De los exiliados españoles simpatizo con aquellos pocos que regresaron a seguir combatiendo como Alberto Sánchez Mascuñán o Francisco Miguel, el primero apresado en la cárcel de Burgos condenado a muerte con otros camaradas, al fin liberados, y el segundo, que regresó a la agitprop cultural hasta que fue capturado y asesinado en 1936. Emigró a México en 1926 y regresó en 1933 a luchar por la República. Syra Alonso, su esposa, escribió un diario hasta el 19 de diciembre de 1938 en el que describe su espera en las comisarías donde le dijeron que iría preso a Burgos, cuando en realidad fue fusilado y tirado en un llano, de donde fue rescatado para sepultarlo.
Narra Syra la infamia de un vejete dispuesto a decir la verdad: el pintor estaba con la República y tenía amigos comunistas. David Alfaro Siqueiros lo pintó en su reclusión en Taxco, en 1931, cuando compartieron la pobreza en una iglesia abandonada. “Retrato de un desconocido” en realidad es la cabeza de Francisco un poco girada y vista desde arriba. Cuando estuvo al frente del Museo Estudio Diego Rivera, Blanca Garduño le dedicó una exposición, en 1999, y un excelente libro catálogo “como un humilde homenaje póstumo de todos quienes participamos en su edición para dos grandes seres humanos… a través de ellos hacemos extensivo el homenaje a todos aquellos hombres y mujeres que perdieron su vida en uno de los más cruentos pasajes de la historia de la humanidad: la Guerra Civil española”. Angelita González, directora de la editorial Gernika, editó el libro y facilitó la relación con Syra y los hijos de Francisco Miguel.
Valoro las aportaciones de los exiliados favorecidos con cátedras universitarias donde impulsaron la práctica teórica. Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez, traductores de textos clave del marxismo, El Capital incluido; Mauro Olmeda, editor por cuenta propia de sus reflexiones históricas que vendía de escuela en escuela; los eminentes médicos como Isaac Costero; los economistas, los filósofos encabezados por José Gaos, ex rector de Madrid, inventor del concepto de transterrado. Su mérito y mayor secreto es la traducción inédita de los Manuscritos de Marx de 1844 que, por vía de Enrique González Rojo, llegaron hasta José Revueltas para dotar de sentido a su literatura del lado moridor. José María Gallegos Rocafull, jesuita estudioso de la Ilustración en Nueva España; Eduardo Nicol, brillante expositor de los presocráticos a Platón y de la reflexión escrita de la metafísica.
“Jugarse el cuero bajo el brío del sol” es el enigmático título de un precioso libro tamaño un cuarto de carta de Héctor Perea. La frase es de Clemente Cimorra, periodista de Estampa al describir a los guerrilleros republicanos: “caras negras del campo ancho, jugarse el cuero bajo el brío del sol”. Perea precisa: “fallecidos en combate, la inmensa mayoría de estos brigadistas mexicanos, casi todos adolescentes, cayeron en el limbo de la historia”.
Los internacionalistas mexicanos fueron no menos de 600. Juan Miguel de Mora, Néstor Sánchez, Roberto Vega González, la enfermera y periodista hispanoamericana Carlota OʼNeill o la también enfermera Mary Bingham de Urquidi figuran en la lista como intelectuales. Recuerdo los reportajes de Angélica Arenal de Siqueiros, atesorados por ella de tal manera que son inéditos desaparecidos.
Clandestinaje, misterio y profesionalismo revolucionario fomentan estas desapariciones, como la de “El Mexicano” convertido en personaje de una novela de Francisco Pérez López citada por Perea sin nombre. El apodo no fue exclusivo porque también nombró a Francisco Miguel. Protagonistas críticos como Broue y Témine mencionan a Miguel Martínez entre los llamados “chicos de Miaja” por su corta edad. Martínez formó parte de la Junta de Defensa de Madrid y unos decían que era soviético, pero puede ser el Enrique de Malraux que había hecho seis revoluciones y “decía que era mexicano”.
Otros quedan entre los políticamente incorrectos, como el general cardenista Leobardo G. Ruíz, que ostentó públicamente su apoyo a la República Española. Fue profesor en España del Colegio de Militares Revolucionarios y del Ejército Popular. Con el general Juan B. Gómez, comandante de la Brigada 92 con quien se retrató Siqueiros con uniformes, compartieron altas responsabilidades de enlace entre el gobierno de Cárdenas y la República Española. Con ellos, el mayor Ruperto García y el teniente coronel Rafael Aguilar, quien transitó de campesino a combatiente de un regimiento de caballería al mando de José Miaja, “el héroe de Madrid”. Con él combatieron Ruperto García Arana, Bernabé Barrios, Antonio Pujol, pintor de la LEAR que del Congreso Antifascista de Nueva York partió a España, donde ganó el grado de teniente coronel con el que regresó herido a México.
Héctor Perea rescata la lista de Indalecio Prieto, ministro de defensa español en 1937: capitanes Isaías Acosta y Félix Guerrero, coronel Carlos Álvarez, comandante Antonio Gómez, coroneles Santiago Philimore y Rafael B. Aguilar, capitanes Julio Cancino y Héctor Hernández. Mario Ojeda, investigador del colegio de México citado por Perea, menciona el parte de Relaciones exteriores de México sobre la muerte de cuatro mexicanos: Ricardo Solórzano, Manuel Zavala, José Carlos Gayo y Alejandro Franco, sometidos a humillaciones y torturas, paseados por las calles de Ferrol con el letrero de “esos son los invasores comunistas mexicanos” para luego ser fusilados en público. De este grupo era Socorro Barberán, que no fue fusilada. Zoila García se distinguió como anarquista.
Alrededor de 17 años de edad tenían los nueve cadetes de Colegio Militar que decidieron escapar para integrarse a la defensa de la República Española. José Conti, Roberto Mercado y Roberto Vega González lograron llegar a los frentes de batallas, Conti murió en uno de ellos y los tres sobrevivientes sufrieron prisión y maltratos. Vega mereció un “Romance del mexicano condenado a muerte en España” escrito por J. Viró Domenech.
En el operativo Colegio Militar, hubo “un yanqui reclutador” dispuesto a arreglar pasaportes y transporte. Descubiertos y expulsados como desertores, salieron entre dos filas para que a su paso los guardianes les volvieran la espalda como señal de repudio. No fueron los únicos repudiados porque al regreso de los sobrevivientes, en 1939, la prensa reaccionaria y las organizaciones afines a ella los recibieron con insultos y burlas por servir a “intereses extranjeros del comunismo internacional”. De aquí la respuesta de Siqueiros al adoptar, a mucha honra, el nombre de El Coronelazo con el que firmó su autorretrato con el torso desnudo y la mano hacia delante. Exiliados egregios, combatientes heroicos y discretos, promotores de solidaridad internacionalista de arriba a abajo, desde la Presidencia de la Republica con Cárdenas al frente y funcionarios como el cónsul en Marsella Gilberto Bosques, que arriesgó su vida para salvar miles de perseguidos políticos, y hasta los combatientes que llegaron a sumar 600, no figuran en la memoria actual como apoyo a la República Española otra vez necesaria.