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La nueva normalidad en el fútbol en tiempos de Covid-19
Publicado 21 julio 2020



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Si bien ya era un poco extraño tantos martes y miércoles sin la emoción de la Champions League, muchos domingos de prender la tele en las mañanas y no encontrar ninguna liga y ver solo reportes de contagios, ahora que reanudaron las ligas como la Seria A italiana, la Bundesliga o la Premier League, entre otras; siento, aparte de alegría, un sentimiento de nostalgia por la modesta liga colombiana, no tanto por el nivel de su liga, sino más bien por el corazón del equipo que mi abuelo nos heredó.

¿Cómo no extrañar cada trayecto hacia el estadio con la ansiedad propia de ver al ser amado, junto con el papel picado, los extintores, los bombos, los cantos y celebrar como nunca cada gol de tu equipo como  si fuera el primero, con los abrazos de extraños que se vuelven hermanos en ese tablón?  Entre la nostalgia y las noticias, se hace inevitable pensar en el desarrollo de esas nuevas normalidades en el fútbol, en el que el hincha pareciera un poco, el primer damnificado.

Resulta demasiado extraño ver el juego sin hinchas, justamente para salvar al fútbol y que así, la pelota vuelva a rodar. “Jugar sin hinchada es como bailar sin música”, escribió Eduardo Galeano. Observar los estadios vacíos, en mi memoria y la memoria colectiva de hinchas, solo se puede asociar con escenarios de castigo. Porque el hincha, en medio de toda la estructura de lo que es fútbol, es el único que paga para que le permitan estar ahí.

Hace unas semanas, Javier Tebas, presidente de la Liga Nacional de Fútbol Profesional español, dijo que si se corría con suerte, a final de este año o principios del próximo, habría cabida para 15 por ciento de hinchas en los estadios. Por otro lado, el apreciado Klopp, comentó: "Todos comenzamos a jugar al fútbol sin público, en los juveniles, y aprendimos a amar el juego no sólo por el ambiente en los estadios. Tenemos que acostumbrarnos a los estadios vacíos. Aun así, no significa que el fútbol no sea un juego maravilloso".

Para el fútbol profesional, se piensa en medidas que garanticen la distancia de seguridad como ampliar los banquillos, además de usar más buses por cada trayecto que sea requerido por los equipos. Ahora bien, falta por averiguar si las lógicas de la nueva modernidad futbolera, contemplan la efusividad de la celebración de un gol entre los jugadores, o si bien, los empleados de cada estadio que deben por ejemplo, recurrir al transporte público y conviven en diferentes contextos, se expongan al virus.

También muchos planteles de ligas activas como ligas en pausa, han practicado testeos a sus jugadores y empleados. Con esto, por un lado, se me hace inevitable pensar en todas las personas del común que llevan semanas esperando que les practiquen una prueba o rogando por conocer sus resultados y/o ser atendidas, y que son olvidadas por los sistemas de salud pública. Si bien el fútbol no es el culpable de esto, permite ver de manera más contundente, algunos contrastes con otros sectores de la sociedad.

Pero por otro lado, el fútbol no es solo pensar en dirigentes, representantes y figuras de la cancha moviendo grandes sumas de dinero a sus cuentas personales. Y digo figuras, porque es erróneo pensar que todos los futbolistas son millonarios y viven holgadamente. Estudios realizados por ejemplo en Argentina, demuestran que el 55 por ciento de los jugadores devengan los mínimos estipulados por categoría, siendo a veces un monto que no alcanza a cubrir la canasta familiar básica de dicho país.

De esta manera, detrás de un partido de fútbol profesional, hay involucrados conductores, personal de aseo y logística, puestos de comida rápida, vendedores de banderines, entre otros. Frente a esto, Diego Murzi, vicepresidente de la ONG Salvemos el Fútbol, ha resaltado el impacto económico que esto ha generado en los sectores populares que llevaban un sustento a sus casas gracias al fútbol. La pandemia repuso el estatus de trabajadores a los futbolistas y puso en relieve las dificultades económicas que atraviesan cotidianamente otros personajes secundarios que dependen del mismo.

Resultaría entonces injusto y tal vez falto de empatía, creer que el mundo es libre y feliz sin el malvado fútbol. Si bien estará feliz Messi con sus ocho millones de euros mensuales, también lo estarán los juveniles que podrán volver a seguir cultivando su sueño de vida, los DT de las ligas femeninas que anhelan ver campeonas a sus chicas, hasta los operarios de confección de la indumentaria deportiva. De este modo, celebrarán los hinchas también que desde la noche anterior imaginan su emoción.

Y ojalá pueda volver pronto también cada escuela de fútbol popular. Como bien lo dijo Jorge Barraza, escritor y periodista argentino, el fútbol es un fenómeno que nos ayuda a vivir mejor, con ilusión y expectativa. Tiene un impacto social positivo igualmente en la niñez y en la juventud, enseñándoles desde autonomía hasta ser tolerantes con el compañero que falla un gol.

“Un niño en la cancha es un niño menos en la calle”.


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