, portavoz del Colegio de Psicólogos de Madrid (COP).

“Son muchas las preocupaciones y dudas que pueden tener las personas, acerca de cómo afrontar situaciones familiares”, expresa el doctor en Ciencias Psicológicas, Manuel Calviño, referente actual dentro de la psicología cubana, quien habla sin tapujos ante situaciones extremas que ha impuesto la pandemia.

Enfermedad, muerte, trabajo, pareja, hijos. Todo en condiciones de aislamiento sanitario, de convivencia sostenida. “Emergen ansiedades, temores, conductas no habituales, y es necesario saber qué hacer en cada caso. Y la Psicología puede ser un gran aliado en el empeño”, refiere.  Por medio de servicios montados sobre WhatsApp, los interesados pueden recibir orientación psicológica profesional sobre cualquier tema que lo agobie.

La máster en Ciencias, Fernanda Zulueta Gómez, jefa del Grupo Provincial de Psicología, insta a la familia espirituana vulnerable, a tramitar a través del 103. Al mismo tiempo podrán canalizar por teléfono, los casos de aquellos pacientes que habitualmente se tratan en los Centros Comunitarios de Salud Mental.

Las restricciones de los ritos funerarios, para evitar que se propaguen contagios en los velatorios, " implica que a largo plazo las personas se puedan ver aquejadas de síntomas de depresión, ansiedad, estrés postraumático o duelo prolongado, lo que afectará a su salud física y mental", comenta.

La epidemia es percibida como un evento vital estresante, una situación amenazante para todos. Hipocondrías, el insomnio, los temores, o incluso crisis de ansiedad, son comunes en medio del aislamiento, el distanciamiento físico, el cierre de escuelas, el trabajo.

Frente al desafío, es natural sentir estrés, ansiedad, miedo y soledad en estos momentos. Ante la infección por SARS-CoV-2, sean casos confirmados o sospechosos, pueden experimentar temor a presentar una infección con un nuevo virus potencialmente mortal, y aquellos que se hallan en cuarentena, sentir aburrimiento, soledad e ira, señala un estudio de la Academia de Ciencias de Cuba.

Y cita que en China fueron identificados “tres grupos de riesgo siguiendo la morbilidad psicológica durante y después de la Covid-19: 1) personal y profesionales de la salud; 2) individuos que como resultado de estas crisis ya han sido expuestos a eventos traumáticos, tales como afectaciones o pérdidas entre sus seres queridos, amenazas a su salud u otras áreas vitales de sus vidas, estudio y trabajo; 3) personas con diferentes cuadros psicopatológicos preexistentes, en especial trastornos psiquiátricos severos”.

Otra particularidad en esta epidemia se asocia a la percepción y el procesamiento de la información. La OMS ha identificado la infodemia, como el peligro de la desinformación durante la pandemia o la sobreabundancia informativa de noticias falsas (fakenews) y maliciosas. Todo incrementa la impotencia, la confusión y
disminuye las defensas inmunológicas frente a un proceso viral.

Los individuos que seremos después, debemos apreciar ahora la ayuda psicológica, como  potenciador del bienestar humano y la preparación psicológica para la readaptación y retorno a la cotidianidad. Todos tendremos un antes y un después.

La vida siempre es un riesgo

Una mujer ecuatoriana dice que ahora le puede dar una “muerte digna” a su esposo. Ya lloraron, ahora por fin lo pueden enterrar, aunque nunca quiso ser cremado. Imágenes perturbadoras de la ciudad de Guayaquil, con muertos en las calles o familiares pernoctando fuera de su vivienda, tras cuatro días con el muerto en casa sin que ningún servicio funerario se encargue. El hospital no lo asumía, decían que era el Gobierno que tampoco.

Y entre tanta confusión, algunos fueron quemados en plena calle, centenares resultaron extraviados y decenas de víctimas esperan ser identificados por sus familias.

Recientemente dan cuenta de que unas 60 personas muertas fueron reservadas en Madrid sin que nadie reclamara sus cuerpos, hasta que han decidido enterrarlos. Donde el ciclo parece cerrarse, se abre otro cada vez más difícil. Mientras la burocracia está de receso, las personas comen y pagan deudas.

En algunos lugares han iniciado campañas para proteger a la viuda o el viudo. “Hay casos muy sangrantes, porque hay padres que han tenido que acoger a sus hijos, obligados a dejar su piso de alquiler, y la economía familiar no aguanta ese peso”. Por eso, denuncia Marcelo Cornellé, de la Asociación de Mayores en España, también están donando alimentos a asociaciones y ONG`s que se encargan de repartir comida
entre los más necesitados.

