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 Para qué tener un país con derechos para las mujeres, niños, ancianos, negros, indios y mulatos si aquí lo que cuenta es lo que dicen los códigos morales de la derecha y sus medios de comunicación.

Para qué tener un país con derechos para las mujeres, niños, ancianos, negros, indios y mulatos si aquí lo que cuenta es lo que dicen los códigos morales de la derecha y sus medios de comunicación. | Foto: Reuters

Publicado 5 noviembre 2017



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Uso para este título y artículo la referencia de Almudena Grandes cuando expresaba su malestar por lo que ocurre en España, en particular con Cataluña, porque según ella: “Temo que España haya vuelto a ser una enfermedad moral para los españoles.

Uso para este título y artículo la referencia de Almudena Grandes cuando expresaba su malestar por lo que ocurre en España, en particular con Cataluña, porque según ella: “Temo que España haya vuelto a ser una enfermedad moral para los españoles. No tengo miedo a un estallido de la violencia comparable a otros momentos pero sí a que se esté repitiendo ese sentir España como una enfermedad”.

La escuchaba con mucha atención porque una escritora tiene la ventaja de mirar por los entresijos de la realidad, apuntar mejor la mirada para entenderla y, por supuesto, maneja la palabra como una herramienta poderosa de explicación de sus circunstancias personales en un medio social concreto e histórico.

Y me conmovió lo que dijo a continuación: “Me da miedo que 'esta gracia' nos traiga una extrema derecha como la que no hemos tenido hasta ahora, que los radicales catalanes se acuerden de que existe una lucha armada que puede ser muy atractiva cuando no ves otro tipo de salida”. Todo esto lo dijo a propósito de su reciente novela, Los pacientes del doctor García. Y le dijo a un programa en audiovisual del diario El País, que se acuerda mucho de Juan Negrín, al que considera “un hombre de Estado, un estadista de izquierdas que no tenía miedo a la palabra patria, al honor, a nada”. A lo que añadió con una mirada fijada en el techo que lo que pasa ahora en su país es un motivo de incertidumbre “con esta indefinición que hay, con la repetición de que España es un país de derechas, el país de los fachas, de que la derecha crea que este país es suyo y que ante esto la izquierda recule y no diga que este país también le pertenece”.

Y no sé porqué al escucharla y verla, muy convencida, me vino a la mente esta coyuntura especial del Ecuador donde han surgido más interrogantes que respuestas, más dudas que certidumbres, como si de pronto los imaginarios de este país en la Mitad del Mundo desaparecieran por completo y no hubiera nadie que explique racionalmente tanta moralidad, tanto azote sobre los presuntos culpables hasta de que la lluvia llegue turbia en los inviernos de fin de año.

De pronto las derechas han sido poco pecaminosas, por no decir santas. Ahora ellas dan clases de moral de todo y para todos. Se olvidan que el abogado y principal beneficiario de los negocios corruptos de Odebrecht en Ecuador fue hasta hace muy poco Charly Pareja, nada más y nada menos que el mano derecha del ex presidente socialcristiano León Febres Cordero y uno de los prominentes socios de las élites económicas del país, fundamental pivote en los negocios turbios gracias a las conexiones con políticos con cuentas y fortunas en paraísos fiscales.

Ahora las izquierdas son lo más corruptas y perniciosas, según los medios privados y comerciales que gozan de los “escándalos” que publican todos los días aunque en muchos de ellos no haya una sola prueba o evidencia que garantice un juicio o una acusación legítima. La prensa ahora elabora el sacramento de nuestra fe política y nos dice que el Estado, por naturaleza, es corrupto y por tanto hay que juzgar a todo aquel que ocupe un cargo público. Mucho más si el funcionario se declara de izquierda o levanta el puño para entonar canciones de la Nueva Trova o, por lo menos, para solidarizarse con los pobres del mundo.

Para la prensa privada y comercial Ecuador es una enfermedad, que solo ellos podrían curar, quizá con la anexión a un imperio, la coronación de una dinastía o la expulsión de los izquierdistas. Un país como este (“lleno de indios” como alguna vez dijo uno de los oligarcas más recalcitrantes) no merece una revolución ni un cambio a favor de la equidad. ¿Para qué si al final los de la clase media se convierten en nuevos ricos y disputan el poder a los poderosos de siempre, dueños for ever de una nación que les heredaron los españoles? ¿Por qué tener un país si de pronto llega un longo al poder e impone tributos, construye casas, puentes y carreteras, además de dotar de salud y educación gratuita y con eso ya no son pocos los que viajan al exterior en las vacaciones y ocupan las playas donde antes los pelucones solo los veían como empleados, meseros o vendedores ambulantes?

Tiene razón Almudena al referirse así a su país y también me parece oportuno entender por qué Ecuador se está convirtiendo, gracias al aparato mediático de la derecha, en una enfermedad moral para sus ciudadanos. No tiene sentido, bajo esa lógica, seguir aquí, tener un gobierno soberano, unos líderes carismáticos y menos un populismo a favor de los pobres y los excluidos. Para qué tener un país con derechos para las mujeres, niños, ancianos, negros, indios y mulatos si aquí lo que cuenta es lo que dicen los códigos morales de la derecha y sus medios de comunicación.

Los asuntos morales ahora prevalecen en debate político diario. Y gracias a ellos podemos, aparentemente, curar nuestros peores males. Señalar de corrupto a todo aquel que haya ejercido un cargo público, contratado con la empresa privada que paga a los corruptos, usado el gasto estatal para obras a favor de la nación, todo eso parece que ha sido un pecado. Esto no quita que los funcionarios corruptos deban pagar en justicia y con un debido proceso sus responsabilidades. Pero de ahí a usar el aparato mediático y ciertas instancias estatales como armas de persecución (incluso a un Contralor -que se decía de izquierda- como el líder de la Santa Inquisición) es otra cosa y se llama restauración conservadora, sin más ni menos.

Ecuador no está enfermo de moral, nos quieren imponer una moral para garantizar el retorno de los moralistas que se llevaron miles de millones de dólares a paraísos fiscales, o no pagaron tributos que según el Servicio de Rentas Internas sobre pasan los dos mil millones de dólares, ante lo cual los sobornos de Odegrecht son una migaja. Vamos a entender, muy prontamente, cómo la corrupción no ha sido sino el gran pretexto para devolver al Ecuador al magnánimo dominio de los poderes fácticos, que empieza por una prensa moralista, mojigata y poco dada a la verdadera investigación periodística.


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