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La trama del magnicidio en Haití: infiltración paramilitar y conexión norteamericana
Publicado 9 julio 2021



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La última conferencia de prensa oficial, encabezada por Claude Joseph -autodesignado presidente interino de Haití- y por Léon Charles, director de la Policía Nacional, precisó por fin el número total de implicados en el asesinato del presidente de facto Jovenel Moïse. Se trata de 28 sujetos, dos norteamericanos -James Solages y Joseph Vincent- y 26 colombianos, militares retirados de las fuerzas armadas de Colombia, según confirmó ayer el Ministerio de Defensa de ese país.

7 de los paramilitares fueron abatidos durante enfrentamientos sucedidos con las fuerzas de seguridad. Por otro lado,15 de ellos han sido capturados: la mayoría por la policía, pero otras por el propio accionar de la propia población civil, que tras capturar a al menos dos de ellos en Jalouzi, en una zona próxima a la de la residencia de Moïse en Pelerin, decidieron entregarlos a las autoridades. Del resto se desconoce aún su paradero.

Mercenarios y paramilitares

La infiltración de mercenarios y paramilitares, en particular de nacionalidad norteamericana, no es nueva en el país. En febrero de 2019, ocho personas fueron capturadas en el centro de Puerto Príncipe, en las inmediaciones del Banco Nacional de Crédito. A bordo de dos camionetas sin matrícula, llevaban consigo rifles automáticos, pistolas, drones, teléfonos satelitales, un telescopio y chalecos antibalas, según lo informó entonces el propio Miami Herald. Al ser detenidos, adujeron estar en “misión gubernamental”. De qué gobierno, nunca lo aclararon. De los ocho, dos eran de las fuerzas de operaciones especiales de la Armada de Estados Unidos, y uno un ex Marine. Había también otros dos ciudadanos norteamericanos, dos serbios -uno residente en EE.UU.- y un haitiano.

Con la salvedad de este último, ninguno fue citado a declarar ni compareció ante juez o autoridad policial alguna. Ante el desconocimiento del propio Primer Ministro de Haití, fueron llevados rápidamente a los Estados Unidos, siendo escoltados, sin esposas, por el propio personal de su embajada. Incluso tuvieron acceso a la sala diplomática VIP del aeropuerto. Negado a Haití el ejercicio de sus propios procedimientos judiciales, hasta la fecha no se les ha imputado cargo alguno en su propio país.

Pocos meses después, el 12 de noviembre del 2019, Jacques Yves Sébastien Duroseau, de 33 años, otro ex Marine, fue detenido en el Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture cargando tres estuches con pistolas, rifles de asalto, municiones y pertrechos militares. Su viaje había sido legal y estaba autorizado por American Airlines. Pese a haber sido trasladado a la Dirección Central de la Policía Judicial, tampoco fue interrogado, y fue retirado expeditivamente del país con dirección a los Estados Unidos.

Estos dos casos, aparentemente aislados, constituyen situaciones quizás no tan excepcionales, si consideramos, en primer lugar, que se trató de infiltraciones descubiertas de manera prácticamente accidental, por agentes rasos de las fuerzas de seguridad que cumplían sus tareas de manera rutinaria. En segundo lugar, que ambas se produjeron en medio un ciclo de movilización social y protestas masivas antigubernamentales que buscaban forzar la dimisión de Jovenel Moïse, estrecho aliado de los Estados Unidos, lo que llevó a que organismos locales de derechos humanos consideraran que se trataba de mercenarios que venían a apuntalar la represión selectiva de opositores y manifestantes. En tercer lugar, que quizás la infiltración de mercenarios y ex marines no detectadas, puedan explicar por qué el tráfico de armas de manufactura norteamericana se duplicó en apenas 5 años hasta alcanzar un número cercano a las 500 mil, según datos de la propia Policía Nacional y la Comisión Nacional de Desarme.

¿Una conexión norteamericana?

El otro dato de impacto del día de ayer, provino de las declaraciones de Clément Noël al periódico haitiano Le Nouvelliste. Noël, juez de paz de Pétionville, fue el encargado de la indagatoria a los dos mercenarios norteamericanos de origen haitiano. Según ellos, la “misión” era arrestar al presidente y no asesinarlo. Se negaron, sin embargo, a declarar quién habría preparado y patrocinado el operativo,aunque su presentación en la residencia de Moïse como “agentes de la DEA” otorga más pistas que conducen a la participación de los propios Estados Unidos, o al menos a alguna fracción del establishment.

Como fuera, no sería la primera vez en la historia haitiana que un presidente -desde los aliados hasta los díscolos- fuera capturado y evacuado por los Estados Unidos. Así sucedió con el cura salesiano Jean Bertrand Aristide, quien, consumado el golpe del año 2004, fue secuestrado en un avión y forzado al exilio en la República Centroafricana.  

Por otro lado, crecen las sospechas en torno a la eventual complicidad del propio entorno de Moïse en su asesinato. Bajo la lupa de la investigación están ahora Dimitri Hérad y Jean Laguel Civil, responsables de la seguridad en la residencia presidencial. Además, crecen las sospechas sobre Magalie Habitant, integrante del PHTK, el mismo partido de Moïse, y ex directora del Servicio Metropolitano de Recolección de Residuos Sólidos. Una casa de su propiedad en la localidad de Thomassin habría sido utilizada por los paramilitares para preparar la operación, aunque Habitant afirmó a Radio Mega que había entregado la custodia de la casa a su abogado tres meses atrás.

El círculo del drama

El caso de Habitant podría reflejar rupturas más amplias que las del propio partido en el poder,considerando las disensiones internas entre distintos sectores de la oligarquía y la burguesía importadora local. Es sabido que algunos de sus más conspicuos representantes como el Director Ejecutivo de la empresa eléctrica SOGENER, Dimitri Vorbe, y el empresario Pierre Reginald Boulos, no solo revistaban en el vasto campo de la oposición a Moïse, sino que disputaban con él privilegio de ser ungidos como favoritos por el establishment norteamericano.

Lo que es claro es que el círculo del drama comienza a cerrarse en torno a esos tres grandes actores: los paramilitares y grupos delincuenciales infiltrados y estimulados desde hace años en el país; los Estados Unidos y su omnipresencia en la escena política haitiana -y también en sus más oscuros entretelones-; y las fracciones rivales de las clases dominantes del país, algunas de las cuales consideraban ya hace tiempo que Moïse era un fusible quemado, y que era tiempo de reemplazarlo por otro que pudiera asegurar sus intereses de una forma más estable y duradera.


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