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El líder griego vaticinó crecimiento económico para el país durante los próximos tres años.

El líder griego vaticinó crecimiento económico para el país durante los próximos tres años. | Foto: Reuters

Publicado 15 enero 2016



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La troika ofreció el mismo paquete de austeridad, lo que dejó sin efecto el poco progreso conseguido durante las “negociaciones”.

Hace casi un año que Europa eligió su primer gobierno de izquierda radical desde la Segunda Guerra Mundial: el gobierno en Atenas a cargo de Alexis Tsipras.

Se suponía que Syriza marcaría el principio del fin de la hegemonía neoliberal en Europa y levantaría una ola de izquierda desde el mediterráneo. Sin embargo, durante sus primeros cinco meses en el poder, Bruselas le apretó las tuercas a Atenas. La Troika (UE, BCE, FMI) no podía permitirse ceder ante la petición griega porque entonces Madrid y Lisboa podrían seguir el ejemplo.

El ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, fue ridiculizado por hacer peticiones económicos básicas: Grecia estaba en la quiebra, por lo que no necesitaba medidas de austeridad, sino crecimiento económico y una restructuración de la deuda para poder pagarle a sus acreedores. Pero a estos acreedores no les importaba la deuda, ya que, de hecho, subsidiaban préstamos bancarios a Grecia con el dinero de los contribuyentes para que pudiese seguir pagando préstamos viejos a esos mismos bancos privados y bajo la condición de que pusiese en marcha un severo programa neoliberal. Se puede entender la indignación de muchos europeos, ya que se les hizo creer que los euros que se ganaban con tanto esfuerzo iban a los bolsillos de los llamados “flojos sureños que evadían impuestos” cuando en realidad ese dinero era usado para reponer, a través de un Estado en quiebra, las arcas de los prestamistas privados a la vez que se seguía empobreciendo radicalmente a la población.

Los acreedores postergaron las negociaciones con Tsipras durante meses mientras que los griegos seguían pagando préstamos sin recibir adelantos de nuevos créditos, lo que terminó por agotar el flujo de dinero en efectivo. La troika ofreció el mismo paquete de austeridad, lo que dejó sin efecto el poco progreso conseguido durante las “negociaciones”. Finalmente, en julio de 2015, un acorralado Tsipras decidió llevar a referéndum la “oferta” de la troika; Bruselas respondió congelando la financiación del sistema bancario griego, lo que obligó al gobierno a implementar controles de capital; pero, para asombro del continente, 62% de los griegos votaron no a la austeridad, aun cuando la troika había dejado claro que esa mala elección forzaría la salida de Grecia de la UE y, por ende, que los depósitos en los bancos griegos se esfumasen.

No obstante, Varoufakis había desarrollado un plan secreto de contingencia que era conocido tan solo por un pequeño conjunto de mandos del gobierno. Dicho plan era crear un euro paralelo virtual para permitir las transacciones electrónicas con el fin de evitar el colapso económico y para que, luego, Atenas asumiese el control del Banco de Grecia para nacionalizarlo o, al menos, controlar de forma central la banca griega; por último, Grecia dejaría de realizar pagos a la troika y usaría los activos restantes para enfrentar la crisis humanitaria. El plan se preparó en caso de una salida forzosa y para resistir la ofensiva de la troika. Los acreedores, entonces, hubieran tenido que resolver la división entre aquellos que querían la salida de Grecia y aquellos que no querían entrar en la peligrosa ruta de desintegración de la eurozona con sus potenciales secuelas geopolíticas. Pero la salida forzosa o voluntaria de Grecia no gozó de apoyo público, por lo que Tsipras rechazó el plan de contingencia.

Por otra parte, Varoufakis, facciones de la Plataforma de Izquierda de Syriza, entre otros, creían que los resultados del referéndum cambiaban los paradigmas y que cualquier cosa era posible, aunque la única vía no aceptable era la de la austeridad. Sin embargo, mientras líderes gubernamentales creían estar ante una extinción económica, Tsipras se rinde y firma el tercer memorándum. Todo fue un golpe de Estado financiero.

