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¿Chile se salvó?
Publicado 22 diciembre 2017



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A propios y extraños sorprendió el griterío: “¡Chile se salvó! ¡Chile se salvó!”. La pregunta inmediata, después de la eufórica reacción de los partidarios de Sebastián Piñera, fue ¿de qué se salvó? O también: ¿qué peligro corría Chile con una derrota del candidato conservador y ahora presidente electo? 

A propios y extraños sorprendió el griterío: “¡Chile se salvó! ¡Chile se salvó!”. La pregunta inmediata, después de la eufórica reacción de los partidarios de Sebastián Piñera, fue ¿de qué se salvó? O también: ¿qué peligro corría Chile con una derrota del candidato conservador y ahora presidente electo?

Las respuestas están a la mano desde algunos indicios de lo que para la derecha significa perder unas elecciones en países como Chile, donde las élites más reaccionarias, los empresarios más millonarios del continente y una clase media que no sabe para dónde apuntar sus expectativas de vida deciden sobre los pobres y las urgencias de una sociedad cada vez más inequitativa.

Y no solo ocurre en Chile. El mismo grito habrían lanzado al aire los partidarios de Guillermo Lasso en Ecuador, que de paso reproducen casi al unísono los conceptos y las ideas de Piñera en Chile cuando hablan de economía y de distribución de la riqueza. En Colombia pasa algo parecido y qué decir de lo que ya ocurre en Argentina y Brasil. Tan es así que en este último país todo lo que ha hecho el actual mandatario brasileño le parece poco y hasta timorato al potencial candidato a la Presidencia de la derecha Jair Bolsonaro.

Es muy sintomática la expresión porque parecería que las élites se salvaron de perder privilegios y de que sus fortunas se reduzcan pagando más impuestos, así como también que se generen oportunidades y garanticen derechos a los más pobres. ¿Chile se salvó de un proceso más intenso a favor de garantizar la educación y la salud gratuitas? ¿De que las universidades no cobren la enorme deuda de sus estudiantes (alrededor de ocho mil quinientos millones de dólares) por el ofrecimiento de Guillier de condonarla en un 40%? ¿De iniciar una reforma constitucional para dejar atrás la Constitución pinochetista? ¿De qué se salvó Chile, de verdad?

Pero nada de eso es cierto porque un gobierno de Alejandro Guillier tampoco habría hecho una transformación sustantiva de la sociedad chilena, mucho menos habría afectado profundamente a los grandes empresarios ni banqueros, aliados todos de Piñera. De hecho, su derrota se explica porque no fue claro ni frontal en su propuesta gubernamental ni en su visión sobre el Chile que desea para sus compatriotas. Al contrario, dejó muchas dudas y jamás asumió el liderazgo para convocar a quienes votaron por Beatriz Sánchez, Marco Enríquez Ominami, Alejandro Navarro y Eduardo Artés (con quienes habría sumado automáticamente cerca del 50% de los votos, sin contar ahí los votos de la Democracia Cristiana que parece que esta vez fueron a parar a Piñera). Nunca puso sobre la mesa el problema con los pueblos ancestrales, en particular con los Mapuche, ni dijo si sobre la integración latinoamericana se fortalecería apoyando decididamente UNASUR y CELAC. Siempre dejó porosidades al viento.

Más allá del análisis meramente electoral y del modo que se hizo la campaña en un país donde vota menos del 50% de los ciudadanos inscritos para ello, el Chile de Piñera no es un escenario para el susto y la alarma de sus élites. Si por las cifras que manejan los mismos analistas que apoyaron con sus puntos de vista e intervenciones en los canales de televisión la nación sudamericana ha concentrado mejor la riqueza en grupos y personas que favorecieron la candidatura de derecha. Mucho menos corren riesgo las inversiones extranjeras y el comercio con las grandes potencias. ¿Acaso Chile ya no tiene como su principal socio comercial a China? ¿Los tratados de libre comercio están en riesgo? ¿El cobre no se ha recuperado y ahora genera mejores ingresos a este país?

Por lo visto esa reacción solo responde a una situación emocional concreta: todos los datos indicaban que Guillier ganaba las elecciones del pasado 17 de diciembre con un estrecho margen y ante el resultado inesperado salieron a flote sus verdaderas convicciones, sentimientos y algo de angustias. Tan es así que dio la vuelta al mundo la imagen con un busto del dictador Augusto Pinochet al frente de una manifestación de apoyo a Piñera a pocos minutos de conocida su victoria. Y es más, tan fuerte es su conservadurismo que cuando el presidente electo agradecía a Guillier y a la presidenta Bachelet sus partidarios lo pifiaron y por poco le quitan el respaldo.

Lo cierto es que Chile solo es el reflejo de esa restauración conservadora que se ha perfilado y concretado con una aparato mediático y político a lo largo y ancho del continente donde solo Venezuela y Bolivia resisten los embates con organización popular y con partidos sólidos y más aguerridos. Y con un poco más de tiempo habrá que medir quién efectivamente no se salvó con esta elección. ¿Quién? Los pobres, los que hasta ahora siguen perdiendo con la “tradición republicana” que ahora se valora en gestos y buenos modales, antes que en la necesidad de un proyecto de nación para todos y no solo para sus élites.


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