La periodista canadiense Naomi Klein acuño el concepto de Doctrina del Shock en su libro del mismo título para describir la estrategia neoliberal de aplicar de golpe todas las medidas económicas nada más llegar al poder. La implementación acelerada del recetario de ajustes, recortes y privatizaciones fue una de las principales recomendaciones de Milton Friedman y sus discípulos de la Escuela de Chicago a todos los gobiernos que asesoraron a partir de los años 60. Lo primero era destruir cuanto antes los sistemas socialdemócratas consolidados tras la II Guerra Mundial y sobre ese escenario de tierra quemada construir el edificio neoliberal.
El mayor obstáculo eran las previsibles protestas de las clases populares, cuyos niveles de bienestar iban a ser sustancialmente disminuidos a favor de la ampliación de la tasa de ganancia del capital. Las primeras experiencias neoliberales conducidas por Friedman y los suyos fueron el Chile de Pinochet y la Argentina de la Junta Militar, férreas dictaduras que reprimían con extremada crueldad cualquier tipo de disidencia. No valían como banco de pruebas. La opinión generalizada era que el neoliberalismo radical no se podía aplicar en una democracia.
Friedman defendió tenazmente la Doctrina del Shock. Consideraba utópica una implantación gradual de los ajustes. No se podía dar tiempo a las fuerzas populares de reorganizarse. Por el contrario, una terapia acelerada dejaría a la gente, precisamente, en estado de shock, exangüe y desorientada ante el súbito derrumbe de sus condiciones de vida. Los partidos de izquierda estarían también desnortados tras la derrota electoral y serían incapaces de articular estrategias eficaces de oposición. El sistema, argumentaba Friedman, estaba capacitado para asumir huelgas, manifestaciones violentas, represión e incluso muertos. Hasta se podían perder las siguientes elecciones, pero para entonces el tablero de juego estaría definitivamente reordenado a favor del capital.
Margaret Thatcher fue la primera en poner en práctica las teorías de Friedman en un contexto democrático. La Dama de Hierro fue inflexible a la hora de privatizar buena parte del potente sector público británico, cerrar minas, desmantelar el parque de viviendas sociales de alquiler, amputar la sanidad pública o reducir las ayudas estatales. Reprimió con inusitada dureza las manifestaciones de los trabajadores y emprendió una agresiva campaña para convencer a las clases medias de que los sindicalistas eran unos parásitos. En solo cuatro años, el peso del Estado en el Producto Interno Bruto se redujo en casi un 50% (del 10,5% del total al 6,5%). Cuando ocupó el cargo de primera ministra en 1979 la pobreza estaba en un 13,3%. Al abandonar el Gobierno, en 1990, el índice se situaba en el 22%. El sistema había sido completamente reconfigurado a favor del capital, el laborismo de corte socialdemócrata hizo su viraje ideológico al neoliberalismo y los sindicatos y el movimiento obrero estaban destrozados. Se había consumado el famoso acrónimo de Thatcher: T.I.N.A: There is no alternative: No hay alternativa… El éxito británico inició la expansión del neoliberalismo radical: el Estados Unidos de Reagan; la Polonia de Lech Walesa; Rusia bajo el mandato de Boris Yeltsin, Bolivia, Sudáfrica, los Tigres Asiáticos (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán)…
La Doctrina del Shock sigue en pleno vigor. La Europa del Sur es el último ejemplo. Siguiendo al pie de la letra otra de las indicación de Friedman, que recomienda aprovechar las convulsiones económicas para acelerar el tránsito al neoliberalismo, los gobiernos de Portugal, Italia, Grecia o Irlanda han utilizado la crisis actual para desmantelar sus ya de por sí precarios estados del bienestar.
En Argentina, Mauricio Macri ya ha comenzado la estrategia discursiva para justificar la implantación de medidas de corte neoliberal. El primer paso ha sido calificar la situación económica heredada como “catastrófica”. Es obligatorio, siempre según este relato, aplicar medidas contundentes y radicales. El símil médico se impone. El estado del enfermo es tan grave que el tratamiento tiene que ser contundente, un tratamiento de shock. La terapia provocará grandes sufrimientos en el paciente, pero es necesario asumirlos para lograr su futura mejoría. Sucede todo lo contrario. El paciente empeora. La justificación es que el ajuste no ha sido lo suficientemente profundo y, por tanto, hay que aumentar la intensidad de la cura. De nuevo el T.I.N.A. There is no alternative. No hay alternativa. Al final del proceso, lo más probable es que Macri pierda las siguientes elecciones, pero para entonces Argentina habrá vuelto al redil neoliberal. Lo que costó tanto tiempo y sufrimiento construir se desmantelará en unos pocos años.
La conclusión más interesante del libro de Naomi Klein es que la doctrina del shock es una estrategia sistémica y no una decisión que quede al arbitrio de cada gobernante. El neoliberalismo la aplica cuando recupera el poder, con independencia del perfil del ganador de las elecciones o las características del país. Conviene recordar esto de cara a los comicios legislativos en Venezuela del próximo 6 de diciembre. Hay cierta creencia extendida de que la derecha venezolana no podrá poner en práctica la terapia de choque si llega al poder. La conciencia popular fraguada en estos años de la Revolución Bolivariana no lo admitiría y los expulsaría bien por una rebelión o en las siguientes elecciones. También sostiene que en la oposición hay diferentes tendencias y que un candidato más moderado –por ejemplo, Henri Falcón, gobernador del estado de Lara, exchavista, un nombre que suena de forma insistente- realizaría una suave transición conservando los principales logros sociales, ante la imposibilidad de implementar una agenda plenamente neoliberal.
Se trata de un razonamiento bienintencionado pero totalmente erróneo. Como demuestra Klein, la doctrina de shock no depende ni de países ni de personas. Y es precisamente en Venezuela donde el tratamiento sería más rápido, más profundo y más intenso, puesto que es el paciente más enfermo, siguiendo con la metáfora sanitaria,. Es decir, al que más miedo se le tiene, el más contagioso y con el que más pronto hay que acabar. Esa misma concienciación social que esgrimen los bienpensantes –muchos de ellos predicadores de la abstención para dar un toque de atención al Gobierno de Maduro por su supuesta incapacidad para gestionar la mala situación económica- para argumentar la inviabilidad de la avalancha neoliberal en Venezuela, es precisamente la razón que utilizará el capitalismo para atacar con más dureza, más saña y más contundencia que en cualquier otro lugar.
La mejor trinchera para defenderse de este ataque, tal vez la única, es la victoria electoral. Mantener el control institucional es el arma más eficaz. Las urnas son la primera barricada de la resistencia. El primero que lo supo ver fue Hugo de Chávez, que antes de cada elección ya advertía aquello de “nos estamos jugando la vida”.