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Fidel será recordado por su legado revolucionario y antiimperialista.

Fidel será recordado por su legado revolucionario y antiimperialista. | Foto: Reuters

Publicado 26 noviembre 2016



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Fidel se cruzó con tres o cuatro generaciones de cubanos y nos marcó de uno u otro modo.

Hace mucho Fidel inició su viaje más allá del horizonte. Pero dio el paso final este 25 de noviembre, exactamente 60 años después de haberse subido al yate Granma para iniciar la larga y azarosa travesía de su vida. Se va Fidel, calladamente, y deja tras sí un tsunami informativo, una tristeza incontenible y una celebración macabra. La noticia perdurará en los archivos, el dolor se sedimentará y el odio será sepultado por la vida. Sus detractores y enemigos saben que por más que brinden, el que ha entrado en la Historia es Fidel.

Fidel que se cruzó con tres o cuatro generaciones de cubanos, que nos marcó de uno u otro modo, que nos deja como mayor legado la existencia de Cuba, humilde pedazo de isla, posicionada políticamente como un continente. Fidel que nos confirma con su muerte natural, que fue un ser humano más, con virtudes y defectos; un líder singular que en este minuto vuelve a ser el centro de la noticia, el ícono de la Revolución, el rebelde irreverente que sobrevivió a 11 presidentes —desde Eisenhower a Obama—, de la gran potencia que lo adversaba.

Un amigo me saca de la cama y me dice que su hermano Raúl lo ha anunciado. Estoy en la Isla de Margarita, justamente en el último sitio documentado en que intentaron acabar con la vida de Fidel, quien atesora el récord de haber sobrevivido a más de 600 atentados e intentos de asesinato. Paradoja del destino: quienes no pudieron matarlo en vida, ahora se topan con que no pueden sepultarlo después de muerto. Porque aún alejado del poder, de los escenarios políticos, de la vida pública y de la existencia terrenal, Fidel seguirá existiendo.

Gracias a la profesión más linda del mundo pude tenerlo a menos de un metro de distancia en muchas oportunidades. Apretar su mano, recibir un manotazo en el hombro, mirarle a los ojos y hacerle preguntas sensatas o complicadas. Lo acompañé en varias cacerías de huracanes; estuve al alcance de sus reflexiones cuando el 19 de mayo de 1995 conmemoramos en Dos Ríos el Centenario de la muerte de José Martí. Y años después, tuve el privilegio de vivir de cerquita su relación paternal con Hugo Chávez y su amor por Venezuela.

De todos esos momentos quedan las fotografías. De cada foto una historia para contar a mi hijo Diego, que con siete años lo llama Castro, mientras yo le explico porqué lo nombro Comandante. Una dosis de orgullo, sentimientos encontrados y preguntas obligadas: ¿qué hacía yo ahí, a esa hora y en ese momento? ¿Cómo fue que Fidel se coló en nuestras vidas, en nuestras casas y en la historia de un país? ¿Por qué unos lo lloramos hoy y otros celebran su partida? ¿Qué viene ahora? Y mientras trato de ordenar las ideas, una frase sale del corazón para desanudarme la garganta: ¡Gracias, Fidel!


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