Al hacer la guerra, escoger los aliados adecuados es una tarea delicada. Hay que hacer concesiones, sin ceder demasiado. Hay que confiar en alguien más, sin llegar a ser demasiado dependiente. Es necesario mantenerse firme y ser flexible al mismo tiempo. En tiempo de guerra los aliados pueden convertirse en enemigos acérrimos después de que la victoria haya sido declarada, y tu peor enemigo podría, de hecho, llegar a ser tu mejor amigo después de todo.
Ningún país en el mundo lo sabe mejor que los Estados Unidos, que no ha tenido una sola década sin hacer la guerra desde su fundación en 1776 - de hecho, los EE.UU. han estado en guerra durante impactantes 222 años de sus 239 años de existencia.
La última guerra de Estados Unidos contra los militantes fascistas del llamado Estado Islámico (EI) es un poco diferente de las que le precedieron: no tienen a nadie, que no sean ellos mismos a quien culpar por la escalada del conflicto, la excusa es la autodefensa, el método es la violencia extrema y el objetivo, la democracia -o lo que pueda ser etiquetado como tal-. Una guerra es el caldo de cultivo para la siguiente y mientras el objetivo ficticio de paz y estabilidad se mantienen colgando en frente de la multitud como una zanahoria en un palo, nunca habrá, realmente, una razón para bajar las armas.
Recientemente los EE.UU. escogieron un nuevo aliado en la lucha contra EI. Su negativa a poner soldados en tierra - no es que esto resolvería nada - significa que está constantemente en busca de otros grupos que estén dispuestos a limpiar su desorden en tierra mientras ellos se comprometen a lanzar bombas desde las alturas seguras sobre las posiciones enemigas sospechosas.
La posibilidad de elegir entre dos aliados potenciales era una pregunta difícil, ya que básicamente consistía en un juego de ganar y perder por igual. El odio y la desconfianza mutua entre los dos aliados hicieron que la elección de uno sobre el otro conduzca a un deterioro de las relaciones con el no elegido.
Un aliado ya había demostrado su valía en el campo de batalla, sumando una cadena de sonadas victorias sobre el Estado Islámico luego de varias operaciones exitosas en los últimos meses. Este aliado no está formado por mercenarios, soldados contratados o radicales de ningún tipo. Por el contrario, son los habitantes de la región luchando para proteger sus tierras, pueblos y familias. Ellos no sólo luchan contra IS, sino que al mismo tiempo luchan por valores tan importantes como la verdadera democracia, la igualdad de género y la sostenibilidad ecológica.
El otro aliado tenía una agenda totalmente diferente. En los últimos años no había mostrado casi nada de interés en la lucha contra EI. De hecho, EI tenía la libertad de lavar el cerebro y reclutar a jóvenes dentro de su territorio; combatientes heridos de EI eran bienvenidos y acogidos de forma gratuita en sus hospitales públicos; y miles y miles de aspirantes a yihadistas habían sido autorizados a cruzar sus fronteras en territorio de EI. También cruzaban las fronteras toneladas de armas y municiones, camiones llenos de material de construcción y bienes de consumo suficientes para mantener las tiendas locales de Raqqa bien surtidas. Recientes revelaciones dejaron al descubierto que habían sido el destino número uno del negocio de contrabando de petróleo de EI, a cambio de suministrar a los yihadistas millones de dólares diarios para continuar su campaña de terror.
Los primeros mencionados son las milicias kurdas, llamadas de los Pueblos y las Fuerzas de Defensa de la Mujer (YPG y YPJ). Ellos son el brazo armado del PYD, un partido kurdo sirio con estrechos vínculos con el PKK. El segundo mencionado es la República de Turquía, el hogar de aproximadamente 17 millones de kurdos étnicos y cuyo gobierno ve al YPG y al YPJ como una mayor amenaza para su seguridad nacional que el Estado Islámico.
