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El pueblo iraní celebró la elección de Hassan Rowhani. (Foto: Getty Images)

El pueblo iraní celebró la elección de Hassan Rowhani. (Foto: Getty Images)

Publicado 20 febrero 2014



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Ni perdón ni olvido ni reconciliación, proclaman las declaraciones de Verónica y Andrea Híjar a propósito de la violencia de Estado sufrida hace 40 años. Verónica niña abrió la puerta para recibir el empujón y las patadas del agente, pistola en mano, seguido por otros tres portadores de armas largas para sacarme de mi casa en Contreras, en una calle con esa sola casa que en realidad es una escalera de piedra para comunicar el centro con la calle principal que baja de los Dinamos.

Yo esperaba el telefonema de mi responsable Paz para encontrarnos y pasar a la clandestinidad. El día anterior Paz había encontrado la noticia, en El Norte de Monterrey, sobre la ocupación de una casa de seguridad; había intentado comunicarse sin éxito y, al fin, había ido a Nepantla, donde encontró copada la calle de Jacarandas frente a la conocida por la dirección de las Fuerzas de Liberación Nacional (FLN) como Casa Grande.

La pareja responsable en Monterrey resistió unas horas y terminó por guiar al ejército y a la Policía Federal a la Casa de Nepantla, previo intento de despiste con otra casa. Nora gritó pidiendo la rendición mientras la primera granada de triple acción estallaba en la recámara de Gloria Benavides y los asaltantes consumían más de 600 balas, bombas lacrimógenas y no menos de cinco granadas más.

Los militantes de las FLN, que cuando mucho podrían ser acusados de acopio de armas y falsificación de documentos, fueron asesinados y sólo dos sobrevivieron. En la casa había nombres de militantes y a la mano estaba el título de propiedad del rancho El Chilar, entre Ocosingo y la Selva Lacandona. Los capturados en Monterrey fueron traídos como animales a la casa de torturas e interrogatorio donde despachaba Miguel Nazar. Ahí llevaron a los dos sobrevivientes de Nepantla y a mí.

Los cadáveres de los cinco masacrados en Nepantla fueron arrojados en fosas disponibles para estos fines en un extremo lejano del Panteón de Dolores, junto al basurero que acabaría por desaparecer toda huella.

Después del 14 de febrero y por estos días y a estas horas de hace 40 años, permanecíamos con una capucha de gruesa tela negra, amarrados y vejados para ser llevados al interrogatorio por un especialista de anteojos negros y fotografías a la mano debidamente escoltado para hacer una señal para volvernos a colocar la capucha y ser llevados al cuarto de tortura.

De no ser por Adela Cedillo, todo esto permanecería en la desmemoria decretada por el Estado y los revolucionarios que la confunden con la preservación de la seguridad.

A la par de la excelente tesis El fuego y el silencio –de la historiadora Cedillo, que investigó con precisión inigualable la formación de las FLN hasta la masacre de Nepantla-, Cristina Híjar hizo con Arte, Música y Video la película Autonomía Zapatista: otro mundo es posible, con entrevistas a las comisiones de trabajo en las comunidades zapatistas.

Cristina escribió también el breve e importante texto publicado oportunamente en POR ESTO!, con el título elocuente de “El derecho a la memoria”, en el que responde a la pregunta sobre la necesidad de quienes no estuvieron en situaciones revolucionarias extremas pero necesitan saber e investigar para asumir la transformación de la historia oficial reducida al Estado.

De lo anterior resultó el mediometraje Nepantla, a raíz de una exposición de fotos en el patio de la casa todavía con las huellas de la balacera. Las narraciones de Adela Cedillo y de Alberto Híjar –en ese orden de importancia-, guían el recorrido con explicaciones de la historiadora, lo cual es suficiente para calificarla de policía por los sobrevivientes de organizaciones revolucionarias protegidos por una insensata secrecía que prohíbe toda averiguación y reflexión de situaciones exigidas de crítica. De seguir esta necedad jamás habrá manera de convertir el revés en victoria.