Varoufakis decidió dejar el gobierno y la Plataforma de Izquierda formó el partido Unidad Popular (LAE, por sus siglas en griego) que apoya la salida de forma metódica de Grecia. Algunos miembros de Syriza sostenían que aún en el caso de una salida de Grecia de la UE, Atenas todavía tendría que pedir dinero prestado a los mismos acreedores y bajo las mismas condiciones. Todas las críticas, sin importar a quién o a qué se dirigían, afirmaban que ya se había desperdiciado la oportunidad que se había presentado gracias al referéndum.

Syriza llamó nuevamente a elecciones tanto para ratificar su cambio radical de opinión como para suprimir a sus detractores; Tsipras fue nuevamente elegido para desempeñar su cargo aunque con aplausos menos entusiastas; y la gran expectativa que hubo por la victoria de Syriza en enero de 2015 se transformó en pesimismo, lo que le quitó impulso a Podemos y otras fuerzas europeas de izquierda.

Ahora el nuevo gobierno de Syriza implementa, a regañadientes y bajo constante presión, un programa al que se oponía. Las filas de la izquierda, no obstante, todavía aspiran a la resistencia a pesar del esquema de control de la troika. Lo que podríamos llamar de “gresistencia”, es decir, una forma de resistencia en tiempos de austeridad que es tanto legal como subversiva.

La gresistencia consiste en amoldar cualquir acuerdo del memorándum para que, en lugar de empobrecer a los griegos, sean los más ricos quienes lleven la carga; consiste en elegir ignorar cualquier ley de corte antisocial y no obedecer su implementación. No es una política oficial, mas una imperceptible y tácita que, lamentablemente, es parte de la tradición de corrupción paraestatal de Grecia.  La gresistencia es entendida como un recurso extraoficial e informal para mitigar la catástrofe humanitaria, e incluso Syriza, en su campaña posreferéndum, hizo referencia a ella con eufemismos en un programa paralelo. Este programa no se detalló, fue tan solo una declaración de valores, pero también una sutil señal de gresistencia.

Los acreedores están muy conscientes de esto, por lo que no confían en Syriza aun sin su ala de izquierda. La troika quiere que se aprueben e implementen las leyes del rescate antes de aportar el flujo de efectivo. A los tecnócratas de Bruselas no les preocupa los indicadores económicos, ellos saben que una economía bajo austeridad disminuye las capacidades del Estado de pagar su deuda, pero su verdadero objetivo es imponer un modelo neoliberal de dos niveles bajo un gobierno tecnócrata corporativo: en un nivel estaría la industria y la riqueza, y en el otro se proporcionarían recursos y mano de obra barata. Esa es la Europa de Merkel y Schauble, y la Europa a la que accedieron Madrid, Roma y París.

Hoy en día, la esperanza de hace un año se ha convertido en desaliento. Syriza esperaba una victoria de aliados de izquierda en las elecciones de Portugal y España, pero ese no fue el caso, ya que la retirada de Syriza fue perjudicial para la causa europea antineoliberal.

Entonces, ¿qué le queda a la izquierda griega? ¡Su pueblo!

Necesitamos apoyar la miríada de experimentos sociales, ya sea en formas de cooperativas, redes de solidaridad o monedas alternativas. Todavía hay mucho que hacer por Atenas, especialmente ahora. Syriza debería organizar un foro europeo de economía alternativa, ya que se deben discutir y hacer público los distintos modelos populares de economías alternativas. Las personas detrás de los experimentos europeos sociales o de economía solidaria necesitan unirse, enseñarse los unos a los otros y emprender acciones en común. Syriza, LAE, Podemos, Die Linke y otros partidos semejantes podrían asistir políticamente este tipo de iniciativas populares. Syriza podría brindar ayuda concreta, como la coordinación de iniciativas de sistemas monetarios alternativos mediante la emisión de créditos virtuales a los ciudadanos para que estos puedan comprar productos alimenticios directamente de los granjeros.

Incluso bajo el yugo de la austeridad, Syriza podría ayudar a la sociedad civil en la construcción de nuevas instituciones participativas con el fin de plantar la semilla de una Grecia posneoliberal y sentar las bases de una coalición popular paneuropea para la construcción de una nueva Europa. Todavía queda bastante trabajo y lucha por delante.

Tom Vouloumanos es profesor en WISC, donde dicta un curso sobre Syriza, la izquierda griega y las posibilidades de transformación social.
 


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