¿Quién construye el otro poder?

El estacionamiento recuperado quedaba en plena Caracas, donde se cruzan La Vega y El Paraíso, barrio y clase media. Habían instalado una carpa grande, los turnos eran día y noche, hablaban de autoconstrucción de viviendas, que allí, en ese asfalto manchado de aceite iban a construir más que edificios, comunidad. Había muchas mujeres, jóvenes, pura gente del cerro, arrecha. Esa fue mi primera imagen de Caracas, abril del 2011. Siete años después están los departamentos, una placita central con busto de Chávez, comedor y sala de formación. Quienes tomar el terreno construyeron su techo con trabajo voluntario. No tenemos que desclasarnos, repetían siempre.

En el mes de mayo de ese mismo año comenzó la Gran Misión Vivienda Venezuela, que en siete años entregó 2 millones de viviendas. De ese total una parte fue construida por el Estado, otra por privados -nacionales o extranjeros- y otra por la organización popular, centralmente consejos comunales y comunas, y, en algunos casos, por un movimiento popular en batalla contra el latifundio urbano, el Movimiento de Pobladores y Pobladoras, que estaba en ese y otros terrenos de Caracas.

Así como era necesario un partido unificado, también era claro que la revolución no cabía en una sola herramienta política/organizativa. Chávez explicaba al fundar el Psuv: “los movimientos sociales, es muy importante, porque más allá de los partidos hay unas muy poderosas corrientes sociales, que no están en ningún partido, sino que tienen su propia identidad, hay que respetarlos, estudiantes, jóvenes, mujeres, que tienen sus liderazgos naturales (…) hay que ayudar a impulsar esos movimientos, enlazarnos con ellos, para conformar la gran alianza patriótica”. El plan no era un socialismo de partido único.

Se multiplicaron movimientos en los años del proceso. Algunos nacieron de una política de gobierno, otros por iniciativa del chavismo alzado, cuadros con experiencias anteriores. Era poco el acumulado anterior al inicio de la revolución: existía una potente movilización, radicalización subalterna, y poca organización. La mayoría de los movimientos que se formaron a partir de 1999 lo hicieron de manera local, es decir en un solo territorio, sectorial, con eje único de desarrollo, y con lógica del financiamiento estatal, debido a que, efectivamente, existía un llamado y apoyo institucional. Le dio al chavismo una dimensión plural, salvaje, a la vez que dependiente del Estado.

Así como Chávez presionaba para que el Psuv fuera partido de la revolución y no partido electoral, también lo hacía con los movimientos, la necesidad de pasar de lógicas reivindicativas “a una fuerza política capaz de impulsar las transformaciones estructurales y superestructurales”. Toda forma organizativa tenía que ver con objetivos según las etapas: partido, organización popular, movimientos populares/sociales/colectivos.

Chávez ideó una arquitectura de políticas de gobierno para abrir compuertas, mediaciones para avanzar. El esquema podría explicarse de la siguiente manera: el Estado crea condiciones, el partido de la revolución unifica vanguardias, garantiza elecciones, aporta al desarrollo de la transición, los movimientos populares centran su quehacer en la construcción de poder popular, en convertirse en herramientas en sí mismos, y pueden participar en elecciones -vía o no Psuv- y gestiones estatales. El objetivo estratégico no es ni el partido, ni los movimientos, ni las gestiones, es el proceso de recuperación del poder en manos del pueblo organizado, la organización popular que Chávez condensó en la forma comunal. Cuando puso al Estado comunal como horizonte, la pregunta fue entonces: ¿quién impulsará/acompañará ese desarrollo? Ahí estaba la necesidad de los movimientos.

“La tarea revolucionaria no la hacen sujetos subordinados, dependientes o prebendarios de las estructuras institucionales tradicionales, ni de los partidos políticos gobernantes y sus líderes. La realizan sujetos autónomos del campo popular: movimientos sociales, movimientos indígenas, partidos de izquierda, organizaciones territoriales, referentes de comunas y comunidades…A ellos corresponde crear, construir, sostener y profundizar otro poder, el poder popular”1, analiza Isabel Rauber.

Algunos movimientos populares volcaron gran parte de sus esfuerzos en el desarrollo comunal. Es el caso de la Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora, y la Fundación Alexis Vive. Allí se dio la mayor acumulación, los movimientos, con estructuras, experiencias previas, apostaron al proceso de organización comunal urbano o rural en ascenso. Crecieron tanto los movimientos como tal, como las comunas que acompañaron en su desarrollo. Se puede rastrear desde el barrio 23 de Enero, en Caracas, hasta las zonas fronterizas de Apure y Táchira, donde se encuentran experiencia consolidadas, con autogobiernos, economías sociales, avances hacia el horizonte planteado. Es parte del acumulado comunal, que también fue obra de la iniciativa de comuneros y comuneras que se organizaron sin esperar a nadie, lo hicieron con sus experiencias anteriores y las líneas rectoras de Chávez.

No fueron muchos los movimientos que se plantearon/pudieron ampliar su desarrollo geográfico, organizativo, lograr financiamiento propio, capacidad de movilización, disputa de sentido, plantearse una estrategia de poder propia al interior de la unidad del chavismo. Por tracción de la burocracia hacia lógicas ministeriales de las cuales no se pudo/supo salir, como por dificultades de las mismas dirigencias de los movimientos. La mayoría se mantuvo en su territorio/barrio con su eje de desarrollo. La muerte de Chávez evidenció la limitación que eso representaba, no por el trabajo en sí -el caso de las viviendas es una muestra de esa potencia- sino por las barreras políticas, la dependencia del Estado para articularse y mantenerse económicamente.

Esa dificultad le dejó un flanco expuesto a la revolución. ¿Quién presiona para avanzar si la política campesina retrocede y se decide congelar el avance contra el latifundio? ¿Quién interpela públicamente a la burocracia, la corrupción, decisiones erradas, quién articula una política comunal, el desarrollo de la organización de las mujeres en los territorios, o presiona para poner en marcha mecanismos de fiscalización popular en un escenario de guerra? Hasta la fecha ha dependido más de ministerios que de la capacidad de los movimientos. Lo mismo sucede con la movilización callejera: es sostenida en gran medida por el llamado desde la institucionalidad, el partido, la presidencia.

El chavismo debía y debe tener una dimensión movimentista. Por la diversidad necesaria en la arquitectura del proceso, la no dependencia de la institucionalidad para profundizar. La perspectiva de socialismo comunal planteada por Chávez necesita de ese actor social y político que se expanda, y, en ese acto, desarrolle poder popular. Existen acertijos que deben resolverse en la cultura chavista, en la manera en la cual se aprendió a hacer política en las clases populares, que cargan con el peso de la necesidad estatal, los recursos materiales, junto con una lealtad en grandes batallas, y una irreverencia que las alejan de la burocracia y permiten pensar en formas que Chávez ponía una y otra vez arriba de la mesa como estratégicas.

Es necesario regresar a Chávez, reinventar formas del chavismo, acumular, disputar.
Razón y fuerza, esa era su clave.

Marco Teruggi