El colectivo “Nacidos en la tempestad”, encabezado por Adela Cedillo, ha consultado lo contenido en el Archivo General de la Nación, donde hay una crujía para las organizaciones político-militares a cargo de un asombroso cancerbero, el capitán Capello, con una memoria viva de todo lo ocurrido que le permite ubicar al solicitante en turno.

Con permiso, cuota y registro personal, el Colectivo ha revisado el archivo fotográfico con las terribles evidencias de los cuerpos masacrados. De la misma manera han procedido con archivos como el de Tabasco y han localizado a sobrevivientes y familiares que han comprendido y agradecido la solidaridad respondida con la confianza para construir un conocimiento objetivo y subjetivo no sin dolerse por el desentendimiento de los responsables revolucionarios.

La tesis de maestría de Adela aborda el lapso entre Nepantla y la formación y presentación del EZLN. El doctorado imposible sería sobre el EZLN. El límite impuesto a la investigación es el homenaje a los Primeros y a los caídos en la primera generación en una bella: “Declaración de los hechos”, de agosto de 1986, en memoria del “día sexto del mes de agosto de 1969” firmado por el Capitán de Infantería Insurgente Marcos.

El muralero, que no muralista, Sergio “Checo” Valdez, ha pintado a los nueve integrantes del Núcleo Guerrillero Emiliano Zapata en un mural en La Garrucha donde los zapatistas quisieron verlos con el Comandante Cesar Yañez, “Pedro”, en medio, con un mapa que ven todos. A partir de esto, hay lugares zapatistas con los nombres de los militantes masacrados, entre ellos Murcia, la primera mujer en la selva con propósitos subversivos. Por estos días de hace 40 años fueron presas de una cacería que les costó la vida. Se sabe que al menos dos fueron traídos al Campo Militar Número 1 donde desaparecieron. Los cuerpos de los denunciados por los campesinos jamás aparecieron porque lo que en el mapa de papel se mide en centímetros en la realidad son montes, selvas y corrientes de agua de muy difícil tránsito.

Pilar Noriega, la ejemplar defensora de presos políticos, ha denunciado el retiro de los expedientes de los setenta y ochenta de la llamada Guerra Sucia a la par de la desaparición de la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado. El grupo de trabajo de la ONU al respecto ha manifestado la misma extrañeza. Borrar la memoria de las organizaciones armadas contra el Estado es parte de la contrainsurgencia de la ASEAN (Acuerdo por la Seguridad de América del Norte), donde México es el gran campo de acción represiva necesario para el saqueo económico-político en perjuicio de pueblos y comunidades.

Las lecciones de todo esto exigen información y crítica constante, si es que caemos en la cuenta de que desde los setenta y hasta ahora nada ha mejorado en el Estado y la situación mundial, sino todo lo contrario. El Anexo 5 de la primera tesis de Adela cuenta en cinco páginas con los nombres de los responsables de la llamada guerra de baja intensidad, de 1964 a 1988, desde los presidentes hasta los militares, directores del Campo Militar número 1, autoridades civiles de seguridad y procuradores y magistrados ciegos, sordos y mudos ante los crímenes de Estado.

“La insurrección de la memoria” es mucho más que el subtítulo del mediometraje Nepantla: un testimonio de las FLN (2009), es una urgencia estratégica para reforzar la seguridad insurrecta, impedir la concentración de información en dirigentes expuestos a la represión, desarrollar la disciplina del escondite para documentos y artefactos, impedir los alardes a la par de la secrecía excesiva para justificar la ignorancia. No olvidar la Tesis XI: se trata de transformarnos para transformar.

17 febrero 2014

Fuente: http://bit.ly/1haz07R


teleSUR no se hace responsable de las opiniones emitidas en esta sección

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