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Para decirlo en términos más precisos, el país sigue en manos de los mismos personajes.

Para decirlo en términos más precisos, el país sigue en manos de los mismos personajes. | Foto: Archivo

Publicado 24 febrero 2016



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Uno casi se atreve a pensar, que la alharaca por lo de Conejo tuvo como único propósito acallar el impacto de ese sí un hecho verdaderamente atroz.

En Colombia ocurren cosas increíbles. El interesado escándalo por la presencia de guerrilleros armados en Conejo, hizo pasar a la sombra la verdadera noticia, la aterradora matanza de más de un centenar de prisioneros y visitas en la Cárcel Nacional Modelo de la capital de la República.Uno casi se atreve a pensar, que la alharaca por lo de Conejo tuvo como único propósito acallar el impacto de ese sí un hecho verdaderamente atroz.

Que pone al descubierto una vez más, si es que todavía hay quien dude al respecto, las dimensiones de la aterradora realidad colombiana, que tanto se empeñan en ocultar y embellecer los principales beneficiarios de ella. La propia Fiscalía General de la Nación, con evidencias suficientes, denuncia públicamente que despuntando este siglo, el paramilitarismo ejecutó dentro de la cárcel a más de cien colombianos cuyos restos fueron picados y desaparecidos.

Una anécdota ilustra bien ese horror. Por allá, en el año 2000, algún criador de cerdos tenía un contrato con la cárcel Modelo de Bogotá, a la que compraba los restos de comida que quedaban, y que todas las mañanas se acercaba a recoger. Un día, tras echarle a los animales las lavazas, descubrió con alarma que uno de ellos corría con la mano de un hombre entre su jeta. Su denuncia, como todo en este país de las maravillas, quedó en nada.

Quizás dónde había hallado la mano el cerdo, aseguró la Policía, a quién se le ocurría que una mano humana apareciera entre los restos de comida. Los autores de los crímenes, en cambio, sí recibieron con agradecimiento el dato. Hasta entonces se deshacían de los cuerpos, picándolos en trozos y sacándolos dentro de las lavazas. En adelante no lo harían más, sino que cuidarían de picarlos en trozos más pequeños para arrojarlos por el alcantarillado.

La Fiscalía asegura que también fueron empleados otros métodos, como el de mezclar los restos picados con el cemento que los obreros empleaban en varias construcciones y remodelaciones que por entonces la Administración de la cárcel adelantó en el establecimiento. Ni siquiera Edgar Allan Poe, quien escribía tras los delirium tremens producidos por los excesos del alcohol, fue capaz de imaginar para sus cuentos una realidad tan espantosa como esa.

Ahora se preguntan, ¿cómo fue posible que reclusos ingresados a la prisión con todas las formalidades legales, resultaran desaparecidos dentro de ella, sin que nadie se percatara, denunciara o alarmara por ello? ¿La guardia carcelaria no contaba a los internos cada noche y mañana? Iguales interrogantes surgen con relación a los visitantes. ¿Cómo es que nadie se percató de que personas que entraban normalmente un día de visita, no salían jamás del penal?

El horrendo agujero negro en que se halló convertido el más importante centro de reclusión del país, tomado por los internos recluidos bajo acusaciones de paramilitarismo, en el centro de la capital de la República, pone en evidencia el grado de putrefacción alcanzado por las instituciones colombianas, así como el cinismo de sus autoridades y personeros políticos. Ahora, develado el horror, sencillamente se le considera algo que sucedió y que por fortuna quedó atrás.

Y nada más. Cabe ser pesimista acerca del resultado final de las investigaciones de la Fiscalía. El nuestro es un país en el que nunca pasa nada, en el que la alienación masiva de la población la ha hecho indiferente. Suele decirse que en otros lares, noticias como esas derrumbarían un gobierno, un régimen, una constitución, una época. Pero que en cambio aquí no. Aquí nunca pasa nada, todo se recicla y olvida, los que mandan seguirán mandando y todo será igual.

Aspiremos que no sea así. Que por fin se produzca la reacción del país decente, sano y justo. Miremos por un momento y veamos por qué. El Presidente por entonces no era otro que Andrés Pastrana, su ministro de justicia no recuerdo quién, pero debe ser también alguien muy respetable que anda dictando cátedras por ahí. Los congresistas de la época, que movían los hilos para los nombramientos en altos cargos, en su mayoría siguen siéndolo.

O ahora lo son sus herederos políticos. La dirección general de prisiones y los cargos de director de las cárceles correspondían a cuotas políticas milimétricamente acordadas. No creo que mucho de eso haya cambiado. De hecho hay una correspondencia notoria entre quienes fungieron como altos funcionarios del gobierno de Andrés Pastrana y quienes ocupan cargos semejantes en el actual. Empezando por el Presidente Santos, que fue su ministro de comercio exterior.

Para decirlo en términos más precisos, el país sigue en manos de los mismos personajes. Y quienes supuestamente disputan más rabiosamente con ellos, los uribistas, no son otros que los involucrados en los centenares de desaparecidos en La Escombrera de Medellín, para sólo poner otro ejemplo. Lo que hasta el mismo Myles Frechette califica como la farsa de la desmovilización del paramilitarismo, lo que hizo fue recubrir todo eso con un velo de piedad.

Es de suponer que los guardianes y las autoridades carcelarias tenían conocimiento de lo que ocurría. Pero es que no sólo se trataba de ellas. Fiscales, Procuradores, Defensores del Pueblo, Comandantes de Policía y de las Fuerzas Militares, todos estaban mezclados en eso. Recordemos que por la misma época Darío Arizmendi de Caracol y Claudia Gurisatti de RCN corrían a entrevistar a Carlos Castaño en horarios triple A de la televisión nacional.

Todos ellos siguen siendo personas honorables, muchos aún en ejercicio de funciones. La amnesia colectiva reina. ¿Alguien recuerda que en Bogotá existió una vez un movimiento organizado de los que llamaron desechables? Una especie de asociación sindical que luchó contra las determinaciones oficiales de sacarlos de ciertas zonas de la ciudad. Absolutamente todos fueron asesinados. Dicen que Fenalco y la Policía de Bogotá tuvieron que ver con eso.

Es natural que la Policía no se enterara de lo que sucedía al interior de la Cárcel Nacional Modelo de Bogotá. Y mucho menos los gremios empecinados en levantar fuentes luminosas que embellecieran la ciudad para hacerla el mayor atractivo turístico del país. El solo nombre lo dice, Modelo, el modelo de dominación, el modelo neoliberal, el modelo económico, político y social que el gobierno se niega enfáticamente a discutir en la Mesa de La Habana.


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