Depender de 222 años de experiencia en hacer la guerra supone que lo anterior no debería ser un enigma para los Jefes de guerra estadounidenses. Y de hecho no lo fue. Mientras que los combatientes del YPG y YPJ estaban arriesgando sus vidas luchando cuerpo a cuerpo con militantes de EI, los EE.UU. y Turquía triunfalmente anunciaban que un acuerdo había sido negociado para permitir que los aviones de guerra de Estados Unidos puedan despegar desde bases aéreas turcas a cambio de que los EE.UU. apoyen una "zona de seguridad" en el norte de Siria, que no sólo sería prohibida para EI, sino también para las fuerzas kurdas.
Turquía finalmente había decidido enfrentar a EI después de un ataque suicida con bomba que cobró la vida de 33 jóvenes activistas en la ciudad fronteriza turca de Suruc. Turquía, preocupado de las cada vez más estrechas relaciones entre EE.UU. y el YPG y YPJ en Siria y al mismo tiempo preocupado de que su tratamiento de camaradería a EI pudiera eventualmente volverse en su contra, decidió que era el momento adecuado para declarar la guerra a los terroristas.
Sin embargo, en un movimiento que sorprendió a amigos y enemigos por igual, después de un intento a medias de atacar las posiciones de EI en Siria, se lanzaron rápidamente a una guerra sin cuartel contra el PKK, tanto en Turquía como en el norte de Irak. Bombardeando con eficacia el precario proceso de paz que supuestamente iba a poner fin a 35 años de guerra civil, aviones turcos volaron miles de vuelos de combate, lanzando al país en el caos tan característico de los años noventa, cuando la guerra civil estaba en su apogeo.
El PKK es reconocido internacionalmente como una organización terrorista, y como tal, sus ataques - en muchos casos simples venganzas por actos similares de violencia cometidos por el Estado turco en contra de sus ciudadanos kurdos - son por definición ilegítimos. Tanto los EE.UU. y la OTAN reconocieron el derecho de Turquía a "defenderse" contra la "agresión del PKK". Lo que queda fuera de la ecuación es que Turquía difícilmente podría hacer un favor más grande a EI, que atacar a los guerrilleros kurdos que han demostrado ser los adversarios más decididos del Estado islámico.
Fue el PKK quien defendió Shengal del Estado Islámico, rescatando a decenas de miles de Yezidis, cuando incluso los peshmergas, respaldados y armados por Estados Unidos habían abandonado el campo de batalla con el rabo entre las piernas. Los aguerridos combatientes del PKK se han integrado en las filas del YPG y YPJ, y sin ellos, victorias importantes como las de Kobane, Tel Abyad y más recientemente en Hassaka, nunca hubieran sucedido.
Si los EE.UU. estuvieran seriamente luchando contra EI, no sólo proporcionarían un soporte completo - tanto en obra y en palabra - al YPG, YPJ y a su organización hermana, el PKK, sino también se enfrentaría a Turquía con la montaña de evidencia que tienen de su apoyo a IS, demandaría que se abran las fronteras en las regiones kurdas en Siria, demandaría que la campaña de bombardeos contra posiciones del PKK y la campaña de terror contra los civiles kurdos cese de inmediato, y lo más importante, sacaría al PKK de la lista de organizaciones terroristas.
Desafortunadamente, las acciones de Estados Unidos han demostrado que no estás interesado en tal cosa.
En lugar de derrotar a EI, su objetivo es la preservación y expansión de su influencia en la región. Para ello Turquía es un socio mucho más valioso que el YPG el YPJ o el PKK. Las acciones hablan más que las palabras, y en la elección de sus aliados los EE.UU. han demostrado claramente cuáles son sus verdaderas prioridades: el poder sobre la democracia, la influencia sobre la honestidad y la guerra sobre la paz.
**Joris Leverink es un periodista independiente con sede en Estambul con una Maestría en Economía Política, y editor de la ROAR Magazine.