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El exmandatario renunció al gobierno el 11 de febrero de 2011, bajo fuertes presiones sociales, y entregó el poder a las Fuerzas Armadas de Egipto. (Foto: Archivo)

El exmandatario renunció al gobierno el 11 de febrero de 2011, bajo fuertes presiones sociales, y entregó el poder a las Fuerzas Armadas de Egipto. (Foto: Archivo)

Publicado 17 marzo 2014



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Apuesto, alto y con buena voz, el joven profesor Luis Villoro actuó en los primeros Entremeses Cervantinos de Guanajuato. Nunca perdió la actuación que los buenos profesores usan para convencer a sus alumnos. Sus clases de Filosofía de la Religión entre los cincuenta y sesenta tuvieron que desplazarse al Auditorio Justo Sierra para que cupiéramos.

Jovial y siempre amigable, Luis Villoro resolvía en sus cursos las contradicciones de su quehacer filosófico enfrentado a la modernidad racionalista. Tuvo el buen tino de remitirse a la primera revolución de Independencia para arribar a Los grandes momentos del indigenismo en México, todo como crítica a la religiosidad de juventud que hizo de su hermano Miguel, una figura respetable entre los jesuitas de la Universidad Iberoamericana.

En la serie de historias de la filosofía obligatorias para los estudiantes de la especialidad en la UNAM, él tomó el Renacimiento y su humanismo. Muchos años después, titularía un libro Creer, saber, conocer para poner en crisis la dialéctica entre la fe y la razón.

El EZLN y el comunitarismo consiguiente lo deslumbraron por su arraigo en el saber no racionalista ni académico y por sus prácticas comunitarias. Fue favorito del EZLN y el Subcomandante Insurgente Marcos lo hizo su interlocutor. Su correspondencia ignoró las particularidades de sabios tan poco frecuentados como Pomponazzi y otros renacentistas fundadores de la modernidad crítica y reflexiva distinta a la fe.

Estudió en Alemania y formó parte del Grupo Hiperion que tuvo a José Gaos, el ex rector de Madrid transterrado a México, como promotor de lo que llamó normalización filosófica, en especial con el seminario sin fin sobre Heidegger y las lecciones sobre Husserl. La Facultad de Filosofía fue su campo de acción para influir en otras instituciones como el Colegio de México.

El brillante e incumplido Emilio Uranga, por ejemplo, fue el primero en enseñar a Wittgenstein; Ricardo Guerra, ágrafo, dirigió la Facultad, fue Consejero Universitario y enseñó como nadie a Kant; Jorge Portilla se alejó de los puestos institucionales y escribió Filosofía del relajo, que la maledicencia redujo al relajo de la filosofía.

Lo mexicano frecuentado por Samuel Ramos, maestro aparte, fue ampliado a lo americano por Leopoldo Zea quien escribió mucho, organizó congresos, coloquios y agrupaciones y acumuló doctorados honoris causa de todos lados, fue funcionario y también dirigió la Facultad. Villoro ganó reconocimientos y fue clave para la fundación de la Universidad Autónoma Metropolitana y la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Hasta la Real Academia Española lo tuvo con carácter honorario, honor muy merecido por su elegante prosa.

Los conflictos universitarios lo hicieron participar en asambleas del Consejo Estudiantil Universitario y se sumó al grupo de eméritos que llamaron a terminar la huelga más larga en la historia de la UNAM. Apoyó al EZLN asistiendo a encuentros sin aceptar trato especial y firmó, con más de 20 premios nacionales diversos, el reclamo a la Suprema Corte de Justicia para derogar la reforma energética.

En 1974, año de la muerte de Siqueiros y de la persecución y masacre de las Fuerzas de Liberación Nacional, Villoro encabezaba un Seminario de Ideología que respondía a la influencia de Althusser, el incómodo crítico contra el marxismo rutinario y el humanismo antihistórico. Al irse a la UAM, el seminario quedó acéfalo y un grupo de estudiantes me propuso para seguirlo. Fui rechazado por las autoridades y fundamos entonces el Taller de Arte e Ideología que tantos frutos teóricos y prácticos dio hasta los primeros años del siglo XXI.

Villoro buscó en la historia de México la solución a la modernidad inconclusa para siempre. La autogestión del Autogobierno de Arquitectura tuvo en él, como Consejero Universitario, un fuerte defensor para declararlo compatible con la Ley Orgánica y el Estatuto Universitario, lo cual permitió su reconocimiento luego de siete largos años de resistencia. Consecuente con esta línea libertaria, insistió en la alternativa comunitaria como solución al capitalismo depredador. Llevó esta posición al extremo de negar la vía revolucionaria que identificó con la destrucción y la violencia. Propuso en cambio la ética comunitarista como solución sin crítica de la economía política. Hasta aquí llegó su práctica ejemplar para los filósofos no marxistas ignorantes de la historia.

7 marzo 2014

Fuente: http://apiavirtual.net/2014/03/10/luis-villoro/


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