Somos soldados

El hombre cautivaba. Me pasó la primera vez que lo vi en Mar del Plata, en el 2005. Estaba parado ante el estadio lleno, citaba a Eva Perón, hablaba de Francisco de Miranda. Llovía, había viento de mar, y él ahí, en una clase magistral de historia. Yo empezaba a militar, él ya había enfrentado todo lo que descarga un imperio cuando quiere una cabeza. Ese día me hice chavista, sin saberlo todavía. No fui el único, fuimos miles. Había algo en su palabra, el tiempo histórico que cargaba, la certeza que ofrecía. Verlo en Caracas fue una potencia impactante: recuerdo la avenida repleta, la espera, la alegría. Cuando de repente, desde lo alto de un camión, apareció, y el fervor fue unánime, fascinante. Era él. El hombre, ya mito.

Era necesario un liderazgo de esa magnitud para encauzar la crisis orgánica venezolana en una desembocadura revolucionaria. El país era una superposición de fragmentos, derrotas, luchas acumuladas, voluntades movilizadas sin saber por dónde, una radicalidad desatada en el 89. Las izquierdas en sus diferentes formas eran pequeñas, “no había trabajo de masas, estaban congeladas las luchas populares”, explicó Chávez. ¿Las condiciones subjetivas y objetivas estaban ahí? Faltaba quien reuniera a su alrededor lo disperso y rabioso. Dijo que sería él. Lo fue.

Se construyó como presidente, jefe de Estado, de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (Fanb), de un movimiento histórico, de un partido político, un pedagogo de masas, estratega político, teórico. Un líder carismático como dice la sociología. De esos que asustan en culturas políticas como las europeas, ocurren cada ciertas décadas en nuestro continente y quiebran la historia, le dan nombre político a la lucha de clases, refundan.

No se puede entender el chavismo sin los roles del liderazgo. Tanto en el orden del gobierno, cívico-militar, como conductor del movimiento. Era quien equilibraba las partes, las diferentes miradas, podía contener las peores tendencias y empujar hacia el avance del proyecto cada vez más hacia la izquierda. Y ganaba elecciones, hasta la última, en una condensación de mística pocas veces vista. Su última victoria convocó a un continente. La derecha, el imperio, no pudo con él.

Esto es racional, un análisis político. Chávez era más que es eso: encarnó figuras de padre ausente, hermano, amor, deseo. Sigue entre la gente. Velas, rezos, altares, pasiones, todo eso es Chávez.

Su muerte trajo un vacío. No podía ser de otra manera. La necesidad de construir otro liderazgo que no existía fue inmediata. Por las lógicas del chavismo en sus diferentes dimensiones, y por la violencia de la guerra que se venía ensayando y se desató con furia. La estrategia del enemigo hubiera sido otra en caso de estar vivo. Pensaron que bastaría un empujón y se equivocaron. Chávez siguió como elemento aglutinador, fuerza de resistencia que opera hasta el día de hoy.

¿Cómo se lo remplaza? Cómo se reconstruye un liderazgo de gobierno, Estado, movimiento, internacional, en la Fanb, en la pedagogía de masas. Esas fueron tareas que debió asumir Nicolás Maduro, y, se sabe, la conducción no se decreta, se gana y se ejerce. No en cualquier contexto sino en este, marcado por la frontalidad de los ataques que empujaron la economía hasta sus límites y desataron tres intentos de asalto al poder político por la fuerza en cuatro años. Maduro heredó un acumulado histórico a la vez que problemas que se habían gestado desde antes, y aprovecharon la ausencia de Chávez para arrancar todavía más pedazos de lo alcanzado. La corrupción, por ejemplo.

Maduro no es Chávez. Es una evidencia y un absurdo pretender lo contrario. Ni tampoco existe madurismo, una operación diseñada por el enemigo para quebrar lo que no se rompió. Se puede decir que Maduro se fortaleció en su capacidad de dirección al interior del chavismo. El caso más claro fue su convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente cuando el país parecía adentrarse en los caminos del enfrentamiento sin retorno. Fue él quien redireccionó ese escenario de manera democrática, demostró nuevamente su capacidad de estratega en la confrontación contra el otro. Maduro es mejor que la dirección enemiga en el conflicto, y el chavismo todo cierra filas alrededor suyo para garantizar la unidad y las batallas estratégicas. Soldados, como dijo Maradona en los días críticos.

¿Cuánto se le puede pedir al liderazgo? Maduro no es el chavismo, el chavismo son muchos actores en simultaneo, partes de un todo. Descargar el bien y el mal en una sola persona conlleva una reducción de análisis, que se hizo parte de la cultura política chavista. ¿Qué debería hacer cada parte? ¿Qué rol deben cumplir los partidos, movimientos, comunas, Fanb, intelectuales? La arquitectura chavista no se explica ni se sostiene con un esquema de análisis centrado en el liderazgo. Un error que alimenta la misma lógica comunicacional oficial, que centra todo logro -y desconoce todo problema- alrededor de Maduro, como una campaña electoral permanente, una necesidad casi de forzar la instalación de su liderazgo.

Es necesario construir el liderazgo, ese que trae junto a sí la autoridad. En particular en una época donde se perciben vacíos de autoridad en Venezuela, falta de orden dentro de una guerra escondida, que ha desatado las tendencias negativas que el chavismo había arrinconado -lo malo nunca desaparece del todo: especulación sobre la necesidad del otro, sálvese quien pueda, injusticias transversalizadas. Se precisa esa autoridad en una sociedad que se formó en la manera Chávez, que combinaba la fuerza con la comprensión, la primera con el enemigo, la dirección que lo rodeaba, la segunda con el pueblo pobre, hacedor del proceso estratégico.

Maduro consolidó su conducción en filas del chavismo, un movimiento heterogéneo, policlasista, donde está desde el campesino, el indio, el marginado de la ciudad, hasta el nuevo empresario. Su designación como próximo candidato presidencial no fue cuestionada de manera pública. También es cierto que su autoridad ha sido golpeada aguas abajo, en el común sin pasión política, en quienes también dentro del chavismo se han alejado, desilusionado, rebuscan las formas de enfrentar el retroceso económico. Por la misma realidad de la incapacidad demostrada hasta el momento de revertir la tendencia económica, porque Maduro ha sido blanco central de los ataques comunicacionales nacionales/mundiales, porque se ha efectuado un distanciamiento entre el presidente -y la dirección- con el lenguaje cotidiano. Las calles hablan cada vez más otro idioma, o al revés. Esa distancia pesa mas a medida que las condiciones materiales empeoran.

El chavismo necesita liderazgo, autoridad. El país también. Fue por una capacidad de tracción titánica que se logró avanzar en un proceso revolucionario que casi nadie hubiera pronosticado. Esa capacidad aglutinadora y orientadora era Chávez. Esa ausencia no es remplazable con la misma fórmula que hizo a Chávez. Una parte de las respuestas están en el presidente, otras en los muchos chavismos que somos.

¿Todos somos Chávez?

Marco Teruggi