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Cada dendrita alumbra de un color cuando reciben nueva información. (Foto: Archivo)

Cada dendrita alumbra de un color cuando reciben nueva información. (Foto: Archivo)

Publicado 16 mayo 2014



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Los vigilantes de acreditación del INBA y CONACULTA colocaron un letrero que dice “Bellas Artes Investigación” en la invitación y la portada modificada del catálogo diseñado fuera de las instituciones. Atinaron porque la exposición Luis Arenal Bastar: Un realismo militante, instalada en la Galería Espacio Alternativo del Centro Nacional de las Artes luego de arduos y largos trámites, es el resultado de los años que van de la encomienda pública de Siqueiros para que Alberto Híjar se ocupe de reproducir su praxis estética, según declaró antes de su muerte, en enero de 1974, a la fundación de la Sala de Arte Público Siqueiros con un museo de sitio, la biblioteca y la hemeroteca, los trazos geométricos en los muros y los cuadros y bocetos.

A la par, se organizó en el Taller Siqueiros de Cuernavaca una escuela de tiempo completo gracias a las gestiones de Luis Arenal para el becado de una treintena de jóvenes participantes, necesitados de los rudimentos del arte público. Desde entonces y después de la muerte de Luis Arenal, en 1985, en su casa cercana a la Tallera, llamada así por demandante y celosa, quedó una biblioteca y un archivo pequeños, una bodega-closet llena de bocetos, carteles, grabados; dos esculturas de chatarra y una cabeza de Juárez, que en el siglo XXI han sido las fuentes de exposiciones y del donativo a la biblioteca de la Universidad Autónoma de Tabasco. O sea, son decenios de años de documentación por Graciela Castro de Arenal y de intervenciones esporádicas de buscadores de tesoros.

La investigación empezó en forma hace unos ocho años. La incorporación de la documentadora experta Elisa Morales, ha hecho reales los archivos y acervos ordenados y fotografiados que de otra manera permanecerían dispersos en la mente inquisidora del profesor de estética impulsor del realismo crítico con colectivos de México y otros lugares como recurso de apoyo a los movimientos libertarios. Sin Elisa Morales no habría exposición, ni listas de obras y documentos cuidadosamente ordenados en impecables carpetas que facilitan las acciones dispuestas en común acuerdo entre el investigador disperso de por sí, la viuda vigilante y la documentadora que dice qué, cómo y cuándo con la colaboración de documentadores y fotógrafos del CENIDIAP-INBA.

Sobre estas bases, la curaduría nada tiene que ver con la arbitrariedad que hace de seres egregios investidos de poder para ordenar a su capricho e intervenir obras y acervos, curadores muy bien pagados por el Estado y las fundaciones privadas. No saben, lo intuyen, el servicio ideológico que hacen al culto al individualismo, a la genialidad por encima de determinaciones históricas y sociales para, de esta manera, ocultar la historia y reducirla a la ilusoria autoridad fundamentada por los agentes especiales de los valores eternos y universales. Ya lo decía Justino Fernández: “Yo como Baudelaire deseo convertir mis gustos en principios”.

Con esa práctica curatorial resultante de la división del trabajo capitalista para no sólo atribuir
poderes especiales a seres egregios que, en efecto, convierten sus gustos económico-políticos y estéticos en principios que afectan constituciones políticas y estrategias productivas de todo tipo, nada tiene que ver la curaduría atribuida a Alberto Híjar en los créditos de la exposición de Luis Arenal Bastar. De principio a fin de su proyecto de investigación como praxis estética de toda su vida, algo ha logrado apoyado por colectivos de producción de conocimientos, de crítica teórica y práctica a las calamidades capitalistas, a las traiciones contrarrevolucionarias, a las maromas ideológicas opuestas a la crítica de la economía-política.

Las decenas de exposiciones montadas por el Taller de Arte e Ideología desde su funcionamiento en 1974 en la Sala de Arte Público Siqueiros (la primera para celebrar el triunfo de Vietnam, la primera para denunciar el golpe militar en Chile, la magna exposición de Siqueiros en todo el Palacio de Bellas Artes), hasta la de Luis Arenal Bastar, ha procurado la transformación de espacios compartidos con orden discursivo para precisar la narración propuesta y romper con la separación del trabajo intelectual y el manual. La consigna ochentera de “afectar todo el proceso productivo” ha concretado trabajo colectivo y organizado con precisión para compartir el accionar de martillos, engrapadoras, cortes de soportes y colocación de letreros, señales, cédulas y acentos ideológicos. De esta manera, la investigación prevalece como producción de conocimientos compartidos y dispuestos para la comunicación crítica.

En el montaje veloz y eficiente de la exposición, pude compartir muy poco con los excelentes museógrafos concentrados en el trabajo intenso y altamente tecnificado. Dudaba que terminaran a tiempo y aunque explicaba el orden del discurso, me sentía mal al decir: esto va aquí, esto allá, el desplante como ellos nombran a la organización en el piso de las obras, los documentos, las esculturas. Sólo me objetó uno de ellos, las fotocopias en una vitrina que me obligaron a subir al décimo piso de la torre de investigación donde me atrapó el temblor del que me desentendí pese a la orden de evacuación. Lo hice hasta que tuve en la mano el expediente del Taller Siqueiros de Cuernavaca. Una compañera me regañó después. Este trato compañero es el deseado y construido en una vida afanada en construir relaciones sociales justas y equitativas, la dimensión estética de la que habla Marcuse, que son las que dan sentido a la exposición Luis Arenal Bastar: Un realismo militante que estará hasta el 8 de junio en la Galería Alternativa del Centro Nacional de las Artes. Días después, la misma tendencia teórico-práctica se debatirá en la presentación del libro La praxis estética, justo el día de la inauguración del mundial de futbol. Habrá pantalla panorámica.

Fuente:: http://bit.ly/1nO30gE


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