La Seguridad Social, si la tuviera, les bloquea la pensión del marido, dejando a la viuda sin recursos. La Organización Mundial de la Salud afirma que los hombres constituyen el 59 por ciento de las muertes por coronavirus en Italia, el 68 por ciento en México y el 77 por ciento en Tailandia, lo que seguramente deja a decenas de miles de mujeres privadas de todo o parte del soporte familiar y socioeconómico. Por lo que señala la necesidad social de la inclusión al trabajo, durante y después la actual etapa.

Esto ya sucedió en pandemias pasadas. Con el VIH / SIDA y el ébola, a menudo se les niega a la pareja, los derechos de herencia, se les arrebata sus propiedades o pueden ser objeto de estigma. La discriminación contra la mujer es evidente. Tienen menos posibilidades que los hombres, de salarios y acceso a pensiones de vejez, por lo que la muerte de un cónyuge puede conducir a la indigencia de las mujeres mayores.

No tienen acceso pensiones, necesarias pagar la atención médica o para mantenerse a sí mismas y a sus hijos. No solo pierden a un compañero en la vida, sino que son invisibilizadas frente a sus derechos. Ni qué decir de las madres solteras, totalmente vulnerables a la pobreza.

Estrés postraumático

La crisis social cotidiana ha sido agravada por la pandemia y no todos respondemos ante ello con una capacidad de adaptación rápida, que aminore los daños emocionales.

La violencia marca nuestros días. El virus mismo es la primera agresión. A algunos, obligatoriamente los detiene y estresa. A otros, los cataliza el reto de la sobrevivencia. A todos, nos coloca en situaciones de riesgo físico y de delicada salud mental.

Quienes han estado durante cuatro o cinco meses en “zonas rojas”, no han lidiado con la muerte como en un día común. Las redes sociales han mostrado historias de médicos y enfermeros en total desespero. Evidencia de la escasez de profesionales de la salud, de recursos, el daño psicológico del personal sanitario.

Limitaciones con los ventiladores mecánicos, medicamentos y vacuna, han hecho que el sistema sanitario de muchos países prácticamente haya colapsado y esto aún no termina.

Sin velorio

Los ritos funerarios son expresión de la diversidad cultural en la despedida. En todos los casos, muestra de admiración, amor y respeto por una vida.

En la tradición andina, se cree que las personas tienen siete almas y todas van a lugares diferentes cuando la persona muere. Una de ellas, queda en el cráneo que algunos conservan en casa y visita a través de los sueños con el fin de proteger a los seres queridos.

En el pueblo malgache de Madagascar, la muerte no es para siempre. Por eso, alguna vez después del velorio, celebran “La Famadihana” y es cuando abren las tumbas, para que los difuntos envueltos en sudarios, se bañen al sol, mientras su familia baila. En Ghana -país del África Occidental- la gente quiere ser enterrada en un ataúd que represente su oficio, deseo o pertenencia apreciada. La imaginación se desborda.

Para la sociedad aborigen del norte australiano, el rito mortuorio es el momento de expulsar el espíritu del cuerpo. Mientras transcurre el ritual, se fuma, se come y se danza alrededor de los restos mortales, de quien descansa sobre las ramas hasta su descomposición.

Por lo pronto, casi nadie ha podido realizar, ni supervisar el rito funerario. Como en 'Lincoln en el Bardo', la novela de George Saunders, donde los funerarios “te vestían como querían, te cosían y te pintaban según hiciera falta”. Parte de nuestra realidad, es resaltar la nobleza física del difunto, que apreciaríamos sin lugar a dudas, en el velorio. El día de la gran despedida.

Durante la pandemia, los velorios se esfumaron como la vida. En cuestión de horas, han partido y quedado sepultos. La agonía de ellos, ha sido seguida de la angustia nuestra. Y el final utópico, en el que alguna vez todos pensamos, ha pasado a ultratumba. Queda una inmensa amabilidad en relación a la vida que se fue, la misma con que Saunders trata a sus personajes.

Allí en el Bardo, donde el budismo tibetano coloca a las almas que se encuentran en tránsito de la vida terrena a otro lugar. Equivalente al limbo entre los católicos o la nada agnóstica.

Un lugar de paso para las almas perdidas que se fueron sin despedida. A quienes alcanzamos alguna última vez a decirles te amo. Justo lo que Jihad consiguió, con su presencia y rezo -no sé cuál- escalando una ventana